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La guerra sin límites: la nueva estrategia en la OTAN

La guerra sin límites: la nueva estrategia en la OTAN

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Ni siquiera tiene que ocultarlo. El papel que Estados Unidos le ha asignado a la OTAN es la garantizar su superioridad en todo el mundo. Y la de impedir que emerja un país capaz de rivalizarle. Se trata de un callejón sin salida: una guerra declarada para asegurar su supremacía imperial. “Justificada”, la agresión incluso contra países pacíficos que buscan un desarrollo independiente

Alessandro Pagani*

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La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) fue creada el 4 de abril del 1949, con el supuesto carácter defensivo anticomunista. El hecho ocurrió durante la Guerra Fría, en una fase donde la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), después del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), había sustituido la “crítica de las armas” por las “armas de la crítica” (es decir, la violencia revolucionaria por la vía pacífica hacia el socialismo, invirtiendo  –de hecho– la táctica con la estrategia).

La OTAN, por su parte, adoptó inmediatamente un carácter ofensivo y de contrarrevolución preventiva contra gobiernos supuestamente prosoviéticos o simplemente progresistas o democráticos.

El triunfo de la Revolución cubana el 1 de enero de 1959, la victoria de la lucha de liberación de Vietnam contra Estados Unidos, las luchas armadas y de liberación nacional en toda la Tricontinental (Asia, América Latina, África), obligaron a modificar la Alianza según las nuevas condiciones geopolíticas.

En el nuevo orden bipolar que surgía, las amplias capacidades militares y nucleares ya no eran privativas de Estados Unidos. Por ello ya no era posible una guerra de tipo simétrico, como las que se dieron hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, es decir, entre dos ejércitos regulares. Ahora era necesario modificar la táctica. Así, los altos mandos del Pentágono y del Departamento de Estado estadunidense empezaron a desarrollar la génesis de la guerra de baja intensidad para frenar los movimientos y luchas de liberación que, para la década de 1970, se estaban dando en toda la periferia del centro imperialista (Estados Unidos y Europa).

Así es como vemos golpes de Estado, operaciones bajo falsas banderas, stay behind (operaciones encubiertas con infiltrados), ejércitos secretos, guerra sicológica y estrategia de la tensión, entre otros. Todas estas actividades se convirtieron en el leit motiv de la OTAN, la cual desde siempre ha tenido en sus altos mandos a jefes de la Armada estadunidense. Dichos mandos operan en estricta coordinación con la estadunidense Agencia Central de Inteligencia y bajo la atenta dirección del Departamento de Estado y el Pentágono. La OTAN nunca ha trabajo con tal nivel de estrechez y subordinación hacia los gobiernos europeos.

Con la desintegración de la URSS y el fin del Pacto de Varsovia, es decir con el fin de un supuesto “peligro rojo”, ¿por qué no se dio de baja a la OTAN? ¿Cuál es su papel en las relaciones internacionales hoy en día?

De la Guerra Fría al nuevo orden mundial

Con la caída del Muro de Berlín en 1989 comenzó la reunificación alemana, la cual concluye al año siguiente, 1990. La República Democrática Alemana se desintegró adhiriéndose a la República Federal de Alemania. En 1991 cae también el Pacto de Varsovia. Los países de la Europa centro-oriental que hacían parte de esta alianza ya no eran aliados de la URSS. Ahora estaban solos. Y al final de ese mismo año cae también la Unión Soviética. Es el inicio del colapso: en lugar de un Estado único se constituyen 15. La caída de la URSS y de su bloque de alianzas propició en la región europea y centros-asiática una situación geopolítica nunca antes vista: la disgregación de la URSS y la crisis política y económica profunda en Rusia pusieron fin a una potencia capaz de confrontarse política, económica, militar y culturalmente con Estados Unidos. Esta serie de acontecimientos acabaron con el orden bipolar que había emergido al fin de la Segunda Guerra Mundial.

Hasta ese entonces no se habían dado guerra regulares y a pesar de una aparente división del mundo en dos polos, muchos países del “sur” pudieron liberarse del colonialismo. Se vivía una ensayada de estabilidad en la que se daban, también, nuevas experiencias, como la del Movimiento de los Países No Alineados.

La primera Guerra del Golfo y su operación Tormenta del Desierto (Desert Storm Operation) representa el primer conflicto bélico en el periodo sucesivo a la Segunda Guerra Mundial. Aquí Washington no tiene la necesidad de contrarrestar una supuesta amenaza comunista, justificación que siempre fue la base de todos sus intervenciones precedentes de tipo ortodoxo, como fueron las guerras en Corea, Vietnam y en Granada, o de tipo asimétrico como fueron las guerras sucias en Centroamérica (Nicaragua, El Salvador, Guatemala y Honduras) y la Operación Cóndor (Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Uruguay, Paraguay, Venezuela). Con esta guerra Estados Unidos fortalece su presencia militar, además de sus influencias políticas en el área estratégica del Golfo, donde se concentra la mayoría de las reservas petrolíferas mundiales. No hay enemigo y no hay opositor a los intereses de Estado estadunidenses.

Al mismo tiempo Washington lanza a sus exenemigos y aliados un mensaje muy claro, transcrito en la National Security Strategy Of The United States (Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos), el documento en el cual la Casa Blanca declara, en el agosto de 1991, su nueva estrategia:

“A pesar de la formación de nuevos centros de poder [subraya el documento firmado por el presidente] Estados Unidos sigue siendo el único Estado con una fuerza, un poder y una influencia que se refleja en cada dimensión –política, económica y militar– y a nivel global. En la década de 1990, así como en gran parte de este siglo, no existe alguien que pueda sustituir el liderazgo estadunidense.”

Sólo después de 6 meses de la directiva presidencial, un documento del Pentágono –Defense Planning Guidance For The Fiscal Years 1994-1999 (Guía de la Planificación de la defensa para los años fiscales 1994-1999), que se hizo público en The New York Times en marzo del 1992, esclarece lo que en la directiva presidencial hubiera debido quedarse como explícito: el hecho de que para ejercer el liderazgo global, Estados Unidos tenía que impedir que otras potencias, incluyendo a los viejos y nuevo aliados, hubieran podido volverse competitivas: “Nuestro primero objetivo es no permitir el nacimiento de un nuevo adversario sobre el territorio de la ex Unión Soviética o en otros lugares, capaz de crear una amenaza similar a la anterior con la URSS. Debemos impedir que otra potencia hostil sea capaz de dominar una región cuyos recursos podrían ser suficientes, si controlados autónomamente, para crear una potencia global”. Estas regiones comprenden por cierto la Europa occidental, Asia oriental, el territorio de la ex Unión Soviética, y Asia suroccidental.

Frente a este cuadro, se destaca en el documento, “es de gran importancia preservar la OTAN como instrumento principal de la defensa y la seguridad occidental, así como canal de influencia y de participación estadunidense en las cuestiones de la seguridad europea, estos deben impedir la creación de dispositivos de seguridad que sean únicamente europeos, que pueden representar un peligro por la OTAN y, en particular, la estructura de comando de la Alianza”, es decir, Estados Unidos.

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Nuevas y viejas concepciones estratégicas de la OTAN

Mientras se redefinen las propias estrategias, Estados Unidos presiona a la OTAN para que haga lo mismo. Según los estadunidenses, es urgente y trascendental que no sólo se defina una nueva estrategia, sino el papel mismo de dicha Alianza Atlántica. Con el fin de la Guerra Fría y la caída del Pacto de Varsovia y de la misma Unión Soviética, se da de baja la motivación de una posible “amenaza soviética” a los intereses de Estados estadounidense y la seguridad europea, y que justificaban la necesidad de cohesión entre la OTAN y la dirección y el control estadunidense. Precisamente a lo anterior responde la necesidad de crear nuevos “peligros”. Si no hay nuevos peligros, los aliados europeos podrían decidir tomar decisiones diferentes o, en el peor de los casos, considerar inútil permanecer en la OTAN.

El 7 de noviembre del 1991, después de la primera Guerra del Golfo, donde la OTAN ha participado en forma no oficial, pero sí con sus fuerzas y estructuras, los jefes de Estado y de gobierno de los 16 países que la conformaban, se reunieron en Roma en la sede central del Consejo Atlántico, donde decretan el Nuevo Concepto estratégico de la Alianza.

“Diversamente a la amenaza que predominaba en el pasado [se destaca en el documento] los peligros que perduran para la seguridad de la Alianza son multiformes y multidireccionales, y son de alta dificultad de prevenir y evaluar. Las tensiones podrían llevar a crisis dañinas para la estabilidad europea, incluso hasta conflictos armados, que podrían involucrar potencias exteriores y expandirse hasta dentro de los países de la OTAN.”

Frente a esto y demás peligros, “la dimensión militar de nuestra Alianza sigue siendo un factor esencial, además de estar al servicio de un concepto más amplio de seguridad”. Así se define el concepto de seguridad y de guerra como algo que no tiene fronteras delimitadas. Es la instauración de la guerra sin límites de Estados Unidos y el inicio de una nueva etapa de la Alianza Atlántica: “la Gran OTAN”.

Alessandro Pagani*/Primera de 10 partes

*Historiador y escritor; maestro en historia contemporánea; diplomado en historia de México por la Universidad Nacional Autónoma de México y en geopolítica y defensa latinoamericana por la Universidad de Buenos Aires

[BLOQUE: ANÁLISIS][SECCIÓN: INTERNACIONAL]

 

 

Contralínea 560 / del 09 al 15 de Octubre de 2017