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La Nostalgia de un Dorado de Villa

La Nostalgia de un Dorado de Villa

Dorados de Villa

Guillermo Flores Reyes tiene 104 años y no ha olvidado la tarde en que se encontró cara a cara con Francisco Villa. Mucho menos aquellos ojos penetrantes que le desnudaron el alma y que hacían morir de miedo a los cobardes.

Por Manuel Pineda

El viejo revolucionario era un niño cuando un lío de faldas truncó su vida normal y lo convirtió en fugitivo. Un pleito irreconciliable provocó la primera muerte a manos de Guillermo Flores. Tenía entonces 13 años. La vida le cambió repentinamente; se alejó de su familia y vagó por el país sin rumbo fijo.

Dorados de Villa

PERO UNA TARDE DE 1911, SU VIDA GRIS SE CONVIRTIÓ EN UN TORBELLINO.

Fue en la ciudad de Torreón, Coahuila, donde el joven Flores escuchó un pequeño escándalo que a la distancia parecía una verbena popular. Se dirigió hacia allá, pero conforme se fue acercando comprobó que algo andaba mal. Escuchó gritos y vio gente desesperada corriendo de un lado a otro.

Una mujer lo alertó: “agáchate que son los trancazos”. Sin pensarlo se tiro al suelo boca abajo, y permaneció un buen rato pegado al piso hasta que sintió una bota en la espalda y escuchó una voz grave. “Quiubo muchacho cabrón, ¿qué haces aquí?, ¿eres espía?”. La respuesta fue espontánea: “no señor, yo voy pa’ la fiesta”. El hombre que lo cuestionaba se sorprendió: “¿cuál fiesta?, es mi general Villa que está tomando Torreón”.

El muchacho sintió ganas de llorar y le dijo a aquel hombre que no era espía de nadie y que lo único que tenía era hambre. El hombre lo sujetó del cuello y lo levantó. “ahorita te llevo con los jefes y si no estás diciendo la verdad te vamos a colgar”.

Fue trasladado hasta el cuartel donde Villa y sus hombres sentaron sus reales después de la toma de Torreón, y un sujeto alto y corpulento lo encaró. Vestía un traje color caqui y un sombrero que le daba un aire de superioridad; era de tez blanca con bigote abultado y sus manos eran enormes. Su nombre era Francisco Villa. El vozarrón del general lo impresionó. “Muchachito, ¿qué anda haciendo usted por acá? ¿No será usted de los que andan espiando para ver cuanta gente tengo?” Guillermo tembló y con un hilo de voz respondió que no.

Villa clavó su mirada en los ojos verdes del muchacho y se dirigió a uno de sus hombres, que en todo momento taladraba con su mirada de asesino a Guillermo. “Este muchachito ojos de gato nos va a servir de mucho como correo”, le instruyó Villa a su lugarteniente Rodolfo Fierro.

Desde entonces, Guillermo Flores fue parte del grupo selecto que seguía a Villa en las campañas de la revolución, lo que permitió que años más tarde fuera uno de los 50 mil hombres que componían la División del Norte.

El capitán Guillermo Flores dice que hasta entonces no conocía a Pancho Villa. “Era muy grandote y tenía unos ojos como de psicólogo; con la vista podía ver cómo eran las personas”.

El capitán Guillermo Flores Reyes -grado que se ganó en la revolución-, nació el 25 de julio de 1898, en Amanalisco, Jalisco. Su niñez fue llena de carencias y miseria, al lado de su madre y sus cuatro hermanos. “Los hacendados eran unos infelices, ellos eran los que partían el queso y lo trataban a uno como a un animal”, dice don Guillermo.

Su padre murió cuando Guillermo tenía nueve meses, después de ser golpeado brutalmente a manos de los guardias rurales por no querer confesar dónde había conseguido un costal de maíz. Un hecho que el joven siempre llevaría metido en el alma.

“Cuando estaba en la revolución pensaba constantemente en cómo había muerto mi padre y decía: esos charritos presumidos, porque andaban con unos chalecotes, botonaduras de plata y oro, un machetote y un riflote, me las van a pagar algún día. Se creían amos y señores”, recuerda Flores.

Ya en las filas de la División del Norte, Guillermo Flores se destacó rápidamente en todas las labores que le fueron encomendadas. Primero repartiendo comida a las tropas y después como responsable de llevar recados a grandes distancias de un lado a otro.

Contralínea 7 / octubre de 2002

Contralínea 7