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El capo está preso. Su casa, en el poblado de La Tuna, Badiraguato (Sinaloa), allanada, saqueada. Joaquín Guzmán Loera, el Chapo, pasa sus días –y todo parece indicar, los que le queden de vida– encerrado en el Centro Correccional Metropolitano de Nueva York, una cárcel federal en Manhattan, Estados Unidos.

¿Y así termina todo? ¿Es el final de una carrera que inició a los 15 años de edad como sembrador de marihuana y que lo llevó a liderar la organización más importante del mundo en el trasiego de drogas? ¿Así acaba la historia de quien ha vendido más estupefacientes a Estados Unidos, se fugó dos veces de penales de “máxima seguridad”, sometió a cómplices y socios y se impuso al frente del mítico Cártel de Sinaloa (o del Pacífico, como también se le conoce)?

A Guzmán Loera, más allá de las capacidades intelectuales que supuestamente posee y de los rasgos de personalidad (carácter y temperamento) que tal vez lo definan, lo convirtieron en un mito. De manera deliberada, las autoridades –con el apoyo interesado o ingenuo de la mayoría de los medios de comunicación– construyeron la leyenda de un ser humano extraordinario; aquel que con su “astucia” burló durante décadas a las autoridades de su país de origen (México), de la potencia mundial que se asume como el policía del orbe (Estados Unidos) y de una decena de naciones de América del Sur, América Central y Europa.

Como si él hubiera hecho todo solo… Como si de todos los crímenes que cometió él fuera el único responsable… Para convertir al Cártel de Sinaloa en la organización criminal más grande del mundo, ¿con quiénes pactó?, ¿qué autoridades le abrieron las rutas, lo dejaron pasar?, ¿quiénes miraron para otro lado ante sus escandalosas e inocultables estructuras financieras?, ¿a quiénes sobornó?, ¿a quién rendía cuentas?, ¿con quién negociaba..?

¿Cuánta información de inteligencia generó la búsqueda de quien fue considerado por varios años el más buscado, el principal enemigo de Estados Unidos y de México? ¿Dónde está esa información recopilada por elementos de las agencias policiacas, militares y de seguridad nacional y que daría cuenta de sus complicidades en las esferas política, religiosa, social, militar, policiaca?

Existe. De ella da apenas algunos indicios, pero sólidos, un libro editado en junio pasado. Torpezas de la inteligencia. Las grandes fallas de la seguridad nacional y sus posibles soluciones. Su autor es el general Jorge Carrillo Olea, quien desde hace 50 años conoce el mundo sórdido, pesaroso e inacabado de la inteligencia mexicana. En estos momentos sólo nos baste decir que es el fundador del actual (y próximo a desaparecer) Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen), la última agencia de inteligencia civil del Estado mexicano que sustituyó a la Dirección Federal de Seguridad (de triste y repugnante memoria).

Tal documentación lleva por título “El archivo de Badiraguato”. Se comenzó a construir luego de la primera fuga del narcotraficante. Está integrada por tres tipos de información. En su libro, Carrillo Olea describe:

“1. De la supuesta detección, investigación y procesamiento de la vastísima red de personas de toda índole que hacían posibles las operaciones de Guzmán. No sólo sus escoltas, no. Me refiero a las autoridades de todo nivel, a empresarios, agentes financieros y empleados civiles bancarios, de transportes, alojamiento o prestación de servicios nacionales y extranjeros de todo tipo.

“2. Del debido aseguramiento de inimaginables objetos en la sede criminal en su pueblo natal, Badiraguato, y particularmente el poblado de La Tuna, de 150 habitantes, donde se encontraba su complejo habitacional, donde vivían su madre, parientes, secuaces, pero muchísimo más. Era tan secreto aquello que su mamá daba entrevistas a CNN y narraba cómo ella contaba el dinero…

“3. De los resultados obtenidos si los trámites en pos de colaboración extranjera fueran con organismos internacionales, como Interpol, Europol, además de los servicios de procuración y administración de justicia nacionales.”

Tal acervo de inteligencia debió de haberse construido para: “Conocer y actuar consecuentemente sobre las redes que hicieron prosperar enormemente al Cártel de Sinaloa y, particularmente, que encubrieron 13 años al criminal”.

Así que se trata de información altamente sensible para los personajes centrales de los últimos sexenios. Carrillo Olea comenta sobre los alcances del archivo:

“De ser eficaz esa tarea de alta inteligencia, muchas estrellas políticas, empresariales, sociales y religiosas, nacionales y extranjeras, de hoy y de los últimos 30 años, temblarían.”

¿Por qué no se ha aprehendido o investigado formalmente a nadie? ¿El Chapo hizo solo todo? ¿Por qué parte de esa información en manos de la Procuraduría General de la República (PGR) no se utilizó para continuar con las investigaciones?

Otras preguntas surgen. Hoy Guzmán Loera come de la mano del Tío Sam. Y en México asumirá un nuevo presidente, Andrés Manuel López Obrador, supuestamente alejado de los intereses de quienes han gobernado los últimos 4 sexenios. ¿Qué destino tendrán esos archivos?

Carrillo Olea dice que esos documentos se encontraban diseminados en varias ciudades y en el extranjero. En su conjunto eran conocidos como, ya dijimos, “Los archivos de Badiraguato”. Sospecha que ante el cambio de condiciones, esos acervos “fueron destruidos o desplazados a otros sitios. Existe también la posibilidad de que hayan sido comprados por otras bandas criminales, sólo para evitar su involucramiento en la averiguación que no se hizo. Su contenido era oro o bien uranio radiactivo, según sus usuarios […].”

La prueba de tales corrupciones, observa el general, es que no se detuvo a nadie, siquiera de sus círculos íntimos, escoltas, operadores inmediatos. Yo agregaría que incluso a su “círculo íntimo” se le da un trato de celebridad o de personajes de la farándula. Ahí están las notas acerca de cómo se festejan los cumpleaños en la familia Guzmán: al estilo Barbie (no al narco estadunidense integrante del Cártel de los Beltrán Leyva que llevaba ese apodo, sino a la muñeca de juguete original).

Entre las reflexiones sobre este punto, en el libro se asienta: “[…] es casi imposible explicar la prosperidad del Cártel de Sinaloa, su hegemonía ganada a sangre sobre otros cárteles y su éxito corporativo/empresarial, sin una red de complicidades, entre las que destacarían las de las autoridades […]”. Pero también las de otros sectores, como el empresarial y el de la Iglesia.

Fragmentos

Torpezas de la inteligencia. Las grandes fallas de la seguridad nacional y sus posibles soluciones es mucho más que el pasaje sobre “El archivo de Badiraguato”. Se trata de una revisión de los servicios de inteligencia desde la época de Díaz Ordaz. Es un libro que interpela al lector con aspectos autobiográficos, crónicas en primera persona sobre hechos como la visita del presidente Echeverría a la UNAM y conceptos sobre la seguridad nacional y la inteligencia estratégica. Siempre, una crítica –sexenio por sexenio– de la inasible política de seguridad nacional seguida por los titulares del Poder Ejecutivo en turno. En cada capítulo se advierte que Carrillo Olea sabe más de lo que escribe.

Zósimo Camacho

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