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No a la intolerancia

No a la intolerancia

Por fin alguien quiere poner en su lugar a Juan Sandoval Íñiguez: Marcelo Ebrard. La batalla es complicada y difícil. Incluso le puede costar a éste infinidad de simpatías para sus aspiraciones en 2012. Pero debe estar seguro que ganará ampliamente con los jóvenes, entre ellos más de 8 millones que tendrán entre 18 y 20 años en la próxima elección presidencial, los cuales actualmente rechazan a todos los partidos políticos.

Mientras tanto, el también arzobispo de Guadalajara tendrá que moderar sus expresiones. Durante años ha insistido que es falsa la investigación de la Procuraduría General de la República (PGR) acerca del asesinato de Juan Jesús Posadas Ocampo; ha satanizado a todos aquéllos que no comulgan con la iglesia católica y elogiado al ebrio gobernador Emilio González Márquez, debido a que el funcionario destina millones del presupuesto oficial a obras católicas. Por si fuera poco, algunos, como el periodista Julián Andrade, señalan a don Juan como investigado por lavado de dinero (La Razón, 18 de agosto).

Todo viene a cuento porque al aprobar la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) las uniones homoparentales y la posibilidad de que estas parejas tengan oportunidades de adoptar, el dogmático cardenal dijo que a los ministros de la Suprema los había maiceado Ebrard y organismos internacionales (sin explicar cuáles). Y espetó ante periodistas que a ellos no les gustarían que los adoptaran “maricones o lesbianas”: calumnias, faltas de respeto, denigración a las personas, palabras no cristianas en la correcta acepción del término.

La Corte hizo algo inédito, censuró en pleno al multicitado, incluidos los dos togados que votaron contra ambas sentencias, Guillermo Ortiz Mayagoitia y Salvador Aguirre Anguiano. Por su parte, el jefe del gobierno capitalino ha demandado a quien lo acusa. Frente a ese panorama, el prelado, balbuceante y desdeñoso, insistió que no se retractará, más bien que confirma sus injurias y prejuicios.

En un documento de la Confederación del Episcopado Mexicano, que agrupa a 100 obispos, se apoyó a Sandoval, pero también se incluye en el escrito que no debe existir intolerancia ni existir intransigencia y prejuicios, amén de abrirse un debate de altura. Desde luego, y lógico, defienden las posiciones acerca de la pareja, el matrimonio, la crianza de los hijos y la cultura que enarbola la iglesia.

Esto es un avance frente a lo expresado anteriormente por los ensotanados Sandoval y Hugo Valdemar (Arquidiócesis de México), donde hacen una mezcla que no se le ocurriría a calenturienta mente. Dicen que lo aprobado en días pasados por la SCJN son teorías maltusianas, con el deseo de que la población disminuya, similares a quienes insisten en el deterioro del orbe; propias de la anticoncepción, producto de los que apoyan el aborto, el amor libre, la píldora del día siguiente, el divorcio exprés y la involución moral; asimismo, todo es obra de las fuerzas satánicas (sic con cuernos). Incluso llaman a no votar contra partidos que defienden esas doctrinas, especialmente, sin expresarlo, el Partido de la Revolución Democrática.

¿Por qué tenemos una reacción de esta magnitud tan enredada por parte de un sector de la iglesia, el mayoritario?

Apunto, como diría Monsiváis, algunas cuestiones.

Debido a un gobierno permisivo –con las iglesias– en exceso desde hace 10 años: la era del panismo sin doctrina; a una Subsecretaría de Gobernación encargada de asuntos eclesiásticos, a cargo de Paulo Tort Ortega; a un fortalecimiento de agrupaciones como El Yunque, de la cual nos alertó documentadamente el investigador Álvaro Delgado; al apoyo oficial de gobernadores panistas, priistas y hasta algunos perredistas –Amalia García, en Zacatecas, tuvo miedo de impulsar la legalización del aborto, no obstante que se dijo y dice feminista–; a medios de difusión, especialmente audiovisuales, que hacen de las ceremonias religiosas importantes su alianza abierta con el clero y su profesión de fe, incluso musical, y les abren los micrófonos sin cuestionar a los ministros del culto –Televisa y Tv Azteca en Jalisco hace días– y a una administración federal (a través de la PGR) que fue la punta de lanza contra las leyes aprobadas en el Código Civil del Distrito Federal: libertad de pareja y posibilidad de interrumpir el embarazo.

Incluso, decepcionan que el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, entre otras organizaciones, se hayan abstenido de reconvenir a los jerarcas eclesiásticos cuando se burlan, menosprecian, denigran a una parte de la población (homosexuales y lesbianas).

Pero si bien hay un avance notorio de la derecha, incluso en organismos y líderes aparentemente de izquierda, existe entre la juventud un rechazo notorio a las gazmoñerías de esos curas. Por eso, las muchachas, especialmente que se dicen católicas y van a fiestas llamadas malamente destrampadas, tienen relaciones sexuales libres, ingieren la pastilla del día siguiente y quieren igualdad con su pareja.

En un libro de 2003, La reinvención de la familia de Elisabeth Beck- Gernsnsheim (editorial Paidós), se dice que la familia preindustrial era, sobre todo, “una comunidad forzada por la necesidad y los imperativos, a la que el mucho trabajo y los golpes del destino…mantenía unida”. Mientras que en la actualidad “serán los lazos de amistad los que proporcionarán apoyo y seguridad (y), la asistencia necesaria a la vejez”. Esos vínculos serán “los que constituyan la familia del futuro”.

El mundo, globalización fallida al canto, está transformándose. Eso pocas veces se ve desde arriba, pero las revoluciones antes, las revueltas después, los electores inconformes y los ciudadanos irritados que se expresan de 1 mil formas (desde electoralmente hasta por medio de internet y Facebook), lo demuestran. Son los tiempos actuales.

Tan es así que incluso enemigos de Marcelo Ebrard lo han apoyado en su lucha contra el intolerante cardenal, quien insiste en ver por el retrovisor en lugar de abrir las puertas del templo a quien no coincide con su añeja doctrina.

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