En México se ha establecido la delincuencia. Unas veces es pagada por las nuevas agrupaciones de la sedición. Otras, funciona a destajo, por su propia cuenta. En esta revuelta se ha demostrado que cualquiera puede infringir la ley, amparado por los límites borrosos que supone la legalidad y la ilegalidad no sancionada, lo que genera un conflicto cuyas raíces se entienden cada vez menos, debido a las fracturas que dividen a los grupos delincuenciales, la aglomeración de acontecimientos y el desconcierto que supone un estado de emergencia permanente.
/Segunda parte