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Con los chats para conversaciones aleatorias con extraños, hay que recordar de nuestra infancia la recomendación que hasta la fecha se le dice a los niños: no hables con extraños.

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En la mayoría de los casos funciona. Aunque hoy, con los videochats, esa frase parece desfasada: ¿qué sucede si hablas con extraños por internet? A dos adolescentes se les ocurrió utilizar la tecnología para satisfacer esa curiosidad. El ruso Andrey Ternovskiy, a los 17 años de edad,  desarrolló Chatroulette y el norteamericano Leif K Brook, con 18 años, desarrolló Omegle.

Ambos son casi anónimos, conectan al usuario con otra persona o grupo de personas. Puede realizarse en dos modalidades, sólo texto o videochat. Francamente es difícil preparar a alguien para lo que podría ver en su pantalla al acceder a cualquiera de esos dos servicios. Quizá aparezca una jovencita amigable, tal vez un hombre que quiere platicar, o un grupo de muchachos haciendo tonterías frente a la cámara. Podría ser un payaso tétrico mirándote fijamente sin hablar, o podrías ver una mujer desnudándose. Quizá a un hombre masturbándose o una pareja teniendo relaciones sexuales. También hay bromistas que graban sus actos y la reacción de los visitantes. Sí, puede ser una experiencia totalmente inesperada, esa es su oferta. Por supuesto que al acceder al sitio web una de sus reglas es que no se transmitan desnudos, o que no se acose sexualmente o que no se haga bullying. Estos sitios también recomiendan no compartir datos privados. Según Omegle, el servicio no es para menores de 13 años, y quienes tienen entre 14 y 18 años deben contar con permiso de un adulto (lo que en internet significa que cualquier niño va a entrar).

En ambos servicios las reglas sociales son opcionales: si al conectarte al chat no te gusta lo que ves, simplemente cambias al siguiente. No es necesario saludar con un hola, lo siento, adiós: aquí no hay explicaciones.

En esta experiencia se deben tener precauciones más allá de cuidar lo que se dice, también lo que se ve en el fondo. Dependiendo del lugar, se debe cuidar que no se vea nada que pueda permitir a la otra persona ubicar a la familia, la casa o saber algo que no queremos que nadie sepa. Considerar que posiblemente la conversación sea videograbada, así que no se debe decir o hacer nada que no quieras que te persiga en un futuro. Hay que saber también que la información personal que se diga podría ser utilizada para chantajes o para robo de identidad.

Por ello es necesario advertir a todos los menores de edad que riesgos se corren en estos servicios. La recomendación es que no se les permita usarlos. Sentido común, hay pedófilos utilizando esas herramientas.

El chat, palabra viene del inglés y se refiere a una charla, existe desde 1960 en su forma más básica; sin embargo fue en la década de 1990 cuando se diseminó por todo el mundo, casi como las redes sociales lo han hecho en la actualidad, con la diferencia de que no alcanzó a las generaciones más grandes, como sí lo ha hecho Facebook, donde personas de más de 60 años encuentran a sus amigos de la escuela primaria o secundaria.

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La década pasada, el chat fue rey en internet. Se generó mucha competencia, estaban los chats que debían instalarse en la computadora y también existían los que funcionaban desde el navegador. Todos los estudiantes o por lo menos la mayoría usaban chats de mensajería instantánea, estaban en contacto con amigos, compañeros y algunos familiares. Fue la época del Messenger de Windows, del de Yahoo, del ICQ, que permitían enviar emoticons y sonidos.

Eso no fue suficiente. Comenzaron a surgir grupos de chats, algunos generales, otros divididos por edades, por países o por temas. Era también una plataforma ideal para diseminar virus entre los usuarios, avisando de una noticia grave y enviando una foto o invitando a ver una fotografía de una actriz famosa en un desnudo, lo que recibían era un archivo ejecutable que instalaba el virus y mostraba una foto para evitar sospechas. Aún así poco a poco se corrían más riesgos y la gente tuvo que aprender a cuidarse. Era una época en la que internet tenía mucho de desconocido, asustaba a los adultos y por ello prohibían su uso a los menores o sólo había una computadora por hogar, en el mejor de los casos, y era utilizada en un área común rodeada de la familia. Era más sencillo vigilar su uso.

Hoy, el acceso a internet es mucho más sencillo, en muchos lugares es posible conectarse y la mayoría de los teléfonos tienen ya la capacidad de navegar.

Niños y jóvenes están expuestos a gran cantidad de contenido para adultos, como lo demuestra alguna búsqueda en Google de cualquier tema escolar, suele filtrarse una imagen fuera de contexto o de contenido sexual.

Como casi todas las cosas, tienen un lado positivo y uno muy negativo.

Se debe entender cómo funciona la tecnología y sobre todo advertir de sus riesgos a los menores de edad, también, cuidar los contenidos a los que están expuestos. Para los adultos serán experiencias totalmente fuera de lo esperado. Respecto de las leyes o reglamentos, pues prácticamente no existen: es difícil dar un seguimiento a lo que sucede en sitios como éstos, así que es muy probable que poco a poco nos enteremos de actos ilegales y crímenes que sucederán en dichas plataformas. No es la deep web, pero hay que tener cuidado.

Contralínea 497 / del 18 al 23 de Julio 2016

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