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Trump, el Gorbachov estadunidense

Trump, el Gorbachov estadunidense

Desde el fin de la Unión Soviética, la política de Estados Unidos ha sido el resultado de una lucha entre el dinero y el poder: por un lado, los partidarios de la prosperidad, y por el otro, los del imperialismo. Esa oposición también se reproduce en el seno de los partidos Republicano y Demócrata. Pero el tiempo pasa y Estados Unidos está al borde de un derrumbe interno. Y Trump, en la incómoda posición de Gorbachov

Damasco, Siria. Todos los problemas internacionales por resolver están viéndose afectados por el hecho de que Estados Unidos –y a veces también sus aliados europeos– se niega a admitir el crecimiento de los demás países. Washington no vacila en recurrir a métodos inconfesables para retrasar la caída de su imperio.

Recordemos un poco el fin de la Unión Soviética, en 1991. Aquel coloso se derrumbó, imponiendo con ello un retroceso de varias décadas a la economía de los pueblos que componían aquel país. La esperanza de vida disminuyó bruscamente en más de 20 años. Además, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) arrastró en su caída a varios de sus aliados. En aquella época, ya se planteaba la cuestión de saber qué consecuencias tendría aquel cataclismo para el otro gran imperio del siglo XX: Estados Unidos y sus aliados.

Un eminente politólogo ruso, Igor Panarin, predecía que Estados Unidos se dividiría en cinco países, según los orígenes étnicos de sus habitantes. Hubo quienes estimaron que Panarin aplicaba al adversario estadunidense el razonamiento que la politóloga francesa Helene Carrere d’Encausse había concebido para la URSS: un escenario que no se había concretado pero que determinó el futuro del antiguo espacio soviético.

Tratando de evitar la implosión de su propio país, el presidente estadunidense George Bush padre decidió liquidar lo más rápidamente posible el aparato militar de la Guerra Fría. Forzó el reconocimiento mundial del liderazgo estadunidense durante la operación “Tormenta del Desierto” y desmovilizó después más de 1 millón de soldados, es decir la mitad de los efectivos de Estados Unidos.

Bush padre reorientó entonces su política pensando entrar en una era de paz y prosperidad. Sin embargo, dotó a su país de una doctrina tendiente a prevenir el surgimiento de un nuevo competidor. Aunque nadie imaginaba en aquella época un despertar de Rusia a corto o mediano plazo, el consejero presidencial de extrema izquierda Paul Wolfowitz convenció a Bush padre de que tenía que imponer límites a la Unión Europea.

Temeroso ante el espectro del derrumbe, el Partido Republicano se apoderó de la Cámara de Representantes para promover desde ella su Contract with America (“Contrato con Estados Unidos”). En 1995, impuso al presidente demócrata Bill Clinton el rearme del país y la incorporación a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) de los exmiembros del desaparecido Pacto de Varsovia.

Pero ya no existía ningún enemigo que justificara el rearme ni perpetuar la existencia de la OTAN. El Congreso simplemente rechazaba el sueño de los presidentes George Bush padre y Bill Clinton de vivir en un mundo donde –sin rival realmente serio– Estados Unidos se convertiría en el motor de la economía mundial. El Congreso estimaba, por el contrario, que el Pentágono tenía que aprovechar la desaparición de la URSS para extender su propia dominación a todo el planeta.

Cuando se votó el rearme estadunidense, resultó que, con el aval del presidente Clinton pero en contra de la voluntad de éste, el Pentágono estaba metido en las guerras de Yugoslavia. Rápidamente, aquella implicación se hizo pública y condujo a la guerra de la OTAN contra la futura Serbia.

Simultáneamente, varios miembros del programa de Continuidad del Gobierno [1] –Dick Cheney, Donald Rumsfeld, James Woolsey, etcétera– iniciaron el Project for the New American Century (Proyecto para el Nuevo Siglo Americano, léase “estadunidense”). Sus objetivos eran [2]:

-Garantizar la defensa de la patria;

-garantizar la lucha y la victoria en varias guerras simultáneas (lo importante es ganar, ya se verá cómo justificar esas guerras. Nota del autor);

-garantizar el cumplimiento de las tareas habituales de las fuerzas armadas (principalmente la defensa de las trasnacionales dedicadas a la explotación del petróleo. Nota del autor);

-transformar las fuerzas armadas para explotar la revolución en los negocios militares.

Sólo unos pocos privilegiados sabían entonces que el cuarto punto tenía que ver con la estrategia elaborada por uno de los protegidos de Donald Rumsfeld, que acabaría siendo nombrado jefe, en el Pentágono, del Office of Force Transformation (Oficina de Transformación de la Fuerza): el almirante Arthur Cebrowski [3].

Esa estrategia se enseñó en las diferentes academias militares desde finales de 2001 y fue además divulgada, en 2004, por el asistente del almirante Cebrowski, Thomas Barnett [4]. Lo que hemos estado viendo desde los atentados del 11 de septiembre de 2001 –una serie de guerras e intervenciones militares que acaban destruyendo Estados y sociedades enteras en todo el Gran Oriente Medio u Oriente Medio ampliado– es precisamente la aplicación de ese proyecto, disimulada bajo diferentes pretextos.

Hoy en día, el rearme estadunidense pactado en 1995 y la estrategia del Nuevo Mapa del Pentágono, puesta en práctica desde 2001 en el Oriente Medio ampliado, están exangües. Mientras Estados Unidos concentraba la parte fundamental de sus ingresos en llevar a cabo su proyecto de destrucción del mundo musulmán, otros países han alcanzado importantísimos niveles de desarrollo, entre ellos Rusia y China. Las fuerzas armadas de Estados Unidos ya no son el primer ejército del mundo.

Así lo reconoce el presidente Donald Trump en su Estrategia de Seguridad Nacional. También lo reconoció su secretario de Defensa, el general James Mattis, en su alocución del 17 de enero de 2018 en la Johns Hopkins University [5]. Aunque no dijeron explícitamente que las fuerzas armadas de Estados Unidos se han quedado rezagadas, ambos plantearon como prioridad absoluta “restablecer [su] ventaja militar comparativa”, que es más o menos lo mismo.

Cierto es que las fuerzas armadas de Estados Unidos disponen de un presupuesto sin igual a nivel mundial, nueve veces superior al de Rusia. Pero la productividad de los ejércitos estadunidenses es desastrosa [6]. En Siria y en Irak, el Pentágono desplegó contra el Emirato Islámico (Daesh) alrededor de 10 mil hombres, sólo una tercera parte eran militares y dos tercios eran “contratistas” (o sea, mercenarios) de compañías privadas. El presupuesto de esa operación es siete veces superior al de la operación militar de Rusia, pero el balance militar estadunidense es lamentable. Donald Rumsfeld, quien supo reorganizar maravillosamente la trasnacional Gilead Science bajo su dirección, no sólo fracasó en cuanto a reformar el Departamento de Defensa sino que, además, mientras más dinero recibe el Pentágono, más ineficaz resulta.

También es cierto que Estados Unidos produce enormes cantidades de armamento. Pero es obsoleto ante los de Rusia y China. Los ingenieros estadunidenses no tienen ya la capacidad para crear nuevas armas, como ha quedado demostrado con el fracaso del programa del avión de guerra F-35. Hoy no logran otra cosa que rediseñar viejos aparatos y presentarlos como aviones nuevos.

Como resalta el presidente Trump en su Estrategia de Seguridad Nacional, el problema viene a la vez del derrumbe de la investigación y desarrollo y de la omnipresente corrupción que determina las compras del Pentágono. Los industriales del armamento venden automáticamente cualquier cosa que produzcan mientras que el Departamento de Defensa ignora lo que de verdad necesita [7].

Desde cualquier ángulo que se aborde el problema, el hecho es que el ejército estadunidense es un “tigre de papel” y que no hay esperanzas de reformarlo a corto o mediano plazo, y menos aún de que logre superar a sus competidores de Rusia y China.

La elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos es en primer lugar consecuencia de ese indiscutible derrumbe. La única solución para mantener el nivel de vida de los estadunidenses es, en efecto, abandonar inmediatamente el sueño de imperio global y regresar a los principios de la República estadunidense de 1789, la de la Bill of Rights, la Carta de Derechos.

Durante los 16 últimos años, los ya muy viejos problemas de la sociedad estadunidense se han agravado de manera exponencial. Por ejemplo, el consumo de drogas, que antes era un problema específico de las minorías, se ha transformado en una verdadera epidemia entre los hombres blancos [8]. Al extremo que la lucha contra los opioides ha sido promovida al rango de gran causa nacional.

La posesión de armas también se ha convertido en una obsesión en ese país. Ya no se trata del derecho constitucional de cada estadunidense a prepararse para enfrentar posibles abusos del Estado, ni de su comportamiento de cowboy ante posibles malhechores, sino del temor a eventuales motines. Durante los tres últimos Black Friday, las armas se convirtieron en la mercancía más buscada por los compradores, reemplazando a los teléfonos celulares. En 2015 y 2016, se vendieron, sólo en ese día, 185 mil armas, cifra que sobrepasó las 200 mil durante el Black Friday de 2017 [9]. Además, en cuanto su situación financiera les permite hacerlo, los estadunidenses de hoy se van a vivir en compounds con personas de su mismo origen cultural [10] y clase social.

Ante todos estos elementos característicos de una situación de crisis interna estadunidense, las relaciones internacionales se ven hoy pendientes de una interrogante: ¿acepta o no Estados Unidos su rango actual? [11]. Donald Trump se encuentra hoy en la incómoda posición que antes vivió Mijaíl Gorbachov.

Referencias:

[1] El programa de Continuidad del Gobierno o Gobierno de Continuidad es una instancia militaro-civil creada por el presidente Dwight David Eisenhower, encargada de garantizar la continuidad del Estado estadunidense en caso de guerra nuclear o muerte de los personajes que ocupan los principales cargos electivos. La composición exacta del Gobierno de Continuidad es secreta.

[2] Rebuilding America’s Defenses, Project for a New American century, septiembre de 2000 (documento original en inglés).

[3] “El proyecto militar de Estados Unidos para el mundo”, Thierry Meyssan, Haiti Liberté/Red Voltaire, 22 de agosto de 2017. “La gran estrategia de Estados Unidos”, Mijaíl Leontiev, 1tv (Rusia)/Red Voltaire, 8 de octubre de 2017.

[4] The Pentagon’s New Map, Thomas P M Barnett, Putnam Publishing Group, 2004.

[5] “Remarks by James Mattis on the National Defense Strategy”, James Mattis, Voltaire Network, 19 de enero de 2018.

[6] “How Much Has The Syrian Civil War Cost Russia And The US?”, Lydia Tomkiw, International Business Times, 14 de marzo de 2016. “Russia’s Syria operation cost over $460 million -Putin”, Tass, 17 de marzo de 2016.

[7] “La estrategia militar de Donald Trump”, Thierry Meyssan, Red Voltaire, 26 de diciembre de 2017.

[8] “La epidemia estadunidense del uso de opioides está vinculada a la pérdida de empleos”, Red Voltaire, 15 de septiembre de 2017.

[9] “Black Friday posts new single day record for gun checks at more than 200,000”, Kevin Johnson, USA Today, 25 de noviembre de 2017.

[10] American Nations: A History of the Eleven Rival Regional Cultures of North America, Colin Woodward, Viking, 2011.

[11] “Conferencia de prensa anual de Serguei Lavrov”, por Serguei Lavrov, Red Voltaire, 15 de enero de 2018.

Thierry Meyssan/Red Voltaire

[ANÁLISIS INTERNACIONAL]

 

Contralínea 577 / del 12 al 17 de Febrero 2018