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Tiempo histórico reducido al ahora

Tiempo histórico reducido al ahora

Vivimos en la era de la imagen, bajo el dominio de la informática. El torrente de imágenes ofusca el ojo, lo hipnotiza en el momento de la instantaneidad, en la cual se funden pasado, presente y futuro. Poco a poco se pierde la perfección del carácter histórico del tiempo. Todo parece ocurrir aquí y ahora.

En el siglo XX el arte cinematográfico introdujo un nuevo concepto de tiempo. Ya no más el lineal, histórico, que recorre los tres grandes legados judíos: la Biblia, la obra de Carlos Marx y la sicología de Sigmund Freud. En el filme predomina la simultaneidad. Se suprimen las barreras entre espacio y tiempo. El tiempo adquiere carácter espacial, y el espacio carácter temporal. La mirada de la cámara y del espectador pasa con toda libertad del presente al pasado y de éste al futuro. No hay continuidad ininterrumpida.

La televisión, cuyo descubrimiento tuvo lugar en la década de 1930, llevó esto al paroxismo. Frente a la simultaneidad de tiempos distintos, el único asidero es el aquí y ahora del (tele) espectador. No hay durabilidad ni dirección irreversible. La línea de fondo de la historicidad se diluye en el coctel de sucesos donde todos los tiempos se funden. Fred Astaire aparece muerto y, sobre su féretro, las imágenes lo muestran vivo, interpretando sus éxitos como bailarín de películas musicales.

Así, poco a poco, el horizonte histórico se apaga, como las luces de un escenario después del espectáculo. El idealismo sale de la escena, lo que permitió a Fukuyama proclamar: “La historia se acabó”. Al contrario de lo que advierte Cohelet en el Eclesiastés, ya no hay tiempo para construir y tiempo para destruir; tiempo para amar y tiempo para odiar; tiempo para hacer la guerra y tiempo para establecer la paz. El tiempo es ahora. Y en él se sobreponen construcción y destrucción, amor y odio, guerra y paz.

La felicidad, que en sí resulta de un proyecto temporal, se reduce entonces al mero placer instantáneo derivado, preferentemente, de la dilatación del ego (poder, riqueza, proyección personal, etcétera) y de los “contactos” sensitivos (óptico, epidérmico, gustativo, etcétera). La utopía es privatizada. Se reduce al éxito personal. La vida ya no se mueve por ideales ni se justifica por la nobleza de las causas abrazadas. Basta con tener acceso al consumo capaz de propiciar un excelente confort.

Por influencia del cine, de la televisión y del internet, ahora el tiempo está confinado al carácter subjetivo. Experimentarlo es tener una conciencia tópica del presente. Si en la Edad Media lo sobrenatural bañaba la atmósfera que se respiraba; y en el Iluminismo la esperanza de futuro justificaba la fe en el progreso, ahora lo que importa es el presente inmediato. Se busca ávidamente la eternización del presente. Michael Jackson y Prince eran eternamente jóvenes… y multitudes castigan su cuerpo como quien sorbe el elixir de la eterna juventud. Moriremos todos saludables y esbeltos…

La destemporalización de la existencia se alía con la desculpabilización de la conciencia. Una misma persona vive experiencias diferentes sin preguntarse por principios morales o religiosos, políticos o ideológicos. ¿No hay pastores y obispos corruptos y utopías que terminan en opresión? ¿Es que la política no acabó por ser un buen negocio que solo atiende intereses personales y corporativos? ¿Dónde está la frontera entre el bien y el mal, entre lo cierto y lo equivocado, entre el pasado y el futuro?

 “Todo lo sólido se deshace en el aire” irrespirable de este comienzo de siglo cuya temporalidad se fragmenta en cortes y disolvencias, close-ups y flashbacks, muchas nostalgias y pocas utopías.

A pesar de todo hay algo de positivo en esta simultaneidad. Es la búsqueda de la interioridad. Del tiempo místico como tiempo absoluto. Tiempo síntesis/supresión de todos los tiempos. Kairós. He aquí que interrumpe la eternidad-eterna edad. Pura fruición. En que la vida es tierna.

En las artes la música y la poesía se aproximan de modo ejemplar a esa simultaneidad que volatiliza el tiempo y le imprime carácter atemporal. En la música nuestros oídos captan apenas la articulación de unas pocas notas. Sin embargo, perdura en la emoción el recuerdo de todas las que sonaron antes. En sí, la melodía es intangible, igual que un poema, sucesión rítmica de sílabas y palabras sutiles. Lo que existe es la resonancia de la nota y de la palabra en nuestra subjetividad. Entonces da lugar a la secuencia. Es el presente interminable. El tiempo infinito. Como en el amor, en que lo cotidiano es sólo el ritmo ordinario de una inspiración extraordinaria.

Frei Betto*/Prensa Latina

*Escritor y asesor de movimientos sociales.

[OPINIÓN]

Contralínea 535 / del 17 al 23 de Abril 2017