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I. El periodismo es ya un oficio de muerte, como lo califica Carlos Moncada Ochoa en su libro-recuento con el subtítulo: Periodistas asesinados en el país de la impunidad, (al que todavía Miguel Ángel Granados Chapa, que tanta falta nos sigue haciendo -1941-2011–, le escribió el prólogo). No paran los homicidios, en el contexto del resto de los que diariamente tienen lugar por todo el país y que suman cientos de miles, empezando por los feminicidios hasta de niñas. Los periodistas están siendo eliminados y al menos desde la desaparición de Alfredo Jiménez en 2005, durante el sexenio foxista, esas muertes han ido en aumento hasta alcanzar homicidios al por mayor dentro del listado de mexicanos vilmente asesinados en los últimos tres gobiernos. La lista la encabeza Manuel Buendía en 1984, y con esos crímenes se busca que los medios de comunicación, empezando por la prensa escrita que sobrevive, con la radio y la televisión, y la competencia de las “páginas” en los medios electrónicos, no informen, critiquen ni toquen temas y asuntos que afecten la imagen de funcionarios y delincuentes.

Otra vez dos periodistas han sido asesinados: Rubén Pat Cahuich, el 24 de julio, y un día antes Luis Pérez García. De enero a este mes, ocho más fueron asesinados. La criminalidad sigue imparable, mientras los gobernantes solamente envían sus “más sentidos pésames”. Y es mínimo lo que hacen para cumplir con sus obligaciones constitucionales de garantizar la vida de los mexicanos, entre ellos la de los periodistas. Estos como reporteros son el principal objetivo de lo que en nuestro país se ha convertido en “oficio de muerte”. No hay día que no sepamos de la violencia sangrienta en general, y tampoco de que un reportero ha sido abatido por desempeñar su oficio, como es el caso, entre otros más, de Javier Valdez Cárdenas (15/V/17), sobre quien César Ramos publicó una antología con el título: Periodismo escrito con sangre (editorial Grijalbo.-2018). Así que a tiros quieren, los delincuentes con sus sicarios y los funcionarios con los suyos, impedir la información que los exhibe en sus abusos tipificados como delitos.

Luis Pérez García y Rubén Pat Cahuich laboraban para el semanario digital Playa news, Aquí y Ahora, en Cancún, Quintana Roo; lugar para el turismo nacional e internacional. La reportera Elena Reina (El País: 25/VII/18) escribió: “Las autoridades de Quintana Roo (apellido del benemérito luchador por la independencia de 1810; patriota intachable y periodista, director de El Federalista), Estado al que pertenece Playa del Carmen, y del municipio han asegurado que harán todo lo posible para que se lleven a cabo las investigaciones pertinentes y llegar hasta sus últimas consecuencias, una frase que se repite con cada asesinato a un reportero, con cada feminicidio, con cada candidato a una alcaldía muerto, con cada secuestro. No hay ni un detenido y en la mayoría de los casos nunca se llega hasta sus últimas consecuencias”.

El Alto Comisionado de la Organización de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos dijo haber recibido información de que el comunicador Pat Cahuich había sido amenazado y luego detenido presuntamente por policías que lo torturaron, el pasado 25 de junio, un mes antes de su asesinato, y que el periodista había publicado información que vincularía a funcionarios locales con grupos de la delincuencia organizada. La “mano negra” de los funcionarios coludidos con narcotraficantes, que son objeto de información y comentarios en medios de comunicación, está detrás de esos homicidios. Delincuentes con poder administrativo, policiaco, político, no quieren ser mencionados ni indirectamente en los hechos de esa complicidad, por lo que piden a sus pistoleros que ejecuten las órdenes de privar de la vida a los periodistas que se atreven a ejercer sus derechos de libertad para informar a la opinión pública.

Así es como ha sido asesinado Rubén Pat Cahuich. Y queda claro que sobrevivimos en la más sangrienta inseguridad, porque se han multiplicado los delincuentes con su cúpula de narcos-capos y sus cárteles que entre sí se disputan por tierra, mar y aire el control del comercio de las drogas. Inmersos en esas desgracias, los mexicanos no hayamos cómo defendernos de los constantes y arteros ataques dirigidos a los periodistas; sobre todo a los reporteros y a quienes tienen sus portales para divulgar lo que investigan, exhibiendo los abusos, complicidades y demás telarañas de los poderes gubernamentales y los poderes fácticos de los matones a sueldo.

Son, estos tiempos, los de la canalla que por nada se detiene para robar y matar, ejercer amenazas para cumplirlas, asaltar día y noche; ahora utilizando motocicletas y automóviles o como acribillaron a Rubén Pat, para silenciar su periodismo que cuestionaba a funcionarios, policías, delincuentes y narcos en la península yucateca. A todo lo largo y ancho del territorio, los homicidios se suman por cientos de miles. Hay notoria e intencional incapacidad de los gobiernos para restablecer la máxima seguridad en las calles, carreteras y domicilios del país, porque esto es algo que no les importa. No se puede esperar al relevo federal y en las nueve entidades que cambiarán gobernadores, porque antes de que eso tenga lugar, los mexicanos continuarán haciéndose justicia por propia mano. Pero a pesar de los ataques, los periodistas no dejarán de informar, como lo hizo Rubén Pat; sobre quien las amenazas se cumplieron en el clima de total impunidad para asesinar que prevalece en el país.

Álvaro Cepeda Neri

[email protected]

Defensor del periodista

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