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De nuestra ortodoxia

De nuestra ortodoxia

En la ortodoxia de América confluyen múltiples legados, desde el liberal democrático hasta el del socialismo indoamericano. A partir de ello debemos crear las condiciones para encarar la crisis regional. Las opciones son dos: el socialismo o la barbarie

El modelo no es la esfera, que no es superior a las partes, donde cada punto es equidistante del centro y no hay diferencias entre unos y otros. El modelo es el poliedro, que refleja la confluencia de todas las parcialidades que en él conservan su originalidad”: Francisco[1]

La formación y desarrollo de una visión del mundo forjada para transformar la realidad, y no para limitarse a interpretarla, constituye un proceso de una extraordinaria riqueza y complejidad. En dicho proceso, sostuvo Gramsci, la filosofía de la praxis había sufrido “una doble revisión”.

Así, “algunos de sus elementos, de manera explícita, han sido absorbidos e incorporados por algunas corrientes idealistas”, mientras “los llamados ortodoxos”, influidos por corrientes como el positivismo, creyeron ser rigurosos identificando a esa filosofía con “el materialismo tradicional”.

Habría que incluir, también, el papel de los conflictos internos en el desarrollo de la visión de la ortodoxia en el seno de la filosofía de la praxis, sobre todo entre fines del siglo XIX y el triunfo de la revolución bolchevique. En esos conflictos se destacó el papel de una generación de políticos e intelectuales que no habían participado en la fase inicial de ese desarrollo.

Lenin, nacido en 1870, tenía 13 años al morir Marx en 1883. Rosa Luxemburgo, nacida en 1871, tenía 12. György Lukács nació en 1885, y Gramsci en 1891. Para esa generación, la disputa en torno a la ortodoxia tuvo por objeto la trascendencia revolucionaria del pensamiento de Marx.

Así, en 1903 Rosa Luxemburgo hacía un enérgico planteamiento en defensa del carácter revolucionario de la filosofía de la praxis ante quienes la calificaban de obsoleta. “No es cierto”, dijo, “que en lo que hace a nuestra lucha práctica”, Marx “ya no satisface nuestras necesidades. Por el contrario, nuestras necesidades todavía no se adecúan a la utilización de las ideas de Marx.” [2]

La relación de la filosofía de la praxis con otras corrientes de pensamiento está aún pendiente de un estudio acabado en nuestra América, más necesario que nunca en los tiempos por los que atravesamos.

Para 1919 –el año del asesinato de Rosa Luxemburgo en Berlín, tras la derrota de la revolución alemana y en el torbellino de la revolución bolchevique–, Györgi Lukács afirmaba que, aun si se asumiera “en beneficio del debate que la investigación reciente ha descartado para siempre cada una de las tesis individuales de Marx”, el marxismo ortodoxo se refiere exclusivamente al método. Es la convicción científica de que el materialismo dialéctico es el camino a la verdad, y sus métodos pueden ser desarrollados, ampliados y profundizados únicamente a partir de los lineamientos establecidos por sus fundadores.

Gramsci, por su parte, volvería sobre el tema a comienzos de la década de 1930, desde el presidio político que terminaría por llevarlo a su muerte en 1937. Así, en un apunte de sus Cuadernos de la cárcel –escritos desde la reflexión a que obligan una derrota, y un repliegue defensivo–, planteó que la ortodoxia debía ser buscada en el concepto de que el marxismo se basta a sí mismo, contiene en sí todos los elementos fundamentales, no sólo para construir una concepción total del mundo, una filosofía total, sino para vivificar una organización práctica total de la sociedad, es decir para convertirse en una civilización integral, total. Este concepto así renovado de ortodoxia sirve para precisar mejor el atributo de “revolucionaria” atribuido a una concepción del mundo, a una teoría.

Y añadió, de modo característico en él, una comparación histórica cercana a la cultura popular. El cristianismo, dijo, “fue revolucionario en comparación con el paganismo porque fue un elemento de escisión completa entre los defensores del viejo y el nuevo mundo.” En ese sentido, agregó:

“Nos toca abrir paso a una transformación que sea popular, por lo democrática, para iniciar la construcción del mundo nuevo de mañana”.

Una teoría es revolucionaria en cuanto que es precisamente elemento de separación completa en dos campos, en cuanto que es vértice inaccesible para los adversarios. Considerar que el materialismo histórico no es una estructura de pensamiento completamente autónoma significa en realidad no haber cortado completamente los vínculos con el viejo mundo. En realidad, el materialismo histórico no precisa de apoyos heterogéneos: él mismo es tan robusto que el viejo mundo recurre a él para enriquecer su arsenal con alguna arma más eficaz.[3]

Esa relación de la filosofía de la praxis con otras corrientes de pensamiento –unas reaccionarias, otras conservadoras y otras transformadoras– aún está pendiente de un estudio acabado en nuestra América. Y ese estudio es más necesario que nunca en los tiempos de ebullición por los que atravesamos, cuando esa filosofía resulta indispensable en la tarea de poner en perspectiva histórica –esto es, de pasados que anuncian nuevas posibilidades de futuro– nuestro legado multicultural.

Esa tarea debe ser realizada en dos vertientes. Por un lado, para comprender aquel legado en el marco del proceso de crisis del sistema mundial creado por el capital. Por otro, para contribuir a que esa comprensión se torne en el sustento de un hacer político transformador, animado por un sólido liderazgo cultural y moral, y sustentado por su capacidad para expresar el interés general de nuestras sociedades.

Aquí, como lo advierte el papa Francisco, es necesario asumir el principio de que la realidad es superior a la idea, para evitar “los purismos angélicos, los totalitarismos de lo relativo, los nominalismos declaracionistas, los proyectos más formales que reales, los fundamentalismos ahistóricos, los eticismos sin bondad, los intelectualismos sin sabiduría.” [4] Así, la idea ha de estar “en función de la captación, la comprensión y la conducción de la realidad”, pues lo que convoca “es la realidad iluminada por el razonamiento.”[5]

A eso se refería Martí en 1891 al encarar la opción oligárquica de una historia nuestra definida por el conflicto entre la civilización euro-céntrica y la barbarie criolla, definiendo nuestra cultura a partir de una batalla “entre la falsa erudición y la naturaleza.” Y agregaba enseguida, en el mismo ensayo fundador de nuestro tiempo:

Se entiende que las formas de gobierno de un país han de acomodarse a sus elementos naturales; que las ideas absolutas, para no caer por un yerro de forma, han de ponerse en formas relativas; que la libertad, para ser viable, tiene que ser sincera y plena; que si la república no abre los brazos a todos y adelanta con todos, muere la república.[6]

En nuestra ortodoxia confluyen, así, múltiples legados, desde el liberal democrático de raigambre popular que alienta en Martí, hasta el del socialismo indoamericano adelantado por José Carlos Mariátegui, y los de Ernesto Guevara y la teología de la liberación, por mencionar apenas algunos ejemplos. A todo ello se suman, en el siglo XXI, los aportes de la práctica cultural y política de los pueblos originarios, los afrodescendientes y los trabajadores criollos del campo y de la ciudad.

Aquí, en nuestra América, nos toca crear las condiciones para encarar una crisis que ha llegado a un grado de descomposición moral, cultural y política que hace evidente, para quien no tema verlo, que la gran opción de nuestro tiempo es la de socialismo o barbarie. Y de esas condiciones, la de mayor importancia inmediata es abrir paso a una transformación que sea popular por lo democrática, para iniciar la construcción del mundo nuevo de mañana sobre lo que merezca sobrevivir del nuevo mundo de anteayer.

Referencias:

 [1] Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium del santo padre Francisco a los presbíteros y diáconos, a las personas consagradas y a los fieles laicos sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual; Tipografía Vaticana, 2013.

 [2] Rosa Luxemburgo; “Estancamiento y progreso del marxismo”, 1903. https://www.marxists.org/espanol/luxem/03Estancamientoyprogresodelmarxismo_0.pdf

[3] Gramsci, Antonio; “Apuntes de filosofía I; Miscelánea”/”El canto décimo del Infierno”. Cuadernos de la cárcel, II, 1930-1932, 147-148.

 [4] Evangelii Gaudium, cit., acápites 231 a 233. Y añade: “Hay políticos –e incluso dirigentes religiosos– que se preguntan por qué el pueblo no los comprende y no los sigue, si sus propuestas son tan lógicas y claras. Posiblemente sea porque se instalaron en el reino de la pura idea y redujeron la política o la fe a la retórica. Otros olvidaron la sencillez e importaron desde fuera una racionalidad ajena a la gente”.

 [5] El Papa tiene aquí toda la experiencia institucional necesaria para afirmar lo que dice, ante la ineficacia creciente de una Iglesia latinoamericana purgada por sus dos predecesores de todo vestigio de compromiso con los movimientos sociales, y cómoda en su relación con los sectores más conservadores de la región.

 [6] “Nuestra América”. El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891; Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, VI, 20-21.

Guillermo Castro H*/Prensa Latina

*Investigador, ambientalista y ensayista panameño}

[ANÁLISIS SOCIAL]