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La crisis mundial del agua ya está aquí

La crisis mundial del agua ya está aquí

De mantenerse el ritmo actual de degradación del medio ambiente natural y las presiones sobre los recursos hídricos, estará en riesgo para 2050 el 45 por ciento del Producto Interno Bruto global, el 52 por ciento de la población mundial y el 40 por ciento de la producción de cereales

Roma, Italia. La agricultura consume el 70 por ciento de todas las extracciones de agua y a su vez constituye el sector que más sufre las sequías.

Ello explica la enorme responsabilidad de producir –sobre todo con niveles racionales del líquido– para alimentar una creciente población y las amenazas y desafíos que debe enfrentar ante la creciente carencia del vital recurso hídrico.

Estudios de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por su sigla en inglés) comparan que por tonelada de cereal cosechado se necesitan 1 mil 500 metros cúbicos de agua, equivalente a 1.5 toneladas de agua para producir un kilogramo de cereales.

Una persona, añade, necesita entre dos y cuatro litros de agua potable al día, en cambio hacen falta cerca de 3 mil litros para producir los alimentos que ella debe consumir diariamente.

La industria utiliza casi el 20 por ciento del total del agua extraída y el uso doméstico el restante 10 por ciento, entre los cuales existe una competencia cada vez mayor. Pero, entre el 80 y el 90 por ciento del líquido que demandan se dilapidan de muchas formas, principal problema ante un recurso vital y finito.

Aunque el 70 por ciento de la superficie del mundo está cubierto por agua,  sólo el  2.5 por ciento de la disponible es dulce y de ella casi el 70 por ciento corresponde a los glaciares;  la mayor parte del resto se presenta como humedad en el suelo, o yace en profundas capas acuíferas subterráneas inaccesibles.

Quiere decir que menos del 1 por ciento de los recursos de agua dulce del mundo están disponibles para el consumo y se pronostica que la tercera parte de los países en regiones con gran demanda del líquido podrían enfrentar escasez severa en éste siglo.

Incluso en 2025 dos tercios de la población mundial vivirán en países con carencia moderada o severa de agua.

Advertencias sobre mayores ausencias

El informe mundial sobre Desarrollo de los Recursos Hídricos 2019. No dejar a nadie atrás advierte que de mantenerse el ritmo actual de degradación del medio ambiente natural y presiones insostenibles sobre los recursos hídricos mundiales estará en riesgo para 2050 el 45 por ciento del Producto Interno Bruto global, el 52 por ciento de la población mundial y el 40 por ciento de la producción de cereales.

El uso del agua en el  mundo aumentó un 1 por ciento cada año desde la década de 1980 del siglo pasado, por un mayor desarrollo poblacional, socioeconómico y cambio en los modelos de consumo. Tendencia que se espera crezca a igual ritmo hasta 2050, con alzas del 20 al 30 por ciento por encima del nivel actual, sobre todo de los sectores industrial y doméstico.

Más de 2 mil millones de personas viven en países que sufren una fuerte escasez de agua; unos 4 mil millones padecen una grave carencia al menos 1 mes al año. El fenómeno, con pronósticos de crecer ante una mayor demanda y crecientes efectos del cambio climático.

Un estudio de la FAO realizado en 93 países en desarrollo señala que en varios de ellos donde escasea el líquido ya explotan las reservas con más rapidez de lo que se pueden renovar.

El balance indicó que 10 países padecen una situación crítica y satisfacer las necesidades agrícolas les obliga a extraer más de un 40 por ciento del total de sus recursos hídricos renovable; otras ocho naciones más del 20 por ciento.

Los expertos vaticinan para 2050 un aumento de la población mundial entre 9 mil 400 y 10 mil 200 millones, dos tercios de ella viviendo en ciudades, y advierten que para responder a ello la producción de alimentos deberá crecer un 60 por ciento, comparado con los niveles de 2006.

Pero, más de la mitad de ese aumento poblacional ocurrirá en África, con unos 1 mil 300 millones más;  y Asia, con un incremento de 750 millones, regiones donde hoy se concentran los mayores registros de pobreza y hambre.

El recorrido de calamidades es fácil de imaginar de no adoptarse medidas a tiempo y avanzar con mayor certeza hacia el Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 de la ONU.

Por ejemplo, hoy en África Subsahariana las poblaciones rurales representan alrededor del 60 por ciento y muchas de ellas viven en la pobreza. En 2015 tres de cada cinco habitantes rurales de esa región tenían acceso a suministro básico de agua y sólo uno de cada cinco al saneamiento elemental.

Allí entre 2015 y 2016 el hambre subió de 200 a 224 millones, una de cada tres personas azotada por ese mal; que representó el 25 por ciento de los 815 millones de hambrientos a nivel global en 2016, que de hecho marcó un viraje significativo a los avances en tal sentido de la primera década del milenio, impulsados por la ONU y sus organismos especializados.

En 2017 el ejército de hambrientos abarcó al 20 por ciento de la población de ese continente con 237 millones.

Un reciente informe de la Red mundial contra las crisis alimentarias, presentado por la Unión Europea, la FAO y el Programa Mundial de Alimentos (PMA) en abril de 2019, advirtió que unas 113 millones de personas en 53 países experimentaron hambre aguda en 2018, que requieren de “asistencia urgente de alimentos, nutrición y medios de vida”.

La cifra representa 11 millones menos con respecto de 2017, pero el balance de tres años, 2016-2018, alertó que más de 100 millones sufrieron carencia severa de alimentos.

Esos niveles de concentración de hambruna que señala el informe recae sobre todo en las naciones africanas, con 143 millones en 42 países, como por orden de gravedad, en Yemen, República Democrática del Congo, Afganistán, Etiopía, República Árabe Siria, Sudán, Sudán del Sur y el norte de Nigeria.

Yemen es el país más pobre del Oriente Medio, escenario de conflictos por más de 3 años y donde muere un niño cada 10 minutos por enfermedades curables o de hambre, y donde también, por supuesto, falta el agua y la agricultura está devastada.

Darlo todo a cambio de nada, las paradojas

Más del 80 por ciento de todas las fincas del mundo son granjas familiares de menos de 2 hectáreas, pequeños agricultores que son los principales suministradores  de alimentos, con aportes superiores a la mitad de la producción agrícola en muchos países.

Aproximadamente –datos de la FAO– tres cuartas partes de las personas que viven en la pobreza extrema en áreas rurales y la inmensa mayoría de los pobres rurales son, de hecho, pequeños productores que sufren de inseguridad alimentaria y malnutrición.

Esos grupos poblacionales explotan alrededor del 12 por ciento de la superficie agrícola del mundo, mientras que en las economías de ingresos bajos y medio bajos, se estima que explotan alrededor de un tercio de las tierras agrícolas totales.

En  África, por ejemplo, ellos constituyen el 75 por ciento de las fincas y laboran el 24 por ciento de las tierras agrícolas.

Incluso en naciones como Bangladesh, Bolivia, Kenia, Nepal, Nicaragua, Tanzania y Vietnam, las pequeñas granjas familiares proporcionan más de la mitad y, en el caso de Kenia, hasta el 70 por ciento de la producción total agrícola. Ello denota la importancia de tener en cuenta a ese segmento productivo en cada país.

El riesgo de padecer hambre es mayor en los países con sistemas agrícolas altamente sensibles a la variabilidad de lluvia, temperatura y a la sequía severa. Destaca en ello el fenómeno de El Niño que en 2015-2016 provocó la pérdida del 50 al 90 por ciento de la cosecha en el corredor seco, especialmente en El Salvador, Honduras y Guatemala.

Globalmente suman miles de millones de dólares los desembolsos para inversiones en el establecimiento de infraestructura hídrica en zonas rurales, mayormente para el desarrollo del riego y para la producción de energía.

El riego puede contribuir a la reducción de la pobreza al aumentar la productividad laboral y de la tierra, propiciar mayores ingresos y menores precios de los alimentos.

Pero es sabido que la mayoría de los pobres rurales no son beneficiados con inversión e infraestructura, lo cual obstaculiza su acceso al agua para fines agrícolas, de consumo y domésticos.

Los expertos argumentan que el acceso al agua para la producción agrícola, aunque sólo sea para el riego complementario, puede marcar la diferencia entre la agricultura como simple medio de supervivencia y la agricultura como fuente confiable de sustento.

Pero, a pesar del alto nivel de productividad del binomio agua-tierra  y de su rol crucial en la seguridad alimentaria, por lo regular son subestimados al decidir el derecho de uso del agua (incluso de la tierra) como tampoco en la asignación de subsidios públicos para el establecimiento y explotación de infraestructura de riego.

En otras palabras, pese a su importante papel en el sustento alimentario, incluso en términos de desarrollo local, de economía circular y de preservación de cultivos y tradiciones, por lo regular los pequeños productores rurales –como tampoco los urbanos– no reciben la debida atención, oportunidades y asignación de recursos necesarios.

Con demasiada frecuencia las diferencias en las riquezas y las capacidades económicas, así como la etnicidad y el género, provocan desequilibrios de poder e inclinan injustamente la balanza en las decisiones políticas, técnicas y jurídicas.

Cómo hacer frente a la escasez de agua en la agricultura y otorgar una mayor jerarquía al sector son asunto que preocupan y ocupan a muchos, sobre todo a los agricultores y en particular a la FAO.

El director general de Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, José Graziano da Silva, en la reciente conferencia Días de la Tierra y el Agua para el Cercano Oriente y África del Norte, advirtió que en esa región “una de cada tres personas que viven en el campo es considerada pobre como resultado de la escasez de agua”.

Definió en tal sentido que ese problema en no pocos casos está asociado a la ausencia de políticas hídricas, alimentarias y comerciales coordinadas, en uso más eficiente del agua y el suelo e incluso de inversiones.

En tal sentido apeló a la importancia de promover formas para que la producción alimentaria use menos agua y lo haga de manera más eficiente, por ejemplo, con la implementación de tecnologías de riego innovadoras, el uso de cultivos y ganado resistentes a la sequía y la distribución espacial de la producción.

En esa región, tal como trascendió en la reunión convocada por la Liga de los Estados Árabes y coorganizada por la FAO, a juicio del organismo especializado de ONU, se augura que la frecuencia de las sequías puede aumentar hasta en un 60 por ciento para finales de siglo, en comparación con los niveles actuales.

Más que ninguna otra zona del mundo, el Cercano Oriente y África del Norte, son “gravemente afectada por la desertificación y la escasez de agua”, por los patrones insostenibles de uso de la tierra, la erosión del suelo, las tormentas de arena y polvo, la deforestación y la rápida degradación de los pastizales, destacó en la conferencia.

Cabo Verde en el camino de respuestas innovadoras

De igual modo Maria Helena Semedo, directora general adjunta de la FAO para Clima y Recursos Naturales,  en el Foro Internacional sobre la Escasez de Agua en la Agricultura  (Praia, Cabo Verde, marzo 2019) señaló la necesidad de encontrar fuentes innovadoras de agua, incluyendo el reciclaje de residuales y la recolección de agua de lluvia y el aumento de la eficiencia hídrica, en particular en los sectores agrícolas.

“En la FAO –dijo– promovemos medidas como la selección de especies resistentes a la sequía y la salinidad, la gestión sostenible del suelo y la captación de agua; innovaciones que pueden contribuir en gran medida a apoyar a los agricultores, en especial a los pequeños campesinos, para garantizar la producción de alimentos en períodos de escasez de agua.”

En ese encuentro Semedo hizo referencia a la experiencia de Cabo Verde como ejemplo para abordar la escasez de agua mediante la aplicación de múltiples estrategias de adaptación.

Entre ellas la gestión integrada de los recursos hídricos, la producción alimentaria, los ecosistemas y el turismo; el desarrollo de sistemas de producción agrosilvopastoriles, así como la protección de las zonas costeras.

“A pesar del clima árido del país, al adoptar tecnologías innovadoras como la desalinización, la energía solar, la reutilización de aguas residuales para la agricultura e incluso la captación de agua de niebla, el 90 por ciento de la población tiene acceso al agua potable. Es una cifra muy encomiable”, afirmó Semedo.

“Cuando toda el agua haya desaparecido, sólo quedarán las piedras más grandes en el lecho del río”, proverbio africano citado por la directiva en su intervención para uego añadir: “No queremos que el agua desaparezca, así que pensemos en estas grandes piedras como los cimientos de nuestra colaboración”.

Los delegados de 47 países asistentes a ese fórum suscribieron el Compromisos de Praia, dirigido a promover la gestión sostenible del agua como impulsor del desarrollo, aprovechar en tal sentido las sinergias de la Agenda 2030, y apoyar a los agricultores para que puedan acceder con más facilidad a financiación, tecnologías innovadoras y prácticas de gestión del agua eficaces.

Ello implica producir más alimentos con un uso menor de agua, construir la resiliencia de las comunidades agrícolas para hacer frente a las inundaciones y las sequías y aplicar tecnologías de agua limpia que protejan el medio ambiente, así como apoya a los países en el uso de los recursos hídricos y los niveles de estrés por déficit hídrico.

También el artículo de la FAO “Escasez de agua, uno de los mayores retos de nuestro tiempo” advierte cómo ese recurso disminuye de manera alarmante, situación agravada por múltiples factores incluyendo el cambio climático, que además de mayor sequía, provoca alza de las temperaturas y por ende una mayor demanda de agua para los cultivos.

Entre las muchas maneras del uso adecuado de ese recurso, destaca la adopción de medidas para recolectar y reutilizar el agua dulce y aumentar el empleo seguro de las aguas residuales, lo cual ayudará a enfrentar hambrunas y trastornos socioeconómicos.

Sobre la urgencia de la eficiencia y repensar qué se produce y asegurar cultivos nutritivos y saludables la FAO compara en el texto que el cultivo de leguminosas tiene una reducida huella hídrica por lo que para producir un kilogramo de lentejas solo se necesita 1 mil 250 litros de agua, pero para igual cantidad de carne de vacuno urgen 13 mil litros.

Incluso llama la atención en el apremiante problema del derroche de alimentos que por demás equivale a “desperdiciar agua” y recuerda que cada año, un tercio de todos los alimentos producidos se pierde o se bota, volumen de agua desaprovechada comparable a unas tres veces la capacidad del Lago de Ginebra.

La mayor contribución diaria de todos para reducir el desperdicio de alimentos es no considerar nada sobras y comprar sólo lo necesario. Simples medidas que apuntan al ahorro de agua, tierra, energía, tiempo, protege el ambiente y la economía doméstica.

Fuerzas motrices a favor del agua

El informe Global WaterFutures 2050, presentado en un foro de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCOm por su sigla en inglés), en abril 2012, identifica hasta 10 “drivingforces” que modelarán el futuro del agua: demografía, economía, innovación tecnológica, infraestructuras hídricas, cambio climático, situación medioambiental, estado de los recursos, tendencias socioculturales y éticas; política y gobernanza institucional.

Según cómo esas “fuerzas motrices” sean conducidas, el escenario será uno u otro, según el texto firmado por elbiólogo y ecólogo Gilberto Carlos Gallopín, el cual ilustran la diversidad de futuros alternativos para la situación global del agua.

Un mundo convencional, donde predominarán los valores consumistas, otro donde prevalecerá el aspecto tecnológico, con el consumismo en su máxima expresión, pero igual se prevé un mundo con conciencia global desatada ante la crisis económica y el cambio climático y en el que crece el interés por la interacción social, los valores compartidos, la cultura y la solidaridad.

No es difícil imaginar los escenarios con una simple mirada a cuanto acontece hoy, pronósticos proporcionan evaluaciones valiosas, dignas de tener en cuenta por los decisores de políticas.

En particular sobre el valor del agua  en  la seguridad alimentaria, la planificación sanitaria, energética y urbanística, que a todos llegue como el más esencial de los derechos humanos y además tenga un uso cada vez más racional.

Silvia Martínez/Prensa Latina

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