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Sahara-Mediterráneo, “el camino del infierno”

Sahara-Mediterráneo, “el camino del infierno”

La Habana, Cuba. La mayoría de los medios impresos y digitales del planeta refleja el interminable drama de muerte del Sahara, el mayor desierto de arena del mundo con 9 millones 65 mil kilómetros cuadrados de superficie.

Clasificado también como desierto “cálido” por la existencia de otros de sal y de hielo (los mayores de todos son el Antártico y el Ártico), la prensa denuncia los fallecidos allí, sobre todo de africanos en viaje de Níger a Libia hacia “pastos más verdes”.

El Sahara es hoy día junto al Mediterráneo uno de los dos más tenebrosos escenarios para esos emigrantes en busca de “la tierra prometida” que significa Europa para el llamado “continente negro” y para muchos pueblos de otras latitudes.

Cunas ambos de amores famosos, fuentes de arte y literatura, y ambientes exóticos para la aventura, el temible desierto cuyas arenas sirvieron de ambiente a unos 100 libros, emula con el querido Mare Nostrum de los romanos en una suerte de remedo infernal.

Las estadísticas de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sobre 17 mil africanos llegados a Libia por mar o tierra desde principios de 2014, compiten con la de 600 mil viajeros procedentes de África, Oriente Medio y Asia meridional rescatadas del Mediterráneo en 2016, según el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).

El Sahara supera sus propias ficciones

Novelas como Sinuhé el egipcio (Mika Waltari), El Árabe (Edith Maude Hull), y películas como la angloestadunidense Lawrence de Arabia (dirigida por David Lean) o las estadunidenses Cleopatra (Joseph L Mankiewicz) y El león del desierto (Moustapha Akkad), traducen siglos de muerte y sufrimiento de la realidad a la ficción.

Esas obras ofrecen su visión sobre tragedias de muertes pasadas y presentes a causa del hambre, el agotamiento, los ataques de bandidos y la sed extrema, esta última la etapa más avanzada de la deshidratación, pues se experimenta cuando ya el cuerpo perdió mucha agua, sin la cual los humanos solo podemos vivir entre tres y cinco días.

Pero, por encima de pasajes como los del filme de Akkad sobre la guerra entre la Italia de Mussolini y las tribus beduinas de Libia, las arenas de ese país norafricano garantizan un destino aún más fatal para muchos que emprenden hacia allí el camino por el Sahara.

Esa obra cinematográfica, que inmortaliza también la resistencia de líderes guerreros como Omar Mukhtar, consagra tal vez más que otras el drama histórico del afamado desierto continental.

Pero la diferencia entre historia y actualidad parece superar cualquier barrera de la imaginación y nos presenta una dimensión superior sobre el mal y sus reductos, con una actualidad que aplasta la ficción.

Pese al atraso de aquel mundo de arenas y soledad, la muerte asume aquí todas las aplicaciones de la modernidad y se reactualiza cada día con nuevas armas, acechanzas y métodos para privar al emigrante africano de su vida y de sus bienes.

La tragedia pasa por 11 países

Así, el mayor desierto cálido del mundo con territorios de 11 países (Argelia, Chad, Egipto, Libia, Mali, Mauritania, Marruecos, Níger, Sahara Occidental, Sudán y Túnez), deviene respecto al Mediterráneo una réplica de desgracia y fatalidad.

Los emigrantes que atraviesan sus arenas son víctimas del asesinato, la violación y el abandono, en medio de temperaturas de 60 grados centígrados por el día y de menos 21 en la noche.

Los por cientos de fallecidos entre quienes se aventuran por el desierto son cada vez más altos, sobre todo cuando caen en manos de traficantes, hasta el punto de que algunas estadísticas establecen una sobrevivencia de 44 personas entre 50 posibles.

Una situación de ese tipo ocurre con frecuencia con camiones y otros vehículos que se averían en medio del calor extremo, entre las ciudades norteñas nigerinas de Dirkou y Agadez, urbe esta última a las puertas del Sahara y cruce de caminos hacia Libia “con destino” a Europa.

 “Estas estremecedoras muertes forman parte de un panorama mayor de explotación, una trampa mortal organizada por los traficantes, que se extiende del Mediterráneo al Sahara; ellos son capaces de traspasar cualquier límite para explotar a inmigrantes y refugiados desesperados”, asegura un comunicado del Acnur.

La Organización Internacional para las Migraciones, que trabaja también contra los peligros del desierto y su continuidad en las travesías en barco por el Mediterráneo, registró el pasado 2016 a 335 mil migrantes que viajaban vía Níger hacia Libia o Argelia para subirse a algún barco hacia Europa, pero sólo tuvo constancia de 111 mil regresados a Agadez en sentido contrario.

“Hemos visto cuerpos enterrados. No hay seguridad en el desierto”, afirma el albañil ghanés de 36 años Eric Manu, que regresa con sus sueños rotos tras dos años en Libia y buena experiencia sobre el equipamiento obligatorio frente a la arena y el calor del Sahara: pasamontañas, guantes, gafas de sol, chaqueta, bidón de agua.

Agadez, un nuevo calvario

Tras vencer la etapa de Agadez, la mayor ciudad del norte de Níger, donde son agrupados en albergues o guetos y tienden plásticos para protegerse del sol, sin agua ni electricidad, comienza un nuevo calvario para los migrantes venidos del propio país y de Senegal, Gambia, Guinea Bissau o Conakry, Costa de Marfil, Ghana o Nigeria.

La travesía de 750 kilómetros hacia Libia por el desierto es de dos o tres días, a bordo de una camioneta con 20 o 30 viajeros, mal sujetos y vestidos para el sol y la arena con capuchas, anteojos, guantes y camperas, que en nada protegen de accidentes, detenciones y de la muerte por hambre o sed.

“Estoy cansado, muy cansado. El Sahara es duro: el agua y la comida escasean”, se lamenta el joven senegalés Ibrahim Kandese al bajar del vehículo cerca de una barrera al este de Agadez.

Y no es para menos porque esa es una región controlada por traficantes y de terreno difícil de cruzar que impide a muchos rebasarla, y está tan sembrada de cadáveres que algunos la califican de “cementerio”.

Por eso resulta también coherente el nombre con que los migrantes subsaharianos describen a la ruta por el desierto desde Agadez hasta la ciudad libia de Sabha y que suscriben enciclopedias y medios de prensa: “el camino del infierno”.

Antonio Paneque Brizuela*/Prensa Latina

[BLOQUE: OPINIÓN][SECCIÓN: ARTÍCULO]