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Morir en la pobreza

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La miseria une a dos pueblos

Aldama y Magdalena de la Paz tienen algo en común: la miseria. A pesar de la división entre autónomos y priístas, la sed, el hambre, el dolor y la rabia son rasgos comunes. Aquí todos son “hombres murciélagos” y todos son pobres. Su sentencia es caminar indigentes entre rocas y lodo, beber agua encharcada y mal comer; trabajar de seis a seis para arrancarle una mazorca o un grano de café a la montaña y vivir sin atención médica. A los habitantes del municipio que es dos a la vez, el olvido y la segregación los une.

Desplazados por el hambre

Me’phaa, nu’saavi y nahuas abandonan por decenas de miles La Montaña de Guerrero. Andrajosas, familias enteras cargan con su patrimonio –sacos de maíz, petates y bolsas de harapos– y dejan cientos de pueblos desolados. Es el inicio de un humillante viaje de más de 2 mil kilómetros que los llevará, como peones acasillados, a las plantaciones de empresas trasnacionales. Su destino son campos de concentración, capataces, guardias blancas y tiendas de raya.

Metlatónoc embuste y desprecio

demás de su miseria, que los mantiene al borde de la muerte por falta de servicios médicos y carreteras, los indígenas de la Montaña de Guerrero deben cargar con las burlas de los políticos. Para maquillar las cifras que señalaban a Metlatónoc como el más pobre del continente, los gobiernos federal y estatal dejaron como “clínica” dos remolques que no cuentan con los instrumentos necesarios ni los medicamentos básicos; instalaron postes de luz sin energía eléctrica, y algunas chozas fueron habilitadas como escuelas pero sin maestros. “¡Un hospital!”, sigue siendo el clamor en todas las comunidades serranas

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