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Según las estimaciones más conservadoras, desde 2006 más de 100 mil asesinatos en México han sido cometidos por los grupos armados de los cárteles del narcotráfico, las corporaciones policiacas de todo nivel y las Fuerzas Armadas. El número es exponencialmente superior a las 1 mil muertes en el campo de batalla con que se declaraba que en un país se libra una guerra civil.

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Y es que, ¿qué es lo que se vive en México? ¿Una guerra? ¿Cuáles son los bandos? El reciente informe de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos acerca de la masacre que realizó la Policía Federal en Tanhuato, Michoacán, es contundente: los representantes del Estado mexicano ejecutaron al menos a 22 supuestos delincuentes, quemaron cuerpos (uno en vida), manipularon la escena del crimen y torturaron sobrevivientes. Como bien sabemos los mexicanos, no es un caso aislado. Las atrocidades que cometen fuerzas del orden y delincuentes son ahora lastimosamente parte de la cotidianidad.

Ioan Grillo no tiene duda. “Hablamos de toda una época histórica de conflictos en la región”, dice, luego de un sorbo a su latte. Me encontré con el periodista británico en una librería de la Ciudad de México para platicar acerca de su más reciente libro: Caudillos del crimen. De la Guerra Fría a las narcoguerras. “La actual guerra tiene en común con la Guerra Fría que se trata de un conflicto largo, lleva ya más de 25 años y parece que durará más tiempo, e implica a muchos países”.

El libro no sólo habla sobre México, pero este país es la principal referencia para entender el engranaje criminal trasnacional que atraviesa todo el Continente Americano y se desborda prácticamente a todos los demás. Grillo se metió a las entrañas de los Caballeros Templarios, en Michoacán (México); el Comando Rojo (Comando Vermelho), en las favelas de Río de Janeiro (Brasil); la Shower Posse, de los Tivoli Gardens, en el Kingston occidental (Jamaica), y las clicas de la Mara Salvatrucha en los tres países del llamado Triángulo del Norte (Honduras, El Salvador y Guatemala).

A Grillo lo motivaban las mismas preguntas: ¿qué es lo que le pasa a Latinoamérica?; ¿está librando una guerra?; ¿quiénes la disputan?; ¿cuáles son los motivos?

Lo que encontró fue una serie de terror y masacres en incontables escenarios de la geografía latinoamericana. No es que las brutalidades fueran ajenas a Latinoamérica y el Caribe. Basta recordar el periodo de la Guerra Fría en el que cientos de miles que trataron de hacer la Revolución murieron a manos de militares en México, todo el Cono Sur, América Central y los países caribeños.

Pero entonces los bandos eran claros. La gente moría porque creía que estaba en el lugar moral correcto: el lado del bien. Unos a favor de la liberación y otros a favor del orden y la tranquilidad. Esa satisfacción no las dan las actuales guerras criminales. La gente muere masiva y absurdamente. Y por nada.

Hoy Estados Unidos sigue atizando –con miles de millones de dólares, equipo y capacitación– una “guerra global” contra las drogas. Pero en los bares neoyorquinos, los prados estudiantiles de Berkeley en San Francisco o, incluso, en las tiendas de El Paso, tranquila y pulcramente se comercia y consume lo que al otro lado de la Frontera Sur genera caos y muerte.

Los lugares de las matanzas que documenta Grillo (casi todas ocurridas en México) terminan por parecer más campos de exterminio que escenas de crimen. Sí, más que un asunto de seguridad pública, se trata de un asunto bélico-humanitario. Grillo ejemplifica con el caso de Irlanda del Norte: el conflicto entre el gobierno y los paramilitares contra el Ejército Republicano Irlandés cobró la vida de 3 mil 500 personas en 3 décadas. Mientras, apunta en su libro, “el choque entre cárteles en México reclamó más de 16 mil vidas sólo en 2011; Ciudad Juárez, que tiene un población menor que Irlanda del Norte, sufrió más de 3 mil homicidios en un sólo año”.

A pesar de todo ello, estas guerras criminales no están consideradas como conflictos armados. Los políticos no aceptan que se les llame así. La clave podría estar en que al declararse un conflicto armado, el gobierno mexicano tendría que comportarse según los tratados internacionales sobre conflictos; los capos y las autoridades entrarían en la jurisdicción de la Corte Penal Internacional; se declararían zonas de guerra; y la participación de Estados Unidos en estos conflictos dejaría de ser opaca: habría vigilancia de La Haya. Los desplazados de esta violencia podrían tener calidad de refugiados…

Los especialistas consultados Ioan Grillo señalan que sí se trata de conflictos armados los que viven México y varias partes de América Latina y El Caribe; son más que violencia criminal pero no llegan a ser guerra civil. “Las milicias criminales usan armas de infantería ligera, incluyendo lanzagranadas, ametralladoras a cinta, granadas de fragmentación y rifles automáticos, pero carecen del objetivo guerrillero”.

De hecho, hasta la fecha, donde un movimiento armado con reivindicaciones políticas y sociales se desarrolla, aparecen las bandas de narcotraficantes que apoyan a los poderosos, actúan como paramilitares y acaban o someten al grupo guerrillero.

La impunidad, el saber que no habrá repercusiones legales, para los sicarios representa una carta de permiso para matar. Observa Grillo que varios de los sicarios con los que habló no mataron dos o tres personas: “siguen matando, matando, matando; los nexos con la policía son claros también”.

En la charla, Ioan Grillo expone quiénes serían los grandes beneficiarios de este conflicto: bancos, productores y vendedores de armamentos, políticos y burócratas nacionales e internacionales, como los de la agencia estadunidense antidrogas (DEA, por su sigla en inglés).

El libro es una investigación periodística para intentar entender el desastre que hoy vive Latinoamérica y el Caribe: 588 millones de almas en el centro de una tormenta. Alimenta un negocio de, al menos, 300 mil millones de dólares al año.

Fragmentos

Militares, cuatro de los cinco mexicanos ganadores de medalla en Río 2016: una integrante de la Armada y tres del Ejército. ¿Será porque están menos sujetos a los caprichos de las opacas federaciones deportivas? María Guadalupe González (plata en caminata, 20 kilómetros) es integrante de la Secretaría de Marina. Mientras, de la Secretaría de la Defensa Nacional son los medallistas María del Rosario Espinoza (plata en tae kwon do), Germán Saúl Sánchez (plata en clavados, plataforma de 10 metros) e Ismael Hernández (bronce en pentatlón moderno).

Zósimo Camacho

[BLOQUE: OPINIÓN][SECCIÓN: ZONA CERO]

Contralínea 503 / del 29 de Agosto al 03 de Septiembre 2016

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