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El terreno ganado por una generación puede ser perdido por la siguiente. El pensamiento humano puede correr por cauces que conducen al desastre y a la barbarie

Herbert Albert L Fisher, Historia de Europa

Tomó posesión Trump, como nunca antes, con una nación generando revueltas políticas ante el rechazo que suscita este nuevo presidente. Y para leer la realidad nacional y mundial, hay que analizar dos de las manifestaciones que se hacen presentes a nivel general. Como se han puesto de moda los populismos, sus críticos y adversarios políticos suponen que pueden identificarlos con la democracia directa, cuando ésta sale a las calles a protestar y reclamar la solución a sus problemas. Y confundir esa manifestación con los populismos es no deslindar esas manifestaciones sociales. Y creer que una vez realizadas las elecciones, la democracia indirecta o representativa nada tiene que ver con la democracia directa; cuando ambas son vasos comunicantes para mantener viva esa conexión política, donde no son suficientes plebiscitos, referéndums ni consultas para reactivar a la democracia representativa. Y para no tener que esperar hasta las próximas elecciones e incluso para demandar la renuncia de todos aquellos que ocupan un cargo, la democracia directa es indispensable para hacer peticiones y críticas a los representantes, cuando el pueblo considera que no es atendido.

El connotado investigador José María Maravall publicó el sobresaliente ensayo: “Populismos y representación”, donde sostiene que el “vínculo directo entre gobernantes y pueblo, no es democrático” (El País, 21 de febrero de 2017). Un sesudo análisis con el que debe discreparse; pues que los populismo pongan al frente al pueblo para sus batallas político-electorales y hasta prediquen que el pueblo es su apoyo y por el que luchan, no debe confundirse con la democracia directa, a la que sus representantes y partidos hacen a un lado para concentrarse en sus intereses.

Incluso en donde hay coaliciones (“Europa, dice Maravall, es el reino de las coaliciones”), en sistemas de democracia representativa, ha de estar alerta y en actividad la democracia directa, cuando la elite en el poder quiere imponer sus intereses y voluntad contra las minorías. Actualmente la democracia directa está en acción contra el presidencialismo de Trump, su Congreso y su Suprema Corte, para manifestar su desacuerdo con la democracia representativa estadunidense. No es políticamente democrático plantear que en la democracia representativa se agota la democracia. Y que no hay conexión entre la democracia indirecta y la directa, señalando a ésta como populismo; y para criticarlo, limitar su carácter representativo y querer suprimirla, lo cual es notoriamente antidemocrático.

Otro de los puntos que hay que tocar es el capitalismo, que con sus capitalismos en cada región, sus capitalistas y sus capitales, quiere regresar, tras el Brexit-Theresa May y el proteccionismo de Trump-Putin, contra China. Y asidos al liberalismo económico deshacerse del neoliberalismo económico y sus migraciones humanas y repatriación de inversiones y empresas. Se trata de varios pasos atrás. Un regreso a repetir lo que superó y cambió, económica y políticamente, de la Primera a la Segunda Guerra Mundial con las reformas keynesianas que implantaron el Estado de Bienestar, para resolver “con más democracia los problemas de la democracia”; y universalizar los derechos humanos atorados en la pobreza, los autoritarismos, los golpes de Estado, las guerras religiosas intestinas, el control del precio del petróleo. El cambio climático, la contaminación, el desempleo y el terrorismo con el narcotráfico, punteros de la actual inseguridad.

No es un regreso a un pasado determinado. Ni una nueva era. Estamos en un presente donde una crisis general mundial fue abortada por las sucesivas crisis. Esto me lleva a recomendar dos ensayos para comprender la realidad mundial. Uno de José Ignacio Torreblanca, El suicidio anglosajón; y de Joseph S Nye, Trump y las nuevas trampas (El País, 20 de enero de 2017). Son –me parece– dos textos para alumbrar “la noche polar de una dureza y oscuridad heladas” (Weber, dixe), con certeras reflexiones que ayudan a entender el neoproteccionismo y las visiones de un nazinarcicista, capaz de cambiar la globalización y el comercio por la tercera guerra militar, haciendo pinza con Putin.

Y es que plantean el enfrentamiento con China, con lo que se aparece el fantasma de la guerra, ya no comercial, sino militar. Putin, Trump y Farage contra el mundo. Y se anuncia un capitalismo chino y europeo, quedando fuera Londres y Nueva York, para ceder el lugar a Pekín. El otro ensayo es de Joaquín Villalobos, México en llamas; magnífica radiografía periodística (El País, 19 de enero de 2017), que pone de relieve “que en México existe una violencia política creciente… no es una violencia espontánea, sino… organizada”. Señalando que los problemas no se resuelven, y crecen. Mientras una oligarquía de millonarios dice que gobernará y administrará para el pueblo estadounidense, en una versión plutocrática del neopopulismo.

Pero Trump y sus ricos, por obra y gracia del capitalismo globalizado, se proponen desinflarlo para ensimismarse contra las élites de Washington; atacando a países como México porque –asegura Trump–, se han aprovechado de made in USA por medio de los tratados de libre comercio. Esto es una estupidez, por cuanto que ha sido todo lo contrario, pero bienvenida la amenaza de romper el Tratado de Libre Comercio. Por lo demás, allá los estadunidenses que votaron por quien no es ni republicano ni demócrata, sino un nuevo Hitler en busca de una guerra militar contra China, apuntalada por Putin-Rusia, conforme a la lección histórica de Tucídides, sobre que si una potencia establecida empieza a temerle a una potencia emergente “puede estallar una guerra cataclísmica”.

Álvaro Cepeda Neri

[BLOQUE: OPINIÓN][SECCIÓN: CONTRAPODER]

 

 

Contralínea 540 / del 22 al 28 de Mayo 2017

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