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Pobreza y empleo precario avanzan en Europa

Pobreza y empleo precario avanzan en Europa

Nadie está a salvo de la pobreza en Europa. Porque crece el trabajo precario, disminuye el salario y se suprimen derechos laborales mientras el desempleo se hace crónico en buena parte de los países. Entonces se cuenta hasta el céntimo, se va a vivir con los padres o, los más afortunados, alquilan una habitación en piso compartido. Pero no se pueden afrontar gastos imprevistos ni pagar la calefacción en invierno. A duras penas, alimentarse y con frecuencia se recurre a la organización Cáritas o a un banco de alimentos para poder comer los últimos días del mes. Se viste la misma ropa aunque esté deteriorada y se calzan los mismos zapatos con un agujero en la suela. Y ni 1 euro para ocio: tomar un café en un bar es un lujo…

Tal vez no sea la pobreza de Oliver Twist, de Charles Dickens, pero es pobreza.

Al inicio de la crisis, una licenciada universitaria inventó el término mileurista: jóvenes como ella que, con formación universitaria, sólo encontraban trabajos con insuficientes sueldos de 1 mil euros mensuales. Hoy, la legión de trabajadores pobres europeos se daría con un canto en los dientes por tal sueldo.

En España y el resto de Europa aumentan las trabajadoras y trabajadores con empleo, pero con sueldos de pobreza. Desapareció la creencia de que tener un empleo en países desarrollados supone bienestar. Por el contrario, tener un trabajo ya no evita la pobreza en el capitalismo.

En España, el gobierno del Partido Popular alardea de reducir el número de desempleados, pero no explica que el desempleo baja por empleos de salarios miserables. Casi una cuarta parte de personas en riesgo de pobreza en este país tiene un empleo, que no la libra de ser pobre. Porque el modelo de crecimiento se basa precisamente en la precariedad laboral y los salarios de penuria. Los fuertes recortes sociales son la otra base del escaso crecimiento.

Pero no sólo hay trabajadores pobres en España. En Francia, 3 millones y medio de asalariados necesitan ayuda alimenticia para sobrevivir, porque la pobreza del país ha crecido y ya es superior a la de hace 20 años. En Alemania, más de 8 millones de trabajadores ganan menos de 450 euros mensuales. En 1995, el sector precario con sueldos muy bajos era un 15 por ciento, hoy es 25 por ciento: una cuarta parte. Rafael Poch nos explicó que “el ?milagro del empleo’ alemán ha sido por la expansión de trabajos precarios y mal pagados; el mismo trabajo se ha repartido entre más personas al convertir empleos de tiempo completo en otros de tiempo parcial. Hoy en Alemania se trabaja los mismos millones de horas que hace 13 años, pero ocupan a 3 millones de trabajadores más”. Que cobran menos, claro.

Y todo tiene que ver con la distribución de la riqueza en el mundo. Según un estudio de la banca Credit Suisse Group, nada sospechosa de ser roja ni antisistema, la décima parte de la población mundial (unos 700 millones de personas) se reparten el 85 por ciento de la riqueza, mientras la mitad de habitantes (3 millones 600 mil) sólo posee el 2 por ciento. Y un 1 por ciento de la población mundial (72 millones) posee casi la mitad del capital de la Tierra, mientras la otra mitad de recursos y riqueza se reparte entre el 99 por ciento restante, unos 7 mil millones.

Esta obscena desigualdad creciente es fruto de la agresión neoliberal sistemática de rescatar el sector financiero con los impuestos que paga la ciudadanía. Imponer austeridad presupuestaria a los Estados y entronizar la reducción del déficit como nuevo becerro de oro. Defender a ultranza los intereses de bancos, fondos de inversión y multinacionales. Recortar el gasto público y reducir derechos sociales y laborales. Y, por supuesto, salarios más bajos. Cada vez más bajos. Además de menos reglas de control del sector bancario y más privatización de lo público. Y, como la ciudadanía se enoja, se limitan las libertades civiles y políticas. Más represión.

Harvey lo llama acumulación (de capital) por desposesión (de la mayoría). Y el humorista Andrés Rábago, el Roto, lo expone con su clarividente acidez cuando uno de sus personajes grita: “¡Si no se puede devaluar la moneda, devaluemos a la gente!”

O se reacciona o el desastre está asegurado.

*Periodista y escritor

Centro de Colaboraciones Solidarias

 

 

 Contralínea 393 / 06 de Junio al 13 de Julio