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China ofrece ayuda tangible y África acepta

China ofrece ayuda tangible y África acepta

El recorrido por países africanos del presidente Xi Jinping es una evidencia tangible de los pasos que da China para consolidar su posición como potencia económica mundial, con todo lo de político que esa condición implica en las procelosas condiciones de la presente escena mundial. Y, al mismo tiempo, contribuir al siempre dilatado despegue económico de África.

Una muestra de la profundidad económica que posee la agenda africana de Pekín es el anuncio de que sólo en Sudáfrica invertirá 14 mil millones de dólares, a tenor con una serie de memorandos de entendimiento suscritos el pasado 24 de julio entre Xi y el mandatario del país meridional, Cyril Ramaphosa, apenas llegado a Pretoria el primero y aún sin sacudirse el polvo del camino.

Antes, el presidente chino –cuya autoridad experimentó un refuerzo sustancial en el Sexto Pleno del Partido Comunista– visitó Ruanda y Senegal, ambos en el Occidente africano, países en los cuales concluyó acuerdos que aseguran a Pekín presencia económica y, por ende, política, en una zona que hasta hace muy poco era coto de caza privado de Francia, exmetrópoli de varios de esos Estados.

Evidencia de la buena impresión causada por el mandatario visitante fueron las declaraciones del presidente ruandés, Paul Kagame, quien aseveró que China habla con África en pie de igualdad, un enunciado cuyo análisis deja entrever el malestar subyacente aún por las relaciones desiguales que sufre el continente con sus antiguas metrópolis.

Y además, a pesar de que ha transcurrido el tiempo –que todo lo cura–, retrotrae a la memoria la ira en el continente provocada por el presidente estadunidense Donald Trump cuando llamó a los Estados africanos “shithole countries” (“países letrina”, aunque otras traducciones libérrimas lo interpretaron como “países de porquería”, pero con su sinónimo escatológico que la ética proscribe mencionar de manera explícita).

La presencia de China en el continente no es nueva: desde hace décadas, cuando aún vivía el líder Mao Zedong, la cooperación china era muy apreciada en África, a donde sus especialistas y obreros llevaban laboriosidad y dedicación, e incluso sus insumos, plasmada en proyectos de utilidad nacional.

Ahora, con una potencia económica acrecentada y mayor organización, China modernizada proporciona tecnología de punta y métodos de trabajo basados en el programa de la Franja y la Ruta del Siglo XXI, con resultados tangibles: más de 6 mil kilómetros de líneas ferroviarias en Angola, Etiopía, Kenya, Nigeria, Sudán y Djibouti, y una autopista que comunica la capital senegalesa, Dakar, con la segunda ciudad en importancia del país, por sólo nombrar algunos resultados.

La concreción de esos acuerdos incluye la formación de personal y la creación de puestos de trabajo, dos necesidades perentorias para África.

Sin pasar por alto que, en términos globales, China es el primer socio comercial de ese continente.

Es de notar que varios de estos países dan al océano Atlántico, el acceso a cuyos puertos resulta vital para los planes de proyección planetaria de la influencia de China en las próximas décadas.

Todo esto mientras en el horizonte político se cierne una guerra económica, cuyos primeros disparos ya resonaron con la imposición por parte de Estados Unidos de nuevos gravámenes a las importaciones de China, que respondió con una medida similar y el aviso de que tiene más en cartera, al tiempo que acudió a la Organización Mundial del Comercio para denunciar las medidas de Washington.

En paralelo, la dirección china se ha cuidado de mantenerse al margen de conflictos que distraigan la atención de su prioridad que, como demuestra la ofensiva diplomática con marcados tintes económicos liderada por Xi, es sentar reales en las cuatro esquinas del planeta.

A diferencia de Estados Unidos, liderado por Donald Trump, que no escatima esfuerzos en hacerse rivales incluso entre sus aliados o agravar conflictos, como es el caso con Irán, en el cual la guerra verbal aumentó varias octavas y amenaza con incendiar el Golfo Pérsico, área por la cual transita el petróleo que alimenta las economías de las potencias europeas y asiáticas.

El colofón del recorrido africano de Xi fue la Cumbre en Sudáfrica del grupo Brics, integrado por Brasil, Rusia, la India, China y Sudáfrica, el cual se perfila como alternativa al mundo unipolar surgido tras el desplome del bloque socialista en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y Europa oriental.

Este bloque resulta atractivo para países emergentes, como es el caso de Turquía, cuyas autoridades manifestaron la intención de sumársele, recibida con beneplácito, a diferencia de las dilaciones en el proceso de integración a la Unión Europea.

El mensaje subliminal del recorrido de Xi es palmario: la asociación de mutuo beneficio con China propone un despegue del potencial del territorio que hasta ahora sólo ha beneficiado a las economías de las exmetrópolis y para África, el continente de un futuro que no acaba de llegar. La tentación es demasiado grande como para dejarla pasar.

Moisés Saab/Prensa Latina

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