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Rescatar la cultura de las élites neoliberales para la sociedad

Rescatar la cultura de las élites neoliberales para la sociedad

Del neoliberalismo cultural, elitista, plagado de burocracia y pobreza presupuestal, a las culturas populares y comunitarias. Ése podría ser el vuelco distintivo durante el gobierno de López Obrador, señala Ricardo Reynoso Serralde.

A 30 años de su creación, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta, hoy Secretaría de Cultura) se encontró con una política orientada a las elites del país que se volcaron hacia el neoliberalismo y que hoy, “sin mucha tela de donde cortar” para revertir este proceso, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador deberá reorientarlo, incorporando a los sectores populares y nacionalistas de nuevo cuño para el rescate del patrimonio cultural del país.

Ricardo Reynoso Serralde, maestro en sociología por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y quien ha sido asesor del Conaculta y fue secretario particular del extinto presidente de ese organismo Rafael Tovar y de Teresa, hace un recuento de la política cultural impulsada por los gobiernos neoliberales, de Carlos Salinas de Gortari a Enrique Peña Nieto.

El catedrático, quien ha sido ha sido director de Servicios Educativos del Instituto Nacional de Bellas Artes, director de la Biblioteca de las Artes y director de Extensión Académica del Centro Nacional de las Artes, considera que la cultura en México demanda un nuevo enfoque ante los graves problemas de violencia, inseguridad y corrupción del país.

“El país exige una movilización que ponga a la cultura entre los intereses vitales de la gente; y que con ella empuje a otras soluciones más espinosas, como la lucha contra la delincuencia y la pacificación del país”, subraya en entrevista con Contralínea el experto en el sector cultural del país.

Señala que a la fecha poco hay para saber si habrá una continuidad respecto de los programas sustantivos de cultura que se ejecutaron en el sexenio peñista y que fue asumido por todos los gobiernos que vienen desde 1989 a la fecha.

La continuidad de este modelo cultural estaba garantizada por la permanencia del proyecto neoliberal que se aplicó desde la primera mitad de 1980 en el país. “El cambio parece inminente por el anuncio de la llegada de un nuevo proyecto de nación, pero sobre todo por los gravísimos problemas sociales que hoy se afrontan y que hace ver como limitativo e insuficiente el enfoque de las tres décadas anteriores. La verdad, yo veo recomendable un cambio de enfoque”.

Señala que las prioridades para el próximo gobierno en esta materia serían detener la desvinculación entre educación y cultura y revertir el “desbalance” entre lo que de facto ha sido una política de alta cultura y otra muy modesta dirigida a las culturas populares y comunitarias.

—¿No está fuera de época el nacionalismo que pregona la Cuarta Transformación? –se le inquiere.

—El nacionalismo no es otra cosa, en los tiempos actuales, que la estrategia de supervivencia de los países y de las comunidades más vulnerables, frente a la devastación económica y cultural que ha provocado la globalización –ataja–. Si consideramos que el nacionalismo es al mismo tiempo una doctrina de Estado que un sentimiento de pertenencia a una nación, lo que debe buscarse es que haya una coincidencia entre ambos, como la forma más eficaz de encontrar un sentido a la vida social del país. Se esperaría que hiciera coincidir un nuevo proyecto de nación y la participación de las mayorías en los procesos productivos y culturales.

Explica que desde la década de 1990 el poder político (“nuestra élite del poder que ha fusionado gobierno con oligarquía”) vive una euforia cosmopolita fantasiosa, celebrando triunfos que no son del país, con un crecimiento económico que ha beneficiado muy privilegiadamente a las élites económicas nacionales y transnacionales y que, como contrapartida, ha incrementado la pérdida del sentimiento de comunidad nacional, “y ha acentuado nuestras fobias más antiguas, como el racismo, el clasismo, y ha minado valores tan fundamentales como la solidaridad con los más vulnerables”.

El experto en políticas públicas culturales y coautor de la investigación Los Sistemas Nacional de Cultura. Informe México, editado por la Organización de Estados Americanos, el nacionalismo mexicano ha terminado por verse como vergonzante. “Y en parte hay razón, porque nos hemos solazado con un nacionalismo de viejo cuño, con los mismos discursos, los mismos paisajes, las mismas fanfarrias de carnaval, que ya no dicen mayor cosa a los jóvenes de hoy. Hay que considerar que, con un nuevo sello nacional, ganaríamos una sociedad más fuerte y estaríamos en condiciones de presentar al mundo una imagen diferente de país, opuesta a la del narcotráfico, los asesinatos masivos, la trata de personas, las desapariciones y los desplazamientos forzados, los feminicidios y la pobreza extrema. Es urgente entonces, una campaña de redignificación de la imagen nacional, especialmente en Norteamérica, donde tantos intereses legítimos ya tenemos que defender. Vista en su proyección de largo plazo, se trataría de una nueva diplomacia cultural”.

—¿El nuevo programa de cultura seguirá al nacionalismo habitual?

—Tengo confianza en que el nuevo gobierno propiciará un nuevo nacionalismo, fundamentado en el reconocimiento y la promoción de nuestra vasta diversidad cultural. Espero que con ello se deje atrás el énfasis individualista de la promoción artística y cultural contemporánea, y que se apoye la generación de nuevas corrientes culturales, estéticas y artísticas, arraigadas en la vida comunitaria y con un fuerte énfasis en el sentido de responsabilidad social de la creación y la difusión.

“Confío también en que se lleve a cabo una intensa producción editorial de bajo costo, con la expectativa de alcanzar a muy amplios públicos lectores. Sólo advertiría que esto demanda una atinada estrategia para que el libro barato llegue al lector. Pues tenemos la experiencia histórica, en un país de baja lectura, donde la mayoría de nuestras universidades y las editoriales privadas han tenido la enorme dificultad de hacer llegar los libros a sus lectores potenciales. Se ha dado por sentado que producir libros es en sí mismo un logro; pero se ha minimizado y desatendido la creación de empatía entre el libro y el lector.”

El maestro en sociología por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM explica que es necesaria una interfase de estrategias innovadoras de divulgación, difusión y comercialización. Pero también es necesario apelar al apoyo de las instituciones académicas, y al de sus investigadores, para crear obras de divulgación, didácticas, dirigidas a estudiantes, o lectores con perfiles sociales diferenciados.

“La investigación científica y cultural no debe tener como destinatarios únicos a los propios investigadores o a sus públicos especializados, que es lo que ha ocurrido mayoritariamente hasta ahora.”

Destaca que también debe reimpulsarse el sistema nacional de bibliotecas. Lamenta que desde hace 3 sexenios no haya habido un incremento sensible de la Red Nacional de Bibliotecas. “Flota en el aire la urgencia de acciones de extensión hacia la sociedad, que vayan desde la realización de actividades escolares in situ hasta la presentación sistemática y generalizada de festivales de lectura locales que, por modestos que parezcan, involucran directamente a la comunidad”.

Otro elemento estratégico que puede desarrollar la nueva administración es la vinculación de los centros académicos con las organizaciones sociales, los centros de trabajo, las escuelas de nivel básico y medio superior; en una labor semejante a la que concibieron y practicaron los ateneístas desde hace más de 1 siglo, antes y durante las tribulaciones de la Revolución.

—¿Esto no politiza la labor cultural?

—La labor de fomento cultural siempre tiene una connotación política, pues abre horizontes para que las personas entiendan mejor el mundo y para que tomen posición frente a los problemas que se observan y se viven en él. No hay labor cultural aséptica. Y si la politización desencadena resultados en términos de elevación de la calidad de vida de las mayorías, bienvenida la politización. Esto es, en sustancia, democratizar la cultura.

“También es un aporte para abandonar el ambiente de democracia salvaje, llena de epítetos y descalificaciones, que lamentablemente viven muchos sectores de nuestro país. En especial, la lectura civiliza, hace pensar antes de hablar. Y esto aplica, por cierto, en primer lugar, para los funcionarios públicos.”

—Y la cultura como actividad económica, ¿dónde queda?

—Debe ser parte sustancial de una nueva política cultural, que aliente y traduzca la cultura en actividad económica formal o informal; que, sin desatender la industria cultural como el cine, la televisión, la radio, etcétera, ponga el acento en la producción artesanal y en la vida cultural de todos los días. Sabemos que la gran mayoría de la producción artesanal no es en rigor una industria, pero eso no debe excluirla de una vigorosa política de fomento, a nivel de pequeña y mediana empresa, que contribuya a detonar el desarrollo local, ofrezca empleo y estimule la creatividad de las personas y las comunidades. Deben diseñarse los mecanismos financieros a modo, aunque la actividad haya de abandonar el sector cultural y pasar, por ejemplo, al de desarrollo social. También deberá figurar una política de medios que ponga en el centro la educación cultural a distancia y el uso educativo del internet, incluida la capacitación.

—¿Este sesgo económico de promoción cultural sería una forma de neutralizar la expansión delictiva entre los jóvenes?

—Sí, sin duda. Porque la única manera efectiva de contribuir a la restauración del tejido social y a la prevención de la delincuencia es con opciones productivas, enfocadas principalmente a los jóvenes. Darles sólo recreación, educación artística no formal o cualquier otro servicio cultural, sin vínculo con el empleo o con la educación formal, es un paliativo bienintencionado, pero inútil frente a la proporción desmesurada de los problemas de desocupación y delincuencia que ellos padecen. Me parece que en este aspecto se ha confiado demasiado en el poder de los llamados eventos culturales; dentro de la lógica de que hacer crecer los públicos es sinónimo de desarrollo cultural. Por lo demás, la acción cultural productiva construye lazos más sólidos y permanentes, de supervivencia y de formación de las identidades local y nacional. Puede ser incluso piedra de toque de un nuevo nacionalismo.

—¿Cuándo habla de los privilegios de las élites culturales a qué se refiere?

—De entrada, a la inequidad en los presupuestos asignados a los programas sustantivos del sector cultural, que condicionan un aprovechamiento polarizado entre la denominada “alta cultura” y las culturas populares. No me atrevo a dar cifras en este momento, pero no creo equivocarme en esencia: los programas de difusión, que son de muy alto costo, e incluso onerosos en muchos casos, devoran los recursos de programas dirigidos a las culturas populares, a la educación artística o al fomento a la lectura. La desproporción es asombrosa y el impacto social que ello provoca es inadmisible dentro de las nuevas circunstancias que atraviesa el país. Esto va más allá de cualquier suspicacia sobre la calidad que ha tenido la oferta cultural del Conaculta o la Secretaría de Cultura. Por el contrario, hay que celebrar que la programación de espectáculos en Bellas Artes o la presentación de grupos en el Festival Internacional Cervantino hayan mantenido en general un muy alto nivel, con independencia de la administración sexenal de que se trate.

Sin embargo, explica que hay una deuda frente a los creadores culturales de los pueblos y comunidades; e incluso frente a los egresados de las escuelas profesionales de arte, que sólo cuentan con la opción de becas e intercambios académicos con instituciones de otros países. En todos los casos, hace falta una amplia y permanente promoción en el extranjero.

“No quiero dejar de lado al menos un ejemplo de la inequidad del presupuesto. Me atrevo a citar sólo un dato reciente, que estimo representativo de este problema: un proyecto cultural del Programa de Apoyos a las Culturas Populares y Comunitarias cuenta con un presupuesto de 60 mil pesos para un solo año de ejecución. Hay que agregar que el proyecto apoyado debe ser colectivo y, por tanto, queda por imaginar el monto individual que termina otorgándose como beneficio. A esto habría que contrastarlo con lo que obtiene mensualmente un miembro del Sistema Nacional de Creadores o lo que puede llegar a costar una función de ópera con músicos extranjeros. En el caso de los creadores, reciben de 11 a 20 salarios mínimos de estímulo; esto es, en el rango más alto, un creador recibe en 1 mes el equivalente a lo que recibe un grupo de creadores populares en 1 año, porque los proyectos son colectivos. No se trata de restar a lo que ya tiene su lugar dentro del sistema cultural gubernamental, sino de imaginar mayores fuentes de financiamiento y esquemas menos injustos de distribución del presupuesto.

—La cultura, como parte de la superestructura de la sociedad, se ha correspondido con el desarrollo económico y las relaciones sociales –se le señala.

—La política cultural forma parte, por un lado, de acciones concretas y tangibles, y por otro, de  la creación de un imaginario colectivo que tiene que ver con lo que la gente espera de un gobierno y la imagen que este crea frente a la sociedad, en este caso de un gobierno abierto, democrático, no sólo con las aportaciones de la alta cultura, sino de las culturas populares. La política cultural en México ha tenido una tradición notable desde el siglo XIX y aun cuando ha sido difícil de concretar por las vicisitudes que ha tenido en sus distintas épocas, ha tenido una continuidad ideológica desde la Reforma, la Revolución y la gestión de José Vasconcelos al frente de la Secretaría de Educación Pública, con el nacionalismo cultural, una política de apoyo a los artistas más sobresalientes de la época para crear una imagen de México inteligible para el pueblo, como lo fue el muralismo.

“Fue por ello el elemento más significativo, porque la obra artística estaba emparentada con un objetivo didáctico para que la gente se reconociese en los muros de Rivera, Orozco, Siqueiros, y que permitiera ir creando un sentimiento de pertenencia a la nación. Este sentimiento nacional fue sobre todo en las décadas de 1920, 1930 y más atenuada en la de 1940 en que surgió en la escena aristas plásticos que buscaban una renovación de la cultura mexicana, la Generación de la Cultura: Tamayo, Cuevas,  Felguérez,  Gunter Guerzo, la cual permitió que México dialogara de tú a tú con las corrientes contemporáneas del arte. El Estado mexicano auspició y apoyó a los nuevos artistas, ya no como un movimiento general sino selectivo a los personajes, que continuó hasta principios de la década de 1970, con el gobierno de Luis Echeverría.”

Explica que Luis Echeverría trató de rescatar el nacionalismo cultural para darle una presencia peculiar a México en el escenario internacional, ya que había un  movimiento destacado del Tercer Mundo en el que México sobresalía como uno de los principales promotores de independencia frente a las grandes potencias: soviética y estadounidense, y por tanto, ese nacionalismo cultural renovado  hizo énfasis en los aspectos más esquemáticos de la cultura mexicana en la recreación de identificación de imágenes, música y danza mexicana.

Evalúa que Luis Echeverría trató de reajustar el nacionalismo luego de su papel como secretario de Gobernación en el movimiento estudiantil de 1968, sobre todo frente a los jóvenes, para que despegara la educación superior en México: “gran presupuesto, nuevas instituciones, creación del Colegio de Ciencias y Humanidades, etcétera, lo cual llevó a una revaloración de lo mexicano, más en lo que ocurría en la imaginación de las personas que realmente en la reivindicación de las causa populares que se fueron relegando de nueva cuenta”.

López Portillo, por su parte, dio continuidad a esa política, merced a su esposa que impulsó las culturas, se creó el Fondo Nacional para las Culturas Populares. Con De la Madrid el elemento más significativo fue la promoción de bibliotecas, no menos de 5 mil en un  país profundamente afectado por la crisis financiera, enorme deuda externa y una inflación desmesurada.

Mientras, Carlos Salinas en un intento de “refundación del Estado”, nace el Conaculta para coordinar todas las actividades culturales que promovía el Estado y procurar un manejo eficiente del presupuesto.

“Lo que ocurre con la aparición del Conaculta en 1988 es recuperar las instituciones dispersas en Gobernación y otras y se crean vasos comunicantes entre las instituciones afines en vocación cultural y se les da un programa afín a todas ellas y se crean 10 programas sustantivos que desde entonces el más importante, es el de preservación y difusión del patrimonio cultural.”

El académico explica que luego de la elección presidencial de 1988 lo que buscaba Salinas era “atenuar la belicosidad de los intelectuales y contrarrestar la inconformidad de artistas e intelectuales”.

Poco realmente se logró. Fracasaron sexenio tras sexenio los intentos por relacionar el sector educativo con las políticas culturales.

“Hay un bajísimo índice de lectura, los libros se venden muy poco, la lectura se hace por Internet, la gente no lee cosas sustantivas que le mejore la vida, usa esta plataforma como entretenimiento y como el peor de ellos. Ha faltado la política educativa y cultural para orientar las nuevas tecnologías a los objetivos de la educación y la cultura.”

—¿Qué se requiere en el futuro inmediato la cuestión cultural?

—El nuevo sexenio de López Obrador tendrá que optimizar los recursos financieros de los sectores educativo y cultural. Una forma de lograrlo es dando un mejor uso al internet y a la capacitación de los profesores en las tecnologías de la información y la comunicación para utilizarlas cotidianamente dentro de las aulas y crear nuevos hábitos en niños y jóvenes, para acabar con la paradoja de que hay más de 70 millones de celulares y computadoras, pero hay que convertir esa ventaja en un reto en favor de la educación y la cultura, no sólo para chatear y ver las peores cosas. El sistema no ha generado contenido sustancioso en cultura para que, por ejemplo, la educación primaria sea formativa con un nuevo civismo y nacionalismo y crear una actitud entre la población de solidaridad, colaboración, desarrollo de lo social para poder resolver los grandes problemas nacionales, de la que están escindidos la educación y la cultura.

—¿Cuáles son las prioridades al cambio de gobierno?

—Mi enumeración esarbitraria, pero en algo puede servir para sintetizar el problema de hacer mucho con presupuestos austeros. Primero: reconceptualizar las políticas culturales, de acuerdo con las necesidades de un país que se debate entre la pobreza, la baja calidad educativa y la violencia. Para ello, es clave la aplicación de la Ley General de Cultura y Derechos Culturales promulgada en 2017 y cuyo reglamento hasta donde sé está por elaborarse. En particular, es ineludible el inciso segundo del artículo 2, que se propone: “Establecer los mecanismos de acceso y de participación a  las personas y comunidades a las manifestaciones culturales.” Segundo: el ajuste del marco legislativo del conjunto de las instituciones de cultura, para dar congruencia y mayor fortaleza a éstas. Tercero: redimensionar el presupuesto, para dar cabida a un programa sectorial de alto impacto social. Es preciso también ponderar si se ha dado un proceso de burocratización del sector. Hay que recordar que uno de los cometidos centrales de la creación del Conaculta fue minimizar la burocracia, en favor de la asignación directa de estímulos a la creación cultural y artística. Cuarto: vincular con efectividad el sector cultural al educativo, orientándolo privilegiadamente a instrumentar una campaña nacional para la realfabetización. Quinto: apoyar a las pequeñas y medianas industrias culturales; y a los productores culturales comunitarios. Sexto: profesionalizar al personal de las instituciones culturales (promotores, gestores, profesores, investigadores, técnicos. Crear opciones formales y con certificación. Séptimo: generar nuevas opciones de financiamiento, tendentes a la autosustentabilidad de los nuevos proyectos culturales. Octavo: dar un real carácter transversal a las políticas culturales en el conjunto de los programas sectoriales del gobierno federal. Noveno: generar una nueva diplomacia cultural, proactiva y nacionalista, que redignifique la imagen del país en el exterior.

“Es urgente pasar de la celebración de nuestra riqueza cultural ya reconocida y multicitada, a una política eminentemente social, que aporte soluciones desde el ámbito de las culturas vivas, para asumir como propios los problemas más apremiantes del país.”

José Réyez

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