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Quién puede decir que representa a los más pobres del país

Quién puede decir que representa a los más pobres del país

El 23 de noviembre salieron siete camiones con 60 niños del pueblo me‘phaa, de la Montaña de Guerrero. Fueron a trabajar como peones: en lugar de ir a la escuela, ahora recolectan pepinos para las empresas multinacionales. A cambio de salarios de hambre, de desnutrición infantil, de muertes maternas, los hambrientos sostienen las grandes economías. Nadie los ve, nadie los representa en el Congreso, tampoco en el gobierno

Cochoapa El Grande, Guerrero, o Metlátonoc… Morir en la miseria nos vuelve a refrescar la memoria; nos recuerda esos sentimientos que, como defensores y defensoras de derechos humanos, tenemos por el trabajo que realizamos en Tlapa, Guerrero, esa región tan pobre del país.

Lo primero que siempre salta es ese sentimiento de culpa, de compasión, de decir: ‘pobres de los pobres’; un sentimiento también de dolor, de sufrimiento. Sin embargo, también es el sentimiento de la indignación y de la rabia, del coraje. Es el sentimiento que exige que las autoridades cumplan con sus responsabilidades, el sentimiento de denunciar, de encarar al sistema, de enfrentar, de resistir, de gritar, de organizarse y, como ha sucedido en la Montaña de Guerrero, de levantar las armas.

Esa postración, que ha sido secular en la Montaña, en ningún momento tiene que ver con que los pobres sean flojos, con que los indios no entiendan el español. El problema es que los que no entienden son los gobiernos, que solamente consideran que integrando a los pueblos indígenas, desetnizándolos y obligándolos a que hablen la lengua del dominador es como van a poder salir del atraso. Por esa razón nos preocupa mucho, porque siempre decimos: ‘Ya, esta Montaña lleva muchos años, esta pobreza lleva décadas, y cómo es posible que los gobiernos sigan todavía dando estadísticas de que vamos mejor, cuando realmente son ellos los que han hundido a la Montaña’.

De allí han salido senadores, diputados, presidentes. Ahora viven en Cuernavaca, viven en la ciudad de México. Para ellos, los indios son buena clientela; por ese motivo, cuando vemos este libro, decimos: ‘¿estos gobiernos son los que van a sacar a los pobres de esta situación, así como está diseñado este aparato? ¿Así como están estas leyes? ¿Así como funciona de manera mafiosa? ¿Así como hacen sus reportes? ¿Qué diputado, qué senador ha reivindicado estos municipios para poder revertir esta pobreza? ¿Quién los representa dentro de estas etnias? ¿Quién está defendiendo realmente a esos niños, a esas mujeres? ¿Quién habla el mixteco para poder comprender el dolor del mixteco, del me’phaa, del náhuatl de la Montaña, del rarámuri de Chihuahua, del tzeltal de Chiapas? ¿Quiénes hablan esas lenguas, no solamente para hablar, como la Malinche para poder traicionar, sino para sentir desde dentro de su corazón este dolor y esta dignidad y reclamar en la alta tribuna que no es posible que sigan cometiendo estos etnocidios y que sigan tan impunes los que están desarrollando estas políticas?’

No va a ser posible con ellos; estorban para el desarrollo. Un desarrollo para que, según, México esté en el primer mundo. Y resulta que nos equivocamos y nos colocaron en África subsahariana.

¿Quién está realmente causando estos daños, tan crueles y tan cruentos? Ahora se atreven a decir: ‘saben qué, amanecimos con otros millones de pobres y vamos a tratar de revertirlo’. No podemos seguir con esa complicidad y, sobre todo, permitir que este tipo de políticas sigan dañando.

Por eso, en la Montaña, los que ahí vivimos con estos rostros, estos niños, estas historias, vemos sus rostros y detrás de ello esta historia, la historia de los niños y niñas que nacen en el suelo. No hay camas para que nazcan estos niños; no existe una cama en estas clínicas para que ahí puedan nacer: lo hacen en el suelo, crecen en el suelo, cocinan en el suelo, trabajan en el suelo y mueren en el suelo. No es posible que el gobierno diga: ‘les vamos a poner fogones altos para que ya no cocinen en el suelo, les vamos a poner pisos firmes para que los niños y las mujeres no tengan una vivienda con piso bruto’, y desde allí pensar que están resolviendo el problema de la pobreza y de la miseria.

Nosotros vemos que esta forma de hacer visible esta realidad es para poder decirles, desde los espacios en que están, que no podemos seguir con estas selvas, con estas montañas, con estas sierras, donde está la riqueza de nuestro país y donde están entrando las multinacionales para hacer bioprotección, y así se justifican estas políticas. Tenemos que acabar con ellas.

Servicios y programas “sociales”

Cómo funcionan las instituciones en la Montaña: pensemos en la Secretaría de Salud. Esta institución dice: ‘No tenemos médicos y no tenemos clínicas porque no tenemos dinero, por lo tanto tenemos las brigadas de salud, las caravanas de salud’. Éstas salen de Tlapa y van a Metlatónoc, van a Cochoapa. Llegan, por lo menos, cada mes o cada dos meses en temporada de secas, como le llamamos en la Montaña, porque en temporada de lluvias no suben. Se puede atender a los niños o niñas enfermas cada dos meses y sin suficientes medicinas. Así funciona la salud para los pueblos indígenas.

En educación, ahora está el Consejo Nacional de Fomento Educativo: los jóvenes ya no son maestros, son becados, y la comunidad tiene la obligación de darles de comer, de ayudarles para que se hospeden en sus casas y de habilitar un aula para que puedan dar clases. Y lo mejor que le puede pasar a una comunidad es que haya una escuela multigrado: los indígenas no tienen derecho a llevar los seis grados de primaria; los juntan en dos grados, porque sólo así les dan maestros.

¿Cómo funciona el Programa Oportunidades? Las mujeres que se van a trabajar, que es la mayoría de Metlatónoc y Cochoapa, se van seis meses con sus hijos y sus esposos. Como no van a la plática con los médicos –las más pobres, a las que no les alcanza nada para poder vivir en la Montaña, tienen que irse a Sonora, a Sinaloa, como jornaleras agrícolas– se quedan sin el apoyo. Las que no se van, son barrenderas de los funcionarios municipales.

¿Cómo funciona Procampo? Este apoyo sólo se les da a los ejidatarios que acreditan la posesión de la tierra, que son pocos. La mayoría que vive en Metlatónoc no tiene papeles; no sabe lo que significa este apoyo de Procampo. El fertilizante es de los programas consentidos de los servidores públicos, porque con él se ganan votos. Por fertilizante se fortalecen clientelas políticas.

Visión gubernamental

¿Cuál combate a la pobreza desde las políticas y desde las instituciones? ¿Qué visión pueden tener las autoridades para poder revertir esto, cuando ni siquiera entienden realmente cuál es el punto central donde se puede trabajar con los pueblos indígenas: desde la comunidad, desde la propiedad comunal, desde sus valores comunitarios, desde una dimensión diferente de lo que es la persona y, sobre todo, de lo que es el servicio dentro de la comunidad como autoridad?

Somos dos mundos: el mundo civilizado blanco que mata, que pisotea y que pone en el suelo al mundo que nos da identidad, al mundo de los verdaderos dueños de estos territorios. A ese mundo se le ha silenciado, se le ha denigrado y se le ha colocado simplemente como una estadística a la que hay que aumentarle alguna cantidad de dinero para que pueda sobrevivir.

Esto es un desafío para todos nosotros. Tenemos que reclamarle al gobierno: no es posible que siga lucrando con un discurso a favor de los pueblos indígenas y campesinos, los más pobres, para colocarse políticamente. Ya basta de estas simulaciones y de estas poses populistas que al final de cuentas lo único que hacen es seguir afianzando las estructuras autoritarias caciquiles y despóticas hacia los pueblos indígenas.

No hay leyes para garantizar que haya justicia entre los pueblos indígenas, no hay instituciones ni funcionarios que realmente estén comprometidos con los pueblos indígenas; no hay realmente trabajo dentro de este diseño de las políticas públicas que incida en el núcleo donde está realmente la miseria. Por eso, los documentales de Contralínea y este libro, Morir en la miseria, son instrumentos de trabajo y de lucha; son formas para hacer visible y hacer más larga la voz, que llegue más lejos y, ante todo, para que los pueblos que se miran en este libro puedan ser realmente sujetos políticos.

¿Cómo podemos construir el futuro de la Montaña sin negarles a los niños que vayan a la escuela y que estén ahorita en los surcos de Sinaloa? Hace tres días, el 23 de noviembre, salieron siete camiones con 60 niños del pueblo me’phaa. Irán a trabajar como peones. En lugar de escuela, tienen que estar recolectando pepinos para las empresas multinacionales. Son los hambrientos los que sostienen a las grandes economías, a cambio de esos salarios de hambre, de esa desnutrición de estos niños, de esas muertes de las mujeres embarazadas. Ellos son el soporte de estas economías. Gracias a ellos llegan estos productos a los supermercados y son los que enriquecen las marcas de estas multinacionales.

Quiero agradecer esta invitación y, sobre todo, invitar a que puedan acercarse a este mundo, acercarse a estos pueblos y decir que ése es nuestro México. Ya basta de celebrar el bicentenario y el centenario y no mirar a los que desde hace 500 años viven esto y siguen sufriendo. Tenemos que decir que no podemos celebrar nada mientras sigan estos municipios hundidos en la miseria.

Abel Barrera. Director del Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan