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Visibilizar la violencia contra las mujeres no es fácil. Cuando se habla de ello no faltan las voces que intentan restarle importancia, al argumentar que los hombres sufren igual o más agresiones desde niños, e incluso denostar cualquier movilización con motes como el de feminazis, surgido a partir de la marcha contra las violencias machistas del pasado 24 de abril.

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En este contexto, cabe decir que las campañas para frenar y erradicar las agresiones contra el género femenino no buscan minimizar las otras violencias, sólo hacer frente a un problema de dimensiones incalculables que tiene su origen en componentes de odio y discriminación.

La violencia contra las mujeres (física, sicológica, emocional) se ejerce sobre la base del género: se sufre sólo por el hecho de ser mujer.

Este tipo de acosos comienza desde edades muy tempranas y en ambientes que deberían ser seguros para el desarrollo de cualquier persona (el hogar, la guardería, la escuela, la calle, el transporte público, los parques y espacios de recreación), incluso cuando ningún ser humano ha desarrollado capacidades intelectuales necesarias para discernir un acto de crueldad.

A las niñas –sí, la violencia de género contra las mujeres golpea desde la infancia– nadie las prepara para reaccionar ante su primer acoso y los que le siguen. No hay una escuela o una enseñanza que nos explique, cuando pequeñas, cómo reaccionar ante la violencia que, sin lugar a dudas, un hombre o muchos ejercerán en nuestra contra al menos una vez.

Nadie nos advierte que en algún momento de nuestra vida, en cualquier circunstancia y sin importar la hora del día, un desconocido nos mostrará su pene en un lugar público, sólo porque eso le da placer.

Tampoco nos explican que es muy alta la probabilidad de que un extraño –sea joven, adulto o adulto mayor– toque alguna parte de nuestro cuerpo sin nuestro consentimiento, nos despoje de nuestra ropa interior o que frote su miembro viril en nosotras, porque cree que tiene “derecho” de hacerlo.

Eso, claro, para las mujeres con “más suerte”. Aquellas con “menos suerte” son violadas, golpeadas, prostituidas, asesinadas. ¿Alguien nos preparó para ello? ¿Alguien nos advirtió a los 2, 4 o 6 años de edad que eso podría pasarnos sólo por el hecho de ser mujeres?

Por ello resulta relevante el ejercicio en redes sociales nombrado Mi Primer Acoso, al que en días pasados convocaron mujeres para visibilizar el hostigamiento permanente en el que tenemos que desarrollarnos como género.

En el contexto de la marcha contra las violencias machistas, este ejercicio mostró historias realmente dramáticas. Muchas mujeres viven un primer acoso a los 2, 4 o 6 años de edad, entonces sin tener siquiera las herramientas intelectuales para comprender lo que les pasó.

De acuerdo con datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), publicados el 23 de noviembre de 2015, 32 por ciento de mujeres en México ha padecido violencia sexual: actos de intimidación, acoso o abuso sexual.

La mayoría empieza a sufrir este tipo de traumas en silencio. No estamos “acostumbradas” a hablar de ello ni siquiera con nuestras madres, hermanas y amigas. Menos aún a denunciar y a buscar ayuda profesional después de padecer la agresión, sea del tipo y del grado que sea.

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Todos esos ataques con componente de odio y discriminación nos marcan. En el país, 45 por ciento de las mujeres ha sido agredida de diferentes formas al menos una vez por personas distintas a su pareja: ya sea por familiares, conocidos o extraños en diferentes espacios, reporta el Inegi. Las estadísticas, sin embargo, sólo toman en cuenta las agresiones que se han sufrido después de los 15 años de edad.

El modo de vida y las costumbres implantadas en nuestra sociedad nos orillan a vivir cada trauma sin decir una sola palabra. A ocultar los hechos y enterrarlos en nuestra memoria, como si nosotras fuéramos las responsables de esa violencia y no los agresores. Y a quienes se atreven a alzar la voz y denunciar públicamente se les desprestigia y se les denuesta.

Por ello, para visibilizar el problema, aplaudo el valor de la periodista estadunidense Andrea Noel –a quien no sólo se le agredió sexualmente sino que se le linchó con una campaña mediática– y me solidarizo con ella. Lo que Andrea sufrió no es un troleo, como lo calificó el conductor de Telehit Alberto Ordaz, alias Rey Grupero. No debemos permitir ni siquiera este lenguaje que hace uso de eufemismos para desestimar las agresiones.

También aplaudo el valor de todas aquellas mujeres que se sumaron a la campaña de denuncia Mi Primer Acoso y narraron sus experiencias, y me solidarizo con ellas.

En mi caso, ya no recuerdo mi primer acoso. De los que logro evocar imágenes y escenas, aún ahora, me hacen sentir impotencia, rabia y asco. No nos callemos más. Nacimos mujeres y eso no debe ser motivo de violencia de ningún tipo y en ningún lugar del mundo.

Es hora de enseñar a las niñas a defenderse para que no padezcan lo mismo que nosotras. Es tiempo de defendernos y frenar esta violencia feminicida que cobra 6.3 vidas de mujeres como nosotras cada día.

Nancy Flores, @nancy_contra

[BLOQUE: OPINIÓN][SECCIÓN: AGENDA DE LA CORRUPCIÓN]

Contralínea 486 / del o2 al 07 de Mayo 2016

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