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Hartazgo de América Latina al neoliberalismo

Hartazgo de América Latina al neoliberalismo

 “Es necesario desmantelar el edificio de ilusiones que se vende como democracia de libre mercado para que el ser humano sobreviva, y  para hacerlo  se requiere un enfrentamiento con el modelo que busca proteger los intereses de la minoría de la opulencia contra las mayorías” (Noam Chomsky).
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El pasado 4 de noviembre, millones de trabajadores y miembros de organizaciones sociales se manifestaron por  las calles de las principales ciudades latinoamericanas como parte de la Jornada Continental por la Democracia y en contra del Neoliberalismo, donde se hizo patente el crecimiento exponencial de un movimiento popular, alentado por el Encuentro Sindical Nuestra América (ESNA), que busca enfrentar a la ofensiva imperialista que a través de sus trasnacionales y sus tratados de libre comercio han generado, en más de 30 años, pobreza, marginación y hambre en infinidad de países no sólo de nuestro hemisferio sino de  todo el mundo.

A pesar de que organismos internacionales como la propia Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE) aceptan en sus recientes parámetros que las políticas económicas neoliberales que se esparcieron por todo el planeta en los años 80 son responsables de desatar las peores crisis financieras de la historia, acrecentando la desigualdad y el deterioro en la calidad de vida de millones de personas, al grado de que en todo el orbe  mil millones de seres humanos padecen hambre, sin contar que cada año otros tantos millones caen en las garras de la marginación al perder sus empleos y quedar sin el amparo de la seguridad social, muchos gobiernos insisten en mantener un modelo económico que ha terminado por dejarlos como simples figuras de ornato o agencias de trámites al servicio de los corporativos multinacionales.

No hay un rincón del planeta que esté a salvo de los efectos de la crisis económica, resultando una misión imposible para los defensores de este modelo de capitalismo salvaje –que tiene como dios y credo al libre mercado y el aniquilamiento de la rectoría del Estado–, el justificar su irremisible fracaso como generador de bienestar social. La brecha entre ricos y pobres es tan brutal, que se calcula que el uno por ciento de la población controla la riqueza mundial, y ni siquiera países como Italia, Japón o Reino Unido están exentos de este fenómeno donde la diferencia entre los que menos tienen y los potentados es de 10 a 1; y ni qué decir de países como México o Chile, en donde esta proporción es de 25 veces a una, según acepta la propia OCDE.

La desgastada excusa de sus crisis cíclicas como meras “tormentas financieras”, ya no es suficiente a los tecnócratas para encubrir las graves fallas de un voraz modelo basado en la especulación bursátil que ha conllevado a transferencias masivas de fondos públicos para salvar a instituciones bancarias fraudulentas con el único objeto de proteger el patrimonio de las oligarquías local y mundial.

En México, las mayorías siguen pagando desde hace dos décadas los costos del llamado rescate bancario, mejor conocido como el Fobaproa (Fondo Bancario de Protección al Ahorro), además de otros “hoyos negros” como el rescate carretero. En absurdo contrasentido, los gobiernos se niegan a proporcionar a millones de personas de la tercera edad los beneficios de una jubilación y un retiro dignos.

Los extremos de este neoliberalismo que ahora buscan menoscabar a la democracia en nuestro continente se han hecho patentes en los golpes de Estado de Haití (2004); Honduras (2009); Paraguay (2012), como también el golpe parlamentario que llevó a la destitución, contra la voluntad del pueblo brasileño, de la presidenta Dilma Rousseff.

Esta reedición de la fiebre golpista de la década de los 60 y 70 en Latinoamérica, es la muestra indudable de que las multinacionales con el apoyo de las derechas y sus gobiernos cómplices han iniciado una ofensiva para despojar de sus derechos más  elementales a los pueblos originarios, a los campesinos, a los trabajadores, a los jóvenes, con el único fin de saquear las riquezas naturales y energéticas de sus naciones  a favor de  las trasnacionales. El régimen de Mauricio Macri, en Argentina, es una muestra  palpable y, por desgracia, vigente.

Por eso, en los álgidos momentos de lucha que enfrentan los trabajadores de todo el continente, resulta alentador saber que la semilla sembrada aquel 4 de noviembre de 2005, en Mar de la Plata, Argentina, durante la III Cumbre de los Pueblos, cuando organizaciones de todo el continente agrupadas en el ESNA, manifestaron nuestro abierto rechazo a acuerdos comerciales impuestos por el gobierno del entonces presidente estadunidense George W. Bush, como el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA), ahora ha madurado en una lucha de nuestros pueblos por generar desde sus bases sociales las condiciones de un cambio político.

Lo mismo en Montevideo que en Lima, en Santo Domingo que en la Ciudad de México o en Buenos Aires, el pasado 4 de noviembre millones de voces retumbaron en las principales plazas públicas para dejar bien claro que la clase trabajadora de toda Latinoamérica tiene una agenda definida de lucha en contra de este imperialismo del nuevo siglo que busca despojar a nuestras naciones de sus riquezas y a nuestros pueblos de sus derechos.

Presente en el acto realizado en la Plaza de Mayo, de Buenos Aires, estuvo el Sindicato Mexicano de Electricistas (SME), que ante más de 50 mil asistentes reafirmó su convicción de luchar por la unidad de la clase trabajadora para fortalecer un movimiento de alcances internacionales para enfrentar los tratados de libre comercio que amenazan a toda la región, pues es indudable que la realidad nos demanda una movilización masiva a nivel continental y, desde el ESNA, las organizaciones que lo integramos estamos convencidos de la tarea por impulsar todas y cada una de las articulaciones posibles a través de movimientos populares y personalidades que puedan hacer eco a nuestra lucha, así como instrumentos como las redes sociales con el fin de profundizar rumbo a  una articulación política.

El 1982, cuando el dictador Augusto Pinochet tenía nueve años de haber ascendido al poder en Chile, tras el golpe de estado de 1973 contra el presidente Salvador Allende, el economista Milton Friedman, uno de los más importantes teóricos del neoliberalismo del siglo pasado, se atrevió a decir que en Chile se operaba un “milagro económico”, que debía ser emulado por muchas naciones no sólo del continente sino del mundo. A su llegada a la presidencia de México, también en 1982, el tecnócrata Miguel de la Madrid decidió arrojar el país a los brazos del neoliberalismo, entonces puesto en boga por Ronaldo Reagan en Estados Unidos y Margaret Thatcher en Inglaterra.

A la distancia, el “milagro económico” operó a la inversa de las mayorías y no sólo en Inglaterra y México, sino también en Estados Unidos, el número de pobres se disparó en los últimos 30 años. Y si alguna duda existe que el neoliberalismo ha tenido efectos devastadores en la nación más poderosa del mundo, ahí están los informes de la OCDE que ubican a 40 millones de estadounidenses mendigando por las grandes urbes en busca de un mendrugo para no morir de hambre.

Poderosas razones para que la clase trabajadora de América Latina luche a brazo partido en contra de un modelo que además de arrebatarle el sustento y un futuro digno a millones de personas, ahora busca revivir las dictaduras militares que mutilaron la democracia en nuestro continente. No lo permitamos; unidos hasta la victoria.

Martín Esparza Flores

Contralínea 515 / del 21 al 26 de Noviembre 2016

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