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El espejo de Espert refleja una Argentina que duele mirar

El espejo de Espert refleja una Argentina que duele mirar

El político y economista argentino José Luis Espert ha desatado un tsunami de opiniones: luego de sus declaraciones en La Nación, el debate ha superado ya las 2 mil 500 reacciones. Buceando entre ellas, se podría obtener una precisa radiografía de la Argentina de hoy.

Espert es un opinador que incomoda. No balbucea como lo hacen los “políticamente correctos” y, por tanto, carece de fans. Si habitara en otro país, podría ser candidateado para presidir el Banco Mundial (cargo vacante por estos días). Pero la Argentina, en general, no soporta a un Espert.

Tiene una gran virtud de la que carecemos la mayoría de los economistas: habla claro. Eso de que “el Estado no es una agencia de empleos ni de subsidios” es fenomenal. Sólo que en un país con 2 millones de empleados públicos ineficientes se arriesga a ser suicida. Pero ello no lo detiene. Refuerza advirtiendo que “el Estado está para devolverle en bienes públicos los impuestos pagados por los ciudadanos” y no para pagar los sueldos de millares de funcionarios.

Espert también explica por qué resulta inútil esperar que los argentinos paguen sus impuestos (o su contraparte, dejen de robarse los recursos del Tesoro). No es porque el argentino sea de suyo inmoral o negligente, sino porque se ha dejado estafar una y mil veces: paga impuestos pero no ve que el Estado le devuelva algo a cambio. Esta suma de estafas habría inducido una depresión colectiva que, explicaría, por ejemplo, por qué la opinión ha castigado a Cambiemos inclusive cuando éste le está devolviendo sus impuestos en centenares de frentes de obra pública. Es claro que el deprimido no puede aceptar la mano amiga.

Esta depresión colectiva también impediría hacerles frente a los corruptos. El hecho de que el cristinismo posea todavía posibilidades electorales, cuando sus líderes se desplazan a diario, sonrientes, entre Comodoro Py y Ezeiza, explicaría, tanto la impunidad de la justicia como la depresión social.

Sólo un país con poderes castrados y una opinión deprimida se traga sapos del tamaño de los que saltan por la Argentina.

Y el hecho de que (Miguel Ángel) Pichetto, el líder opositor, mantenga los fueros de Cristina Fernández de Kirchner y, al tiempo, se siga contoneando como líder opositor, indicaría no que el tal senador sea un fenómeno sino que sus votantes están hundidos. Ciegos. Sordos. Mudos. En suma, deprimidos.

El balance sugiere que Espert está corriendo riesgos que, paradójicamente, le llevarían al éxito. Los centenares de argentinos que se han batido en la prensa alrededor de sus propuestas indican que el economista despierta energías, razones y emociones nuevas, susceptibles de madurar como alternativa política para este 2019.

Sin hacer un conteo riguroso, bien podría ocurrir que dos tercios de las opiniones escritas en La Nación favorecerían las propuestas de Espert. Y que el tercio restante aparecería víctima o de pobres razonamientos o del miedo. Y ambas señales tienen solución.

La pobreza de ideas se resuelve permitiendo la entrada a nuevas ideas. Y el miedo, hermano de la depresión colectiva, puede ver luces dentro del túnel, sobre todo cuando vea venir una locomotora en contravía: Cristina Fernández.

A Espert se le critica sobre todo porque “sólo es un economista”. Podría ocurrir que esta crítica fuera, para la Argentina de hoy, una virtud antes que un defecto. Primero porque la economía es, estructuralmente, política: ningún otro científico social podría ejecutar asociaciones más profundas entre su disciplina y la dinámica social. El economista estudia al ser humano trabajando, produciendo, transformando. Y el político que tiene éxito, precisamente lo logra estimulando el trabajo y la productividad. Esto es, transformando.

Un economista capaz de denunciar que el sindicalismo argentino es el peor enemigo del trabajo: pinta como un apropiado dirigente político. Porque no se trata de irse contra los 2 millones de empleados públicos; bastaría con cambiar la correlación de fuerzas entre el Estado y la decena de oligarcas de overol que se escudan en el sindicalismo en concierto para delinquir. Porque ¡vaya si es cierto que el sindicalismo argentino detiene la creación de empleos! Porque ¡vaya si las llamadas “paritarias” entre empresarios y oligarcas de overol se han convertido en parasitarias!

¿Cómo llamar entonces a la presión sindical que induce a subir los precios rompiendo el bolsillo de los consumidores y los ahorros empresariales? ¿Cómo llamar sino parásita a una minoría que se ha hecho multimillonaria con las cuotas de sus afiliados? ¿Cómo llamar sino parásita a una minoría que convierte a los sindicatos en fuente de empleo exclusivo de sus familiares y amigos?

Y al final, ¿en qué lugar quedaría la Iglesia Católica, patrocinadora divina del parasitismo sindical argentino? La hora de Espert serviría, también, para llamarle a cuentas al curato que actúa agazapado defendiendo sólo sus intereses de clase. No olvidemos la pantomima de la Iglesia y los Ladrones, hace unas semanas.

Bernardo Congote*

*Miembro del Consejo Internacional de la Fundación Federalismo y Libertad (Argentina, www.federalismoylibertad.org), profesor universitario colombiano y autor de La Iglesia (agazapada) en la violencia política, disponible en www.amazon.com