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¿Adónde se fue la cultura política?

¿Adónde se fue la cultura política?

¿Adónde se fue lo nuevo? ¿Adónde se fue la moral? Dan ganas de hacerse eco de Stanislaw Ponte Preta: “¡Traigan de vuelta la moral o enriquezcámonos todos!” De nada sirve el desaliento. Es como regalarle oro al bandido. Como descargar la bilis en las redes digitales o encender un fósforo para averiguar si hay gasolina en el tanque…

La cuestión es más profunda: en Brasil no hemos logrado crear una cultura política. La tradición patrimonialista, el mandonismo, el nepotismo, todo eso deshace el tejido de nuestras instituciones democráticas. La mayoría se elige u ocupa cargos públicos con la mirada puesta en el provecho personal y corporativo. Pocos tienen principios éticos y objetivos claros de servicio al bien común. Bastó que apareciera la primera “mordida” de un viaje a China y allá se fue, alborozado, un bando de diputados felices del presente.

La estructura del Estado se ve como una gran vaca en la que cada cual busca la ubre más gorda para su boca. El discurso de la urgente contención de los gastos es como el sermón del sacerdote que, al celebrar una misa para los alcohólicos anónimos, llenaba su cáliz de vino.

“Hagan lo que yo digo y no lo que yo hago”. Son siempre los demás quienes deben apretarse el cinto en nombre de la salvación nacional. Nunca los políticos, los magistrados ni los militares. “Nada es bastante para quien considera poco lo suficiente”, alertaba Epicuro en el siglo IV antes de Cristo. Del repleto bote que pretende conducir a la nación a un futuro mejor, tírense al mar los sin mandato, los sin toga y los sin uniforme. Alguien debe pagar las cuentas. Y ellas sobran, invariablemente, para los más pobres.

¿Por qué en Brasil suena a ofensa hablar de impuesto progresivo? En la descultura de labios para afuera abundan los elogios a Noruega, Dinamarca y Suecia, países donde impera una cultura política de fuertes raíces. Pero aquí nadie está dispuesto a ceder un milímetro de sus prerrogativas.

El trío (mandato, toga y uniforme) del privilegio (término que se deriva de “ley privada”, que vale para unos y no para todos) no renuncia al subsidio a la vivienda, al plan de salud especial, a los automóviles y los viajes aéreos pagados por el contribuyente, a las vacaciones prolongadas, a las seguridades, etcétera. Son gente que nunca ha leído a Platón y Aristóteles, Montesquieu y Rousseau, Habermas y Bobbio, y que aprecia a Gandhi y Mandela como meros retratos en la pared.

¿Y adónde se fue la oposición? Dicen que la izquierda (si es que aún existe) sólo se une en la cárcel… En realidad, el caciquismo les impide a las fuerzas de oposición tener una estrategia y un programa comunes. Las críticas a la situación son puntuales. Y casi siempre emocionales, con la intención de destruir al adversario, no con argumentos convincentes, sino mediante el ridículo y la burla.

¿Cuál es la propuesta alternativa de la oposición a la reforma de la seguridad social? ¿Y sobre el reinicio del crecimiento, el combate al desempleo y el perfeccionamiento de la salud y la educación? ¿Adónde se fueron el trabajo de base, los vínculos orgánicos con las clases populares, la alfabetización política?

A pesar de todo, no nos queda más vía que la política. Es posible odiarla, repudiarla o sentirse indiferente ante ella. Pero es la política la que determina nuestra calidad de vida, como el trabajo, la vivienda, la alimentación y la salud. A quien no le gusta la política lo gobiernan aquellos a los que sí les gusta. Y todo cuanto desean los malos políticos es que nos mantengamos ajenos a la política. Así les damos carta blanca a los corruptos, los nepotistas y similares.

¿Pero cómo crear una cultura política si la Escuela sin Partido[1] pretende prohibir el tema en las aulas? Nuestra incultura política es tan rastrera que –en vez de cumplir su función constitucional de brindarle seguridad a la nación–, el Estado libera la posesión de armas. Y hay quienes están de acuerdo con que “¡cada quien que se defienda!” Y que sea lo que Dios no quiere…

Referencia:

[1] El Programa Escuela sin Partido es un movimiento político lanzado en 2004 en Brasil y divulgado en todo el país por el abogado Miguel Nagib. Los defensores del movimiento afirman representar a padres y estudiantes opuestos a lo que llaman “adoctrinamiento ideológico” en las escuelas.

Frei Betto*/Prensa Latina

*Escritor y asesor de movimientos sociales; fraile dominico teólogo de la liberación

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