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Agentes de inteligencia civil y militar, torturadores

Agentes de inteligencia civil y militar, torturadores

Jacobo Silva Nogales fue detenido por un comando de elite. Lo de menos fue que no se le exhibiera una orden de presentación emitida por un juez: por 5 días permaneció en la total indefensión frente a sus captores, quienes no lo pusieron de inmediato a disposición de las autoridades judiciales. Fue sometido a intensas torturas por funcionarios del gobierno federal: integrantes de la inteligencia civil y militar. Con esta entrega, Contralínea finaliza el reportaje seriado sobre los órganos de seguridad nacional de México, cuyo desempeño no puede ser auditado y sus actividades están fuera de una auténtica rendición de cuentas. Protegidos por un estado de excepción, sus integrantes siguen utilizando la tortura como método para acelerar sus “investigaciones”

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El entonces Comandante Antonio, máximo dirigente del Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente (ERPI), fue detenido en un operativo especial montado por los órganos de inteligencia civil y militar del Estado mexicano: el Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen) y la Sección Segunda del Ejército Mexicano. En el operativo también habrían participado elementos de la extinta Policía Federal Preventiva y de la Procuraduría General de la República (PGR). Era el martes 19 de octubre de 1999. Pasaban de las 4 de la tarde en la Ciudad de México.

Los servidores públicos que disfrazados de indigentes habían detenido a Jacobo Silva Nogales, líder de un movimiento armado con reivindicaciones políticas y sociales, no presentaron al supuesto delincuente frente a las autoridades judiciales. Fue llevado al hangar de la PGR para ser sometido a “interrogatorios” extrajudiciales. Posteriormente sería llevado al Campo Militar Número 1, donde también fue torturado con el objeto de que delatara a sus compañeros y revelara datos que pudieran llevar al desmantelamiento de su organización.

Lejos de representantes del Poder Judicial y, más aún, de defensores de derechos humanos, Silva Nogales estuvo a merced de especialistas en tortura física y sicológica por 5 días. No fue la única detención. El 22 de ese mes, efectivos militares allanaron el domicilio de Gloria Arenas Agís en la ciudad de San Luis Potosí: detuvieron a la entonces Coronela Aurora  del ERPI. También ese día, pero en la ciudad de Chilpancingo, Guerrero, se detuvo al matrimonio formado por Felícitas Padilla Nava y Fernando Gatica Chino, simpatizantes del movimiento armado.

Todos fueron presentados el 24 de octubre en el Centro Federal de Readaptación Social 1, conocido como Almoloya (posteriormente como La Palma y actualmente como El Altiplano), como si hubieran sido capturados en grupo. La versión oficial, ofrecida en conferencia de prensa por Jorge Tello Peón, entonces subsecretario de Seguridad Pública de la Secretaría de Gobernación (Segob), señaló que el grupo había sido detenido en una casa ubicada en la ciudad de Chilpancingo, capital de Guerrero.

En sus declaraciones, Tello Peón –quien de 1994 y hasta unos meses antes de la detención de la dirección del ERPI se había desempeñado como director del Cisen– aseguraba que de manera fortuita habían sido aprehendidos los guerrilleros y que todo se había realizado conforme a derecho: que inmediatamente habían sido presentados ante un agente del Ministerio Púbico del fuero común de Chilpancingo, donde habrían rendido declaración ministerial “sin presión alguna”; que no fueron incomunicados ni torturados, y que contaron con la asesoría de una defensora de oficio.

Todo el entramado judicial se construyó con base en esta versión oficial, armada por las agencias de seguridad nacional en coordinación con las de seguridad pública y las procuradurías General de la República y de Justicia del Estado de Guerrero.

La versión siempre fue desmentida por Jacobo Silva Nogales y Gloria Arenas Agís. Una corroboración de la falsedad de la versión oficial surgiría del propio Cisen.

En 2005, al dar respuesta a la solicitud de información 0410000018905 presentada por un ciudadano por medio de la Ley Federal de Transparencia y Acceso a la Información Pública Gubernamental, el Cisen reconoció que las capturas ocurrieron tal y como habían dicho los detenidos. Y no como se señalaba en la versión oficial.

Al Cisen un ciudadano le había solicitado información de las acciones de los “grupos subversivos o guerrilleros que operan en la Ciudad de México”. En uno de los párrafos de respuesta el organismo de inteligencia señaló:

“En octubre de 1999 fueron detenidos el comandante Antonio en el Distrito Federal, la coronela Aurora en San Luis Potosí, así como dos personas con los alias de Carlos y Ofelia, estos dos últimos durante un operativo de cateo realizado en una ‘casa de seguridad’ del ERPI , en Chilpancingo, Guerrero” (sic).

Es decir, el propio organismo de seguridad nacional reconocía que las cuatro personas habían sido detenidas en ciudades distintas, tal y como habían denunciado Silva Nogales y Arenas Agís.

En entrevista con Contralínea, Jacobo Silva Nogales relata lo que vivió en esos 5 días en que estuvo en el limbo jurídico, en un estado de excepción no contemplado por la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos ni por las leyes, reglamentos y códigos del sistema jurídico mexicano… Pero en manos de agentes del Estado.

Luego de su detención y hasta su presentación ante los medios de comunicación, estuvo sometido a sesiones de tortura. El recuerdo del dolor infligido sobre su cuerpo aún lo estremece.

“La tortura marca siempre. Ése es su objetivo. Además del objetivo inmediato de obtener información de la víctima, tiene otro objetivo a largo plazo, que es la de incapacitarlo, imposibilitarlo para la lucha”, explica Jacobo Silva en entrevista con Contralínea.

Agrega que durante meses fue incapaz de hablar sobre la tortura. “Hay palabras que duelen; la tortura es una de ésas. En esos primeros meses [posteriores a su detención] tan sólo escuchar la palabra tortura ya era agresivo para mí”.

Pudo superar el trauma gracias a la pintura. Uno de los cuadros que pintó mientras estuvo preso fue la primera manera de abordar directamente el tema. Después pudo escribir acerca de ella. Hoy puede recordar y relatarla.

“Pero hay cosas que se quedan. Por ejemplo, en la cárcel durante mucho tiempo, el sonido de algo metálico arrastrándose inmediatamente hacía que se me aceleraran los latidos del corazón: a mí, para torturarme, arrastraban una cubeta y sobre ella me tenía que sentar; eso es a lo que el sonido me remitía.”

Dice que para soportar la tortura física no hay preparación posible. “Hay quienes piensan que se puede estar preparado para el dolor; pero no se puede. Uno puede ser resistente al cansancio, a aguantar la respiración o al dolor. Pero siempre los torturadores tienen la manera de superar lo que uno pudiera haber practicado”.

En su testimonio escrito sobre la tortura recibida a manos de integrantes de corporaciones mexicanas –recuperado por el Grupo de Familiares y Amigos de Prisioneros Políticos en México– Jacobo Silva Nogales detalla que la tortura inició en cuanto fue depositado en un hangar del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México.

 “Allí empezó la tortura. Me golpeaban la cabeza cada 2 o 3 segundos, contestara lo que contestara a sus preguntas. Me siguieron golpeando alternadamente en el estómago y en el pecho. Salieron unas horas y regresaron.

 “Al día siguiente, golpes y asfixia, además de tortura sicológica: me decía que habían capturado a mi hermano mayor y a mi madre, que ella se había puesto mal del corazón; que me iban a matar despedazándome vivo y que me tirarían en algún lugar para que el ERPI culpara al EPR [Ejército Popular Revolucionario] y se mataran entre ellos.”

En el texto describe que fue llevado al Campo Militar Número 1. Ahí la tortura se intensificó. “Me obligaron a desnudarme. Me echaron una cubeta de agua helada. Se burlaban. Me envolvieron de pies a cabeza con algo que parecía una colcha; me amarraron todo alrededor, y [me arrojaron] más cubetadas de agua. Me sentaron en una cubeta metálica. Me pusieron la primera descarga eléctrica en las rodillas. Entonces sentí lo que nunca había sentido y no sé cómo describirlo. Preguntas y descargas eléctricas. Imposible de llevar la cuenta. Lo peor era cuando ponían los alambres en la cabeza, uno en cada sien. Es uno de los dolores más intensos, que puede ser comparable al que sentía cuando me daban las descargas eléctricas en los testículos”.

Otras sesiones de tortura incluían drogar a la víctima. También el uso de policías “buenos” que fingían estar de parte del torturado e intentaban convencerlo de que respondiera a la preguntas de los “malos” para que los tratos crueles y degradantes cesaran.

En una ocasión, mientras era torturado, recibió la “visita” de un funcionario al que no pudo identificar, por estar permanentemente con una venda en los ojos. El servidor público le dijo que no tenía caso resistirse a dar la información que le requerían y que era mejor que accediera a platicar “por las buenas”.

Incluso, el funcionario le preguntó si por su voz podía reconocerlo. Jacobo no reconoció su voz, pero supo que se trataba de un funcionario de alto rango en los últimos días del gobierno de Ernesto Zedillo. “Si me preguntaba si reconocía su voz, era porque se trataba de los que hacían declaraciones en los medios de comunicación”.

Entonces el secretario de Gobernación era Diódoro Carrasco Altamirano; el de Defensa Nacional, Enrique Cervantes Aguirre; el director del Cisen era Alejandro Alegre Rabiela; Jorge Tello Peón era subsecretario de Seguridad Pública de la Secretaría de Gobernación; Wilfrido Robledo estaba a cargo de la entonces Policía Federal Preventiva, y Genaro García Luna era coordinador general de Inteligencia para la Prevención, de la Policía Federal Preventiva.

 “Una tortura que no se me olvida, porque era una secuencia invariable, era que, esposado con las manos en la espalda como estaba, me alzaban de los brazos, en vilo. Tal vez se paraban en un escalón o desnivel para que yo quedara en el aire; luego alguien se colgaba de mi cintura en tanto que otro me asfixiaba. Después introdujeron una variante peor, que ya fue la rutinaria: primero me daban tres o cuatro puñetazos en el estómago; inmediatamente tres o cuatro rodillazos en los testículos, y luego todo lo demás. No podría definir qué me dolía más: si los testículos, las articulaciones de los hombros o la sensación de asfixia.”

Y es que “los que torturan son especialistas”, dice Jacobo Silva  en entrevista con Contralínea. Entrenan para ello y saben que van a tener impunidad cuando la apliquen, porque es el propio Estado el que se las encarga.

—¿Hay alguna posibilidad de prepararse mentalmente para sufrir tortura? Como integrante de un movimiento armado, ¿recibiste algún tipo de preparación? –se le pregunta.

—No hay preparación posible como para no sentirla o minimizarla. Lo que sí puede haber es una preparación con respecto al estado de ánimo para enfrentarla. Desde el ingreso a un grupo armado, uno ya considera que algún día puede ocurrir y está uno dispuesto a pagar ese costo.

—Cómo conservar la dignidad en medio de la tortura.

—La dignidad se conserva cuando la persona no se somete a los deseos del victimario. Implica defender la información que ellos quieren obtener. Si uno la defiende y tiene éxito en defenderla toda o gran parte de ella, uno ha conservado la dignidad; no se ha sometido. Si uno se somete y comienza a hablar, la dignidad se perdió.

—Un número indeterminado de luchadores sociales e integrantes de movimientos armados no han regresado con sus familiares u organizaciones luego de que han sido detenidos. ¿Consideraste esa posibilidad de permanecer por mucho tiempo o siempre en calidad de desaparecido?

—Durante toda la tortura eso pasa por la mente. Ellos juegan con dos ideas: que uno estará con ellos permanentemente y que será torturado cada vez que así lo quieran. Eso es la desaparición. Uno tiene presente esa posibilidad, pero también uno espera que no sea así, que hay posibilidades de evitarlo.

Jacobo Silva expresa que la tortura que padeció fue tan intensa que deseaba morir. “Escuché a gente que les decía a los torturadores: ‘Mátame; por qué no me matas’. Yo jamás les dije eso porque sabía que no lo harían. Sé que no es productivo para ellos y sólo se burlarían. Pero en mi fuero interno sí lo deseaba; deseaba morir”.

El exguerrillero  relata que incluso intentó provocar su muerte. “En una oportunidad que tuve, corrí. Estábamos en una especie de autopista; había ruido de camiones grandes. Corrí con la idea no de liberarme, porque yo sabía que no era posible, sino para que me dispararan. Quise provocar que me mataran a balazos. Me interceptaron, me tiraron al suelo y me dieron una golpiza muy fuerte; pero eso fue mínimo comparado con la tortura”.

En el testimonio recabado por el Grupo de Familiares y Amigos de Prisioneros Políticos en México, Gloria Arenas Agís señala que también ella fue torturada. La principal vejación de este tipo ejercida contra ella fue de carácter sicológico.

 “Para mí lo peor no fue la tortura física, sino el darme cuenta de que torturaban a mi esposo. Cuando lo hacían ponían un ruido muy fuerte, ensordecedor, de algún motor. También se escuchaban ruidos metálicos. Torturaban a mi esposo y luego venían conmigo.”

Jacobo Silva reflexiona sobre la tortura. Pausadamente señala: “Es bárbara, injusta. Es la indefensión total”. Pero también considera que se trata de una condena sin ningún recurso de apelación. Cuando un guerrillero es capturado sabe que de antemano lleva ya una sentencia. Y que esa sentencia es que debe ser torturado.

 “El torturado pierde sus derechos humanos. Uno deja de ser humano y pasa a ser un objeto al que se puede maltratar a placer. No obstante, de uno depende aceptar eso o negarse al sometimiento. Cualquier cosa que se haga para no someterse reivindica la humanidad que existe en uno.”

Silva Nogales  considera que cuando se ejerce la tortura contra una persona, el Estado muestra su verdadero rostro. “Y entonces vemos que está construido de mentiras y fraudes, porque es muy abierta la violación a la ley que comenten cuando torturan. Y vemos que pueden matar y torturar con total impunidad”.

 

 

 

 

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 Contralínea 353 / 23 septiembre de 2013