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La marcha de la insensatez

Entre la demagogia que rezume a borbotones el proyecto (contra) reformador de Enrique Peña Nieto se escapan las verdades lacerantes que sus promotores y sus publicistas no logran dulcificar con los placebos de su retórica fatua, con el objeto de que la población las trague plácidamente. En su “conjura contra la nación”, siempre tratan de “engañarla con los mismos eufemismos y argumentos insostenibles”, como diría Manuel Bartlett.

La farsa de la reforma neoliberal de las telecomunicaciones

La reforma de telecomunicaciones es un engendro curioso. Es presentada por Enrique Peña Nieto como “una iniciativa que se diseñó, se dialogó y se acordó en democracia”, en la que “todas las voces cuentan [porque] son importantes para la construcción de los acuerdos en [un] clima de normalidad democrática”. Que busca “crear una nueva estructura institucional a favor de la competencia”, la “cobertura universal, la inclusión social, buenos precios, calidad en el servicio y en los contenidos”. En la que “el Estado establezca y haga valer su rectoría” sobre los grupos de poder y “la entrega o el retiro de concesiones no responderá a criterios políticos sino a criterios técnicos”, porque lo más importante es “atender las demandas más sentidas de los mexicanos de impulsar reformas transformadoras de nuestra realidad para servir a todo México”.

Hacia la restauración del presidencialismo despótico

La obstinación de algunos gobernantes por aparecer incesantemente ante los reflectores, aunque carezca de sentido, se asemeja al llamado trastorno obsesivo-compulsivo. ¿Qué objeto tiene remedar tradiciones ajenas cuando no se tiene nada relevante qué informar a la nación?

¿Estricto apego a derecho o grotesco espectáculo?

En determinadas circunstancias, los gobernantes aparecen como un Jano incómodo ante el espejo de la realidad. Se encuentran atrapados en un presente enrarecido por las emanaciones malolientes que se desprenden de un pasado turbio, corrompido, y cuyas sombras tenebrosas se proyectan hacia el futuro, y lo tornan incierto, conflictivo.

Telecomunicaciones: mucho estruendo, pocas leyes y perversas

Vino nuevo en pellejos viejos. Para justificar la imposición de un nuevo ciclo de las desacreditadas, antisociales y en bancarrota contrarreformas estructurales neoliberales como son la educativa, la fiscal, la energética o en las telecomunicaciones, ahora pintarrajeadas con la pátina del pelambre priísta, devenido del vistoso tricolor nacionalista-revolucionario al lustre rata-gris que asume la estafeta para seguir esparciendo el bacilo de la peste del prehistórico liberalismo económico, Enrique Peña Nieto y sus falanges no han dudado en desempolvar la anticuada, desgastada e insultante monserga priísta. Con la alternancia, Tartufo retornó como publicista gubernamental.

El vendedor de ilusiones

Puede ser que, después de todo, sea un hombre bueno. Un católico piadoso, honesto. Un político sinceramente preocupado por construir una sociedad de bienestar y equidad aunque en su retórica, que trata vanamente de descalderonizarse y desneoliberalizarse, a menudo se olvida del segundo aspecto. Que existan crédulos que aún confíen en sus promesas pese a la manera legalmente sucia a la que llegó a la Presidencia de la República, en la capacidad del sistema (instituciones y actores que interactúan y ejercen el poder con determinados fines) y el régimen político (partidos, elecciones libres y justas, órganos y normas jurídicas, etcétera, que regulan la lucha y el ejercicio del poder, las relaciones entre los gobernantes y los gobernados) para atender los problemas nacionales y los conflictos pacífica y democráticamente pese a que, contra lo que dicen las elites, funcionen autoritaria y antisocialmente como en el pasado priísta-panista…

La cruzada contra el hambre: grotesca parodia

El uso de la “cuchara de la filantropía” para socorrer a los millones de hambrientos que naufragan en la mar de la indigencia, en la cual fueron arrojados por el propio sistema, como es el caso de la Cruzada Nacional contra el Hambre emprendida por Enrique Peña Nieto, es una práctica antigua en la historia del capitalismo.

La voracidad de la casta divina

En uno de sus últimos discursos, Ronald Reagan, el padre fundador del neoliberalismo en el mundo, dijo: “el capitalismo es el mejor sistema jamás deseado. El capitalismo ofrece a las personas la posibilidad de elegir, de trabajar y hacer. La posibilidad de comprar y vender los productos que desea. Para quienes buscan justicia y dignidad, la economía de libre mercado es el camino a elegir”.

Enrique Peña Nieto o los sucedáneos de la legitimidad

El principal saboteador del gobierno de Enrique Peña Nieto es el propio Enrique Peña Nieto. Potencialmente, entre las principales fuentes de conflictos que obstaculizarán sus propósitos se encuentran, del lado político, la manera en la que pretende legitimarse y aspira a ampliar los espacios de gobernabilidad; y del lado socioeconómico, su decisión por mantener la misma estrategia neoliberal de desarrollo instrumentada entre 1983 y 2012, cuyos funestos resultados son harto conocidos por las mayorías del país y a escala mundial.

Los inmolados a los dioses

Al Javier Lozano del peñanietismo, Alfonso Navarrete Prida, le falta cuerpo para gozar a plenitud lo que en su rosáceo mundo de fantasías considera como las primeras manifestaciones del cumplimiento de las promesas de su jefe, el César de Atlacomulco: el supuesto inicio de recuperación de los salarios reales y, por añadidura, del “bienestar de la población” y la “disminución de la desigualdad social”. Como una exultante Alicia en el país de las maravillas, dice: “habrá recuperación del poder adquisitivo”, “aunque [sea] ligera”.