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El sobado refrán dice que en la casa del jabonero, el que no cae resbala. Y si en lugar de jabón es el pantano de la corrupción (nadie puede tirar la primera piedra, decretó Peña… y que lo sepultan a pedradas), de los aspirantes a desgobernar al país hasta que se harten los mexicanos, no hay uno que escape a las pedradas que los marcan como metidos hasta el cuello; cuando no en la corrupción política, sobre todo en la económica o sea en el saqueo de los dineros del pueblo a punto de, este final de año, hundirse en una pavorosa crisis con nulo crecimiento, devaluación del peso, encarecimiento de todos los bienes, disminución de las pensiones y jubilaciones. En suma: una recesión con depresión a consecuencia de los malos gobiernos: federal, estatales y municipales, que hacen del patrimonio nacional un botín, a sabiendas de que unos a otros se escudan en la impunidad. Ni en las izquierdas (PRD, Morena, PT), ni en los centros (PRI, con su ala derechista), ni en las derechas (Verde, Convergencia, Panal y el montón de minipartidos), ni con la lámpara de Diógenes, está la posibilidad de encontrar a una mujer ni hombre que tire la primera piedra contra la corrupción.

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¿Quién dice yo? ¿La Margarita de Calderón? ¿Los que se quieren ir por la libre: Castañeda, el ya desgobernador de Nuevo León, que se hace apodar el Bronco? ¿Acaso López Obrador? ¿No me digan que Mancera? ¡Mucho menos los Moreno Valle y sus escoltas Diódoro Carrasco, Lozano, el senador; Velasco, el chiapaneco! ¿Quién más anda por ahí? ¡Ah, los priístas, encabezados por el comiquísimo Ochoa Reza, quien cobró una indemnización que no merecía y contrató una asesoría multimillonaria; Osorio Chong, Nuño, Ruiz Esparza, Coldwell, Navarrete Prida, Rosario Robles! ¡La sobrina de CSG doña Claudia Ruiz-Massieu, Meade! Si de esos ha de salir el que se apodere de la Presidencia de la República, entonces la nación tiene una alternativa: se somete o impone su soberanía, para “alterar o modificar la forma de su gobierno”.

Ante ese panorama no queda más que ir pensando en un gobierno de coalición, desde el centro con las izquierdas o con las derechas, para constituir un jefe de Gobierno responsable ante el Congreso. Y un presidente. Ambos, incluso, salidos hasta de una segunda vuelta electoral. Uno sólo de los partidos o un independiente ya no deben –porque no pueden– erigirse en la opción (de tan personal) más autoritaria de la actual decadencia del presidencialismo que ha llegado a su dramático final, congestionado de corrupción, incapacidad, ineficacia, con el peñismo que parece no llegar a terminar el sexenio.

Y entonces más se precipitaría lo del gobierno de coaliciones para encontrarle salida a la crisis de un presidente interino por 2 meses y luego un sustituto por lo que resta del sexenio, para arribar a las elecciones del 2018. Si no queremos un mayor desastre y que prospere la inseguridad criminal de homicidios, secuestros, emboscadas a militares y policías; desapariciones, pobreza y desempleo, ha llegado la hora de salirle al paso a las corrup­ciones política y económica. No hay, entre quienes anuncian su precandidatura, uno que pueda, a la antigua de la tradición presidencial y electorera, lograr lo que necesita y demanda la nación: resolver con más democracia representativa y directa, los problemas de nuestro presente, de una nave estatal que navega, más adentro de sus graves problemas, a la deriva.

Ya el Estado federal, el gobierno federal: Judicial, Legislativo y Administrativo, con su capital ya como una entidad más de nuestro Federalismo, no pueden tener gobernabilidad democrática si no es con arreglo a la coalición con los dos partidos más votados. Y constituir una moderna institucionalidad: la de un jefe de Estado y un jefe de gobierno. Éste con la aprobación del Congreso de sus secretarios del despacho y el jefe de gobierno responsable ante ese parlamento. Urge un sistema semiparlamentario. Ya no funciona el rebasado y corruptísimo presidencialismo, desacreditado y en picada desde, al menos, el alemanismo. Y totalmente pervertido, corrupto e ineficaz desde el díazordacismo, para culminar con el salinismo. Y un zedillismo que al fabricar la alternancia la hizo naufragar y convertirla regresivamente al priismo-peñista.

Nos arriesgamos a ese viraje político o un nuevo presidencialismo a la antigua provocará revueltas sociales que rayarán en el golpismo militar o la Revolución. El país resiste la destitución de un presidente (léase: Peña) y el procedimiento de un interino y el sustituto, para arribar a la propuesta de un gobierno de coalición del centro a la izquierda y/o derecha. Y la elección de un Jefe de Estado. Más el nombramiento o designación de un jefe de gobierno. Y el Congreso de la Unión transformado en un Parlamento, ante el cual será responsable el Jefe de Gobierno. Ambos por un período de 4 años. Es esto, o el autoritarismo hará total realidad la “dictadura perfecta”. Y se paseará el golpismo y una permanente crisis política. Se trata, con la mutación del sistema presidencialista al parlamentario o semiparlamentario, de “comenzar a mirar a la sociedad civil, caracterizada por las relaciones entre gobernantes y gobernados, desde el punto de vista de los gobernados y no desde los gobernantes” (Norberto Bobbio, Democracia: las técnicas; ensayo de su opus magna: Teoría General de la Política; editorial Trotta).

Jefe de Estado y jefe de gobierno con una administración de coalición, para la gobernabilidad federal y democrática, o la nación caerá en más crisis recurrentes, hundiéndose en las corrupciones política y económica.

Álvaro Cepeda Neri

[BLOQUE: OPINIÓN]

[SECCIÓN: CONTRAPODER]

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