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El mitin en el Kremlin

El mitin en el Kremlin

Graham Greene / Traducción de Rubén Moheno

Señor secretario General, admito que vine a este foro con un cierto grado de escepticismo. Pertenezco a la sección número dos: Cultura.

Hablar es a menudo un escape de la acción; en vez de un preludio para la acción; y las grandes palabras abstractas tienen que volar demasiado lejos y demasiado rápido.

Me siento incapaz, en verdad, de hacer un sumario de algunos de los excelentes grandes ensayos que se leyeron en mi sección. Les haría injusticia a los autores y mi memoria de hombre viejo se está volviendo débil.

Lo que he encontrado yo, si puedo ser personal, es que he sido atacado muchas veces por corresponsales de Occidente, a los que trato de evitar, y todos me dicen, “¿Por qué está usted aquí?”. Esto porque por más de 100 años ha existido una cierta sospecha, incluso una animadversión, entre la Iglesia católico romana y el comunismo. Ése no es marxismo verdadero, porque Marx condenó a Enrique VIII por cerrar los monasterios. Pero es una sospecha que ha perdurado. Durante los últimos 15 años o más, he pasado una gran cantidad de tiempo en América Latina, y ahí, me siento feliz al decirlo, esa sospecha está muerta y enterrada excepto para algunos individuos católicos, casi tan viejos como yo. No existe más. Nosotros estamos combatiendo –los católicos romanos están combatiendo– junto a los comunistas, y trabajando con los comunistas. Nosotros estamos combatiendo juntos a los Escuadrones de la Muerte en El Salvador. Nosotros estamos combatiendo juntos a los Contras en Nicaragua. Estamos combatiendo juntos al general Pinochet en Chile.

No existe división en nuestros pensamientos entre católicos –católicos romanos– y comunistas. En el gobierno sandinista mi amigo Tomás Borge, el ministro del Interior marxista, trabaja en estrecha relación con el padre Cardenal, el ministro de Cultura, el padre jesuita Cardenal, con el padre De Escoto, quien es ministro de Relaciones Exteriores. No existe más la barrera entre los católicos romanos y el comunismo.

El sueño que yo tengo, que, me temo, sobre el cual debí haber consultado a esta comisión, pero de algún modo no parecía venir bajo el encabezado de “Cultura”, el sueño que yo tengo es que esta cooperación entre católicos romanos y comunistas se extienda y se prolongue a sí misma en Europa, Occidental y Oriental. Y tengo incluso un sueño, señor secretario General, de que tal vez un día antes de que yo muera, yo sepa que existe un embajador de la Unión Soviética dando buen consejo al Vaticano.

Moscú, 16 de febrero de 1987.

 

Reflections, 1990

 

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