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Ebrard y Calderón causaron un desastre nacional

Ebrard y Calderón causaron un desastre nacional

Contrapoder

Fue Aristocles, alias Platón, quien en el diálogo El político dejó como arma para los gobernantes autocráticos, ahora calificados con suavidad, autoritarios, utilizar la mentira para engañar a los ciudadanos. Con esa enseñanza o sin ella, los gobernantes han mentido y ya acorralados apenas dan disculpas o piden perdón, cuando lo menos que les esperaba, si prevaleciera el imperio de la ley, es el juicio político, en los términos constitucionales de cada Estado (Otto Kirchheimer, Justicia y política; Otfried Höffe, Justicia política; Alexis de Tocquevielle, La democracia en América).

La mentira política, la falta de cumplimiento de los compromisos electorales, la impunidad y la corrupción han desacreditado a los partidos y exhibido el cinismo de quienes se postulan para cargos de representación y de funcionarios designados, como ocurre en todos los órganos de la administración pública.

Existen, suponiendo sin conceder, mentiras piadosas, pero, por lo general, mentir desde el abuso del poder siempre conlleva a crisis de desastre (René Tom, Crisis y desastre), cuyas consecuencias son tan devastadoras que causan males económicos irrecuperables, daños educativos, dolor sicológico, menoscabo de la credibilidad política, mayor sufrimiento social y deterioro de las instituciones involucradas.

El caso es que Ebrard y Calderón, a sabiendas que desde febrero había irrumpido la gripe porcina –que terminó en influenza con la clave A/H1N1– y que ya para marzo lo sabían a ciencia cierta, decidieron callar el mal para permitir la visita, de pisa y corre, de Barack Obama.

Ocultaron lo que se convirtió en una relativa epidemia y ya para fines de abril en pandemia (por un niño mexicano turista que periódicamente iba a Houston, El País, 7 de mayo de 2009). Se trataba de salir en la foto con el presidente estadunidense, al que expusieron al contagio cuando el director del Museo de Antropología e Historia, dos días después de irse Obama, falleció de neumonía por causa del virus de la influenza.

Tuvieron tiempo de sobra Ebrard y Calderón para implantar medidas sanitarias, con la apertura de los hospitales públicos para prevenir el mal en lugar de tardíamente dedicarlos a curar enfermos de miedo por sus exageraciones y alarmismo.

Distanciados por los irracionales desplantes del chuchista, pero unidos en crear una locura por negligencia, complicidad y para justificar su abuso del poder ante un problema que debió atenderse de inmediato, lo solucionaron imponiendo un Estado de sitio, cuarentena policiaca y toques de queda al estilo Pinochet con sus desmedidas acciones, para engañar a la sociedad como modernos pinochos (María Bettetini, Breve historia de la mentira, de Ulises a Pinocho, editorial Cátedra).

La premeditada mala fe de sus exageraciones, la pésima atención médica descoordinada por el secretario de Salud, con su cara de angustia y enfermo, secundado por los titulares de Educación, Hacienda, Economía, Trabajo y la aparición efímera de Maximiliano Cortázar azuzando a sus timbiriches en las direcciones de comunicación para ampliar a radio, televisión y prensa escrita (con sus excepciones) los efectos de la epidemia, arrastró a los mexicanos víctimas del pánico, a los hospitales hasta por tener el menor mal respiratorio.

Generaron un desmesurado consumo, cerrando establecimientos de comida, mientras a quienes recogían la basura ni un tapabocas les dieron y cientos de miles de trabajadores continuaron desempeñando sus labores en condiciones de antihigiene, para mantener los servicios públicos básicos. Y eran los pobres, los que viven al día, quienes anduvieron por las calles cumpliendo con sus deberes.

“No es que los pobres se contagien menos, es que alguien tiene que trabajar y, para poderlo hacer eficientemente, se tiene que comer… La mano invisible del mercado ha cegado a las elites, que aún no han notado que las barreras que los separan de los pobres son cada vez más delgadas y no habrá medida alguna que los salve de la catástrofe si no cambian radicalmente su proceder” (Araceli Damián, de El Colegio de México, su ensayo “Protección para los ricos”; El Financiero, 11 de mayo de 2009).

Y es que los decesos (cuya cifra nunca sabremos, por la mentira oficial de la que fue portavoz José Ángel Córdova, haciéndose eco de Ebrard y Calderón) sólo ocurrieron entre los pobres, a los que para maldita la cosa les sirvió el selectivo Seguro Popular (de Fox y Calderón) que ha privatizado los servicios médicos para apoyar el imperio hospitalario privado de Olegario Vázquez Raña.

El desastre nacional es tan grave que a la epidemia que pudo controlarse, debe agregarse la peste del golpismo de cualquier signo, ya que la recesión económica, anunciada y aparecida a principio de año, tras su confirmación al término de dos trimestres de bajo consumo, despidos sumados al desempleo crónico, menos inversiones, cero crédito bancario, promesas de gasto gubernamental, etcétera; el paro arbitrario de la educación y de parte sustancial de la economía formal (mientras la informal siguió su curso); el cierre de los centros comerciales y las medidas implantadas autocráticamente han sido los catalizadores de una crisis general cuyas consecuencias están apareciendo.

Internacionalmente se crearon tensiones por las exageraciones y mentiras de Calderón y Ebrard, quienes le metieron un miedo a la población que rayó en el terrorismo sanitario para, políticamente, disponer del destino colectivo a su antojo, para expandir ese abuso del poder desde el centro del país hacia el resto de las entidades.

Los dos irreconciliables cómplices de esta nueva malignidad cancelaron el turismo internacional, crearon más desabasto, atemorizaron a los niños y han llevado a la nación a un desastre social que, de paso, pone al proceso electoral en un final dramático, ya no tanto por el abstencionismo, como por el desprecio de los ciudadanos ante las mentiras de los tapabocas que orquestaron a su interés.

Exageraron de tal forma los brotes de influenza sin prevenirla desde sus primeros casos, para continuar con un espectáculo de represión autoritario por toda la nación. Y provocaron un desastre que pagarán los pobres, las clases medias: los trabajadores, los campesinos, los estudiantes; más despidos, menos consumo y la entrada a una tragedia económica y política de pronóstico reservado.

Dos mentirosos que exageraron hasta la farsa encubierta con labores de higiene y prevenciones sanitarias que pudieron implantarse desde un principio, antes que espantar y narcotizar a la población con el recurso golpista del “miedo político para intimidar a hombres y mujeres (y… ¡niños!)… un miedo político que favorece a gobernantes que dictan políticas públicas, lleva a que rehusemos a ver las injusticias y las controversias subyacentes que hacen del miedo un instrumento de dominio y pretenden tenernos perpetuamente sometidos… un miedo que tiene mucho que ver con las cualidades esquizofrénicas del (neo) liberalismo” (Corey Robin, El miedo, historia de una idea política, FCE, 2009).

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