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Día de Muertos en un pueblo yoreme

Día de Muertos en un pueblo yoreme

Terminan las fiestas del día de San Miguel y el trecho que hay para el Día de Muertos, el 1 de noviembre, es prácticamente de 1 mes. Las familias empiezan a comprar papel de china, papel para forrar, velas y demás enseres para hacer coronas. Es muy común que durante octubre las mujeres, por las tardes, confeccionen flores y hojas, a las cuales le derraman cera caliente del sartén para que queden más lustrosas.

Otras familias –muy pocas– siembran pequeños huertos de flor de cempoal o cempasúchil, la flor amarilla como sol, la flor de muertos. También, la flor lila morada (mano de pantera), dalias, rosales, geranios y buganvilias, que en estos días están en toda su vitalidad. Las familias pudientes compran ramos de flores (gladiolas, claveles, margaritas, margaritones, etcétera) en las florerías de la ciudad y se las llevan a sus muertos. Las que tienen menos recursos llevan flores de sus jardines, o ya de plano compran algunas veladoras en vaso o un cartón de veladoras cilíndricas para prenderlas el Día de Muertos. Otros llevan algunos ramilletes de flores.

Desde unos 8 días antes, los hombres de las familias van al panteón a limpiar las tumbas, pintarlas o encalarlas. En esos días el camposanto cobra vida. Se ve actividad, incluso se levantan bóvedas y hay movimiento de albañiles, para que todo esté listo para el día 1 de noviembre. En Baca, Sinaloa, se festeja el día 1; muy poco el 2 de noviembre. En el pueblo es costumbre festejar las vísperas.

Pasado el medio día del 1 de noviembre comienzan a llegar carros y gente de otras partes de la región y de las ciudades cercanas, como de El Fuerte, Choix, Los Mochis, Juan José Ríos, Navojoa, Obregón, entre otras localidades, pueblos y rancherías, con coronas, ramos de flores, veladoras, cervezas y aguardiente. Todos con destino al panteón que está a las orillas de la comunidad, al lado de un arroyo. Oscurece y el panteón, bullicioso, se ilumina con incontables lucecitas. Desde lejos puede verse. Algunos rezan, otros lloran; allá platican y acá, a lo cerca, cantan.

Entre las 7 y las 11 de la noche la vitalidad llega a su clímax. Pareciera que los muertos están vivos. Los deudos que tienen a sus parientes colocan las coronas, las flores y encienden las veladoras en las tumbas de los suyos. Es una ocasión para estar con los familiares y tomarse una cerveza o un trago.

Alrededor de la media noche el panteón se va quedando solo, se empieza a vaciar, las luces de las veladoras comienzan a menguar, pero algunas alcanzan a amanecer prendidas al nuevo día. Así transcurre el Día de Muertos en el pueblo.

Es costumbre también que después de velar a los muertos en el panteón los jóvenes se vayan a bailar con un grupo norteño o banda a la cancha del pueblo; si hace un rato estaban llorando por el recuerdo de sus familiares que han partido, en el baile andan alegres. Cobra vigencia el dicho El muerto al pozo y el vivo al gozo.

Guadalupe Espinoza Sauceda*

*Abogado y maestro en desarrollo rural; integrante del Centro de Orientación y Asesoría a Pueblos Indígenas, AC

[BLOQUE: OPINIÓN][SECCIÓN: ARTÍCULO]