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¿Por fin un liderazgo “progresista”?

¿Por fin un liderazgo “progresista”?

Las críticas de Humberto Moreira a los secretarios de Educación y del Trabajo, Alonso Lujambio y Javier Lozano, respectivamente, suenan a cortina de humo para hacer creer a la opinión pública que son distintos el Partido Acción Nacional (PAN) y el Partido Revolucionario Institucional (PRI). Sin embargo, son lo mismo en cuanto que tienen un proyecto político que sirve a los intereses de la oligarquía. La diferencia es de matices, como bien lo saben ambos dirigentes, porque en el fondo lo que buscan es crear las condiciones objetivas para que el sistema político mexicano sea muy semejante al estadunidense.

El fondo de este mecanismo es anular a las corrientes de izquierda, progresistas y democráticas, y hacer creer que el PRI, que no dejará de ser salinista, es el abanderado de las mayorías. ¿Acaso hay alguna diferencia de fondo entre demócratas y republicanos? Evidentemente no, como es fácil corroborarlo luego de un somero análisis de sus plataformas y programas políticos. Así como las organizaciones verdaderamente democráticas quedaron anuladas en la nación vecina, lo mismo habría de ocurrir en México de tener éxito el plan ideado por la Casa Blanca que inició Carlos Salinas de Gortari.

En los años venideros, las nuevas generaciones de mexicanos serían testigos del amañado relevo entre priistas y panistas en el gobierno federal, bajo el supuesto de que el partido tricolor representa las posiciones progresistas y el blanquiazul, las conservadoras. Se reviviría el movimiento pendular que caracterizó al sistema político mexicano durante el periodo 1934-1970, cuando compartían el ejercicio del poder un político liberal y un conservador. El caso más claro entonces: el relevo del presidente Lázaro Cárdenas por el general católico Manuel Ávila Camacho.

Este sueño de la derecha mexicana y de la Casa Blanca lo está facilitando la falta de sentido común y de honestidad de las corrientes de “izquierda”, que en realidad son agentes de la derecha, como el grupo los Chuchos. Con su comportamiento francamente deshonesto, están facilitando que la derecha se haga totalmente del poder, sin la sombra que aún le hacen las organizaciones progresistas, como la que encabeza Andrés Manuel López Obrador. En lo futuro, veríamos que el sistema político mexicano fundamentaría su marcha en movimientos pendulares cosméticos, superficiales, que no pondrían en riesgo la hegemonía de los poderes fácticos.

Con su actitud beligerante, Humberto Moreira nos quiere hacer creer que está en contra del PAN ultraconservador, que ha sido incapaz de gobernar, cuando en realidad lo que está haciendo es demostrar a la oligarquía que el PRI se encuentra listo para poner en marcha un bipartidismo que sirva mejor a sus intereses. Es ahora el momento más oportuno para entrar al quite, cuando el desgobierno de Felipe Calderón pone en serio peligro el proyecto de la derecha mexicana, que tomó un rumbo diferente en 2000 cuando el PAN relevó a un PRI completamente desgastado, situación a la que contribuyó la histórica división de las fuerzas de izquierda.

Es obvio que no han cambiado luego del rotundo fracaso de los panistas en el ejercicio del gobierno, pero no porque no hayan aprendido las lecciones de la historia, sino porque su papel es muy claro: servir de esquiroles del conservadurismo mexicano. Como gracias a éstos la izquierda está imposibilitada para tomar el poder, el PRI actúa con el oportunismo que siempre lo ha caracterizado, y con Moreira al frente levanta la voz para decirle a la oligarquía que deje de preocuparse por el extraordinario fracaso de Calderón, que allí están ellos, los priistas, listos para entrar al relevo y así cerrarle el paso a las fuerzas democráticas y progresistas.

Sin embargo, se trata de una actitud simplemente bravucona, sin un contenido político de fondo. El PRI sigue siendo el mismo que dejó Los Pinos en 2000; no ha cambiado nada, como lo ejemplifica el hecho de que Enrique Peña Nieto se perfile como el candidato a la Presidencia de la República en 2012. Entre éste y Calderón, no hay diferencias ideológicas de fondo, tan es así que se entienden perfectamente y éste estaría muy complacido de entregarle la banda presidencial al mexiquense, incluso mucho más que a uno de sus correligionarios del blanquiazul, pues sabe perfectamente que cualquiera de ellos estaría destinado a un rotundo fracaso en las urnas, con el riesgo de que la izquierda se unificara de manera coyuntural tan sólo para no dejar pasar una oportunidad irrepetible. De ahí que las bravuconadas del presidente electo del PRI no tengan ninguna importancia. Son para distraer a la concurrencia y hacer creer que ahora sí el tricolor cuenta con un liderazgo combativo, “progresista”.

*Periodista

Fuente: Contralínea 217 / 23 de enero de 2011