Síguenos en redes

La vida cotidiana en medio del narcotráfico

La vida cotidiana en medio del narcotráfico

En el pasado, era un lugar común pensar que la violencia del narcotráfico sólo tocaba a quienes se atrevían a meterse con él. La creación de narcoestados o narcolocalidades ha vaciado de contenido esa noción. El tráfico de drogas y la violencia asociada con él pueden tocar a cualquier ciudadano, en cualquier momento, en cualquier lugar. Un momento de mala suerte, una mala elección, una decisión apresurada o un paso imprudente pueden acelerar ese contacto.

Ajenos a los movimientos políticos, estratégicos o macroeconómicos que alteren el curso del narcotráfico para bien o para mal, el ciudadano de a pie sigue viviendo a veces en forma terrible la vida cotidiana en las ciudades controladas por el narcotráfico.

Un ejemplo es lo que le pasó a Andrés, un joven trabajador. Hace unas semanas Andrés enfrentó directamente el poder de los narcos. Un día desafortunado, Andrés terminó de llenar el tanque de gasolina de su auto, se subió a él, lo encendió y salió de la gasolinera. No avanzó ni 2 metros cuando una camioneta que iba a exceso de velocidad chocó contra su auto destrozándolo. La camioneta también quedó deshecha. Pérdida total.

Andrés resultó ileso y pudo observar que un individuo salía de la camioneta chocada y comenzaba a bajar unos paquetes parecidos a los que los federales exhiben como trofeo cuando han confiscado un cargamento de droga. El individuo rápidamente subió los paquetes a un taxi que iba atrás de la camioneta. Al terminar, el taxi se alejó a toda velocidad con los paquetes. Mientras, Andrés observaba que llegaban más vehículos con más desconocidos, todos armados.

Con mal modo, el individuo le dijo a Andrés que todo había sido por “su culpa” y que le tenía que pagar la camioneta. Pero ya.

Andrés no podía creer lo que le estaba sucediendo. Los desconocidos lo subieron a otra camioneta y se lo llevaron a un lugar que él desconocía, pero sabía perfectamente que ahí era donde tableaban a todos los ciudadanos que llegan a tener un problema con los narcos de la ciudad. Ahí comenzó el segundo calvario… Le llamaron a la familia: había que reunir el dinero, si no…

Los parientes prometieron a los desconocidos que juntarían el dinero. El acuerdo fue que los narcos no golpearían al joven si la familia llevaba el dinero. Los narcos entregaron entonces a Andrés a la policía municipal que lo retuvo hasta que la familia llegara con el dinero.

Pagada la “multa”, Andrés obtuvo su libertad. En un sólo día perdió su auto, fue víctima de un secuestro y su familia se hizo de una deuda que sólo pagará con varios años de trabajo.

¿Qué hubiera pasado si la familia, su esposa, sus hijos hubieran viajado con él en el momento del accidente vial? La asociación entre la policía municipal y los narcos locales se ha tornado una pesadilla para los habitantes de la ciudad. Nadie debe permitirse que una patrulla municipal lo detenga por una falta de tránsito, porque eso significa que la persona ha entrado en contacto directo con una organización criminal.

Los vínculos entre las bandas criminales y las policías municipales son tan fuertes que los policías saben que existe de hecho una “doble jefatura”; una es la oficial, la designada por las autoridades municipales, y otra es la “real”, la que imponen los comandantes de la organización criminal que domina la plaza. No siempre hay acuerdo o coordinación entre las dos autoridades, pero la oficial siempre debe estar supeditada a la “real” si no quiere ser víctima de tortura, asesinato o desaparición…

Bernardo ha vivido toda su vida en la frontera y es comerciante. Sostiene un local en un centro comercial que se ha convertido en el lugar de choque frecuente entre narcos y las fuerzas federales. Por ahí cerca están las unidades habitacionales donde viven los narcos: viviendas abandonadas por los trabajadores de las maquiladores que decidieron irse de la ciudad antes de que algo pasara. Los narcos que invadieron esos departamentos parecen estar acostumbrado, a enfrentar a las fuerzas federales en las cercanías del lugar. Todo eso ya lo sabe Bernardo. Casi se puede decir que se ha adaptado, a tal grado que permite que, durante los tiroteos, los usuarios del centro comercial se metan corriendo a refugiarse en su negocio. De hecho, eso pasa en todos los locales del centro comercial.

Es difícil sostener un negocio en esas condiciones. Una opción podría ser dejar el local e irse a otro centro comercial, pero tampoco hay muchos lugares para elegir y prácticamente todos han sido escenario de enfrentamientos, ya sea entre bandas rivales del narcotráfico o entre las fuerzas federales y alguna de ellas. La ciudad es aparentemente tranquila, pero cuando hay enfrentamientos se vuelve un campo de batalla.

Bernardo debe seguir adelante con su negocio; es lo único que tiene para sobrevivir. Con gusto cruzaba la frontera y se quedaba a vivir del otro lado, pero tampoco se le antoja la vida de un indocumentado. Años atrás su ciudad era apacible, se podía salir de noche, estar en la calle, caminar con tranquilidad, respirar aire de pueblo, pero esa ciudad ya no existe. Ahora lo único que queda es un lugar donde varios ciudadanos han optado por recurrir a la clandestinidad para denunciar desde Twitter dónde hay ponchallantas, transitan vehículos con hombres armados, ocurren enfrentamientos o se oyen disparos.

En estas ciudades todos dicen saber dónde viven los narcos, los “meros meros”. Todos saben en qué discoteca están, en qué bar. Las noticias circulan de voz en voz, de texto en texto, de celular en celular, pero nadie dice nada por temor a sufrir las consecuencias. La “adaptación” ha llegado a extremos. Algunos opinan que a veces es mejor enterarse que un vecino, un compañero de la escuela, o un joven de la cuadra se ha pasado del lado de los narcos, porque así habría la manera de enterarse de cosas. Nunca está por demás saber cómo se mueve el peligro o qué tan cerca está.

Algunas zonas, sin embargo, ya no son para la gente común. Por ahí ya nadie transita. Nadie se atreve a ir. Sólo los soldados pasan por ahí en convoyes fuertemente armados. Esas zonas están cercanas al río. El Río Bravo, con sus curvas caprichosas que entran y salen de uno u otro país, forma golfos, bolsones de territorios, estrangulados por cuellos de botella. Ahí se asientan los centros de operación de los narcos. Nadie se acerca ni de día ni de noche a esos rincones de la ciudad. La gente que vive ahí sufre de falta de transporte. No hay escuelas, centros de trabajo cercanos, parques, ni consultorios médicos. Para ir de compras hay que caminar y caminar hasta encontrar una ruta de transporte público.

En uno de esos lugares vive Carlos, uno de los jóvenes llamados ninis: no estudia, no trabaja. Vive en un predio invadido, en una zona controlada por narcos. Ahí llegan las personas que no tienen ningún otro lugar a dónde ir: migrantes deportados de Estados Unidos que no quieren regresar a sus pueblos de origen porque no tienen dinero para pagarle al Coyote, personas en el desempleo crónico, niños huérfanos o abandonados, familias donde los dos padres consumen drogas. De hecho, los padres de Carlos las consumen. Su padre no vive ahí. Abandonó a su madre. Meses atrás, sus hermanas también abandonaron a la madre porque ésta las quería forzar a consumir drogas. Él sí le hizo caso a su mamá y sí consume las drogas que le regalan los narcos por simpatía o como pago a los pequeños servicios que les llega a hacer. Un día le avisaron que lo iban a “ascender”. Le dieron dos pistolas escuadra, un rifle, dos granadas. A partir de ahí iba a participar con ellos en “otras cosas”…

Ninguno de esos jóvenes tendría por qué saber que en 1 década y media el gasto militar del mundo se ha duplicado hasta alcanzar 2 billones de dólares en 2012. A pesar de eso, la violencia en el mundo, en el país y en la propia ciudad, sigue igual o peor. Eso sí lo saben muy bien.

Aunque viven prácticamente junto a Estados Unidos, la gente de la frontera tiene una noción vaga de que el país vecino tiene el gasto militar más grande del orbe. Aunque tiene un interés especial por reforzar la seguridad de la frontera, en la práctica Estados Unidos dedica el enorme presupuesto militar para afrontar los retos a su seguridad en otras partes del mundo: Oriente Medio, el Norte de África, Asia Central. La frontera con México es importante y la seguridad está reforzada, pero ese territorio sigue siendo una zona abandonada, con los índices de pobreza más altos de todo Estados Unidos, con el récord más bajo de inversión federal, con los niveles más altos de obesidad infantil.

Ha habido cambios a la militarización mundial. De hecho, a partir de la crisis económica global de 2008, Estados Unidos y 18 países, principalmente europeos, redujeron sus presupuestos militares en más del 10 por ciento. Los países emergentes, en cambio, lo incrementaron. México está lejos de ser un país emergente, pero también aumentó su gasto militar. Ese incremento sí se notó en la frontera.

Andrés, Bernardo y Carlos sólo perciben en su vida diaria que la ciudad ahora está llena de soldados. Lo nuevo quizá es que también abundan los marinos. Desde su lugar en la vida, lo que observan ellos son helicópteros militares sobrevolando la ciudad, convoyes militares que pasan con los soldados apretando el gatillo de las ametralladoras calibre .50, camionetas con policías estatales que ahora parecen soldados por el estilo de sus uniformes y el calibre de sus armas.

Quizá Carlos, el nini, nunca llegue a tener plena conciencia de que los gobiernos están respondiendo con soldados, vehículos y helicópteros para detener a los narcos, pero hacen nada o muy poco por ganarse las zonas como la que él habita a punta de gasto social, pavimentación, alumbrado público, construcción de escuelas, apertura de centro de capacitación para el trabajo y promoción de empleo. Carlos ve muchos soldados, pero no ve maestros ni escuelas.

Bernardo, por su parte, está preocupado por el negocio. ¿Qué éxito puede tener un negocio ubicado en la zona donde los narcos y los federales se enfrentan a cada rato? La gente debe salir de compras, pero en estas circunstancias, ya no es sencillo tener, ni siquiera imaginar, un domingo familiar, tranquilo, en el centro comercial. ¿Qué implicaciones tendrá para negocios como el suyo el rumbo que tome el gobierno para resolver la falta de crecimiento económico? La violencia ha tenido un impacto destructivo en los negocios de la zona, pero en el fondo, la falta de crecimiento está obligando al cierre de los pequeños negocios.

El daño de la violencia y el impacto de la falta de crecimiento en la microeconomía de las ciudades donde impera el narcotráfico están ocultos o disfrazados en las cifras gruesas de la estadística nacional o de los informes de gobierno. Si las zonas fronterizas han estado prácticamente fuera de los planes de desarrollo nacional es posible que el abandono se agrave con la terquedad gubernamental de invertir en seguridad, pero no en desarrollo económico. Los conflictos armados están acabando con lo que resta del turismo, la industria restaurantera o la hotelera.

La investigación internacional ha encontrado que una historia de conflictos armados obstaculiza la modernización nacional y contribuye indirectamente a agravar el problema del hambre. En el caso mexicano, ahora estamos viendo cómo las grandes obras de infraestructura nacional quedaron paralizadas con la obsesión de usar la fuerza militar y naval como el arma única de combate al narcotráfico.

La inversión en más soldados y marinos y el aumento del presupuesto para operaciones militares no han llevado en realidad a un alivio de los mexicanos en materia de seguridad. Eso lo saben muy bien Andrés y Bernardo. Carlos está posiblemente en otra situación: cuando lo reclutaron los narcos él dejó de ser un nini, aunque eso por supuesto no será jamás un alivio para él, ni para su familia, ni mucho menos para la sociedad.

*Especialista en Fuerzas Armadas y seguridad nacional; egresado del Centro Hemisférico de Estudios de la Defensa, de la Universidad de la Defensa Nacional en Washington, DC, Estados Unidos

 

TEXTOS RELACIONADOS:

    

 

Fuente: Contralínea 350 / septiembre 2013