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Hay un falso debate en el “teatro de las disputas sin término”. Y es que aquellos que invocan al pueblo, aunque sólo sea para usarlo como etapa o escalón a fin de hacerse del poder o los poderes, por medios electorales o de plano antidemocráticos (“no hay régimen, incluso el más autoritario, que no quiera hacerse llamar democrático”, afirma Norberto Bobbio en su diccionario Teoría General de la Política, editorial Trotta), irremediablemente y en mayor o menor grado son populistas. La experiencia política –al menos desde Atenas hasta nuestro tiempo– nos acusa que dictadores, golpistas, demócratas se apoyan en el pueblo y recurren a él para justificarse y así, legítimamente y hasta ilegalmente, apoyarse popularmente, con mayorías o minorías, para alcanzar el poder del Estado y ejercerlo, ya sea con arreglo a elecciones o hereditariamente como en las monarquías; o sucesiones familiares que van desde el Reino Unido a Corea del Norte. O partidos como en Rusia, Cuba, Venezuela, etcétera.

No hay uno que se haya hecho del poder, que no alegue, se justifique o trate de probar que el pueblo lo apoya. E incluso hasta dice gobernar en su beneficio. Mayormente populistas o en menor medida, los regímenes, desde la Roma republicana a la cesarista-imperial-monárquica, pasando por los regímenes europeos, estadounidense y latinoamericanos, los gobernantes y partidos que ocupan el poder transitoriamente según períodos electorales o dictatorialmente, no dejan de invocar al pueblo para justificarse, y asegurar que detentan ese poder en su nombre.

Lo que pasa es que el populismo no es solamente característico de quienes se dicen portavoces del pueblo. Los que llaman a los ciudadanos a votar, son, también, populistas. Y así el populismo se divide en populistas de izquierda, populistas de centro y populistas de derecha. Y los hay de centro-izquierda, de centro-derecha; o exclusivamente centristas. Pero absolutamente todos los gobernantes (salvo tal vez los que en una época presumieron de ser impuestos por los dioses: John Neville Figgis, El derecho divino de los reyes, FCE) aseguraron gobernar para beneficio del pueblo. Unos y otros, pues, son populistas. Y en sus Ensayos, George Orwell –seudónimo de Eric A Blair– tiene uno sobre El Ami du peuple, un periódico parisino de 1928: o sea El amigo del pueblo.

Ningún gobernante, nin-gu-no, ha dicho que nada tiene que ver con el pueblo. Todos lo hacen en nombre del pueblo. Son, pues, populistas. Y los teóricos de la política, en sus teorías (desde Platón-Aristóteles, Tucídides, etcétera), postulan al pueblo, como origen y medios-fines de sus planteamientos (Michael H Lessnoff, La filosofía política del siglo XX, editorial Akal). Pero mucho más populistas son las Revoluciones. La de 1688, en Inglaterra; la estadunidense de 1774; la de 1789, en Francia; la de Lenin, en Rusia; todas las de Europa; la de Mao en China… no hay una que no sea populista. Así que es un falso problema acusar a unos de populistas, mientras otros se lavan las manos en el pueblo, los votantes, las consultas populares, los referéndums.

Y es que todos buscan al pueblo para sus fines, así lo traicionen, más o menos gobiernen en su beneficio; sean corruptos u honrados. Napoleón fue populista hasta para coronarse emperador. La reina Isabel de los tiempos de Shakespeare, fue populista. Lo fue Hitler, alabando a los alemanes como el “pueblo elegido”. Lo es Trump, que camina en el filo de renunciar o ser llevado a juicio político. El PRI es populista. Lo es el PAN. Y Morena. Lo es Maduro en Venezuela contra el populismo de la oposición. Lo es Lula da Silva contra el populismo de Temer. Como populista ha triunfado Macron; igual lo es la Primera Ministra inglesa antieuropeísta. Populista lo es el dictador de Corea del Norte. Así que el populismo solamente se diferencia en si es de centro, izquierda, democrático, antidemocrático, golpista, militaroide… etcétera.

Lo que está en cuestión es si el populismo, en todas sus modalidades de acción ideológica, de postulados, de programa, obedece a ofrecimientos de derecha, izquierda o de centro con sus diversas modalidades y presentaciones. Para unos el populismo se clasifica en bueno y malo, ambos calificativos muy ambiguos. Todos los partidos y todas las nuevas manifestaciones políticas, que buscan el apoyo del pueblo como votantes, son populistas. Y solamente son en beneficio del pueblo cuando, esos gobernantes populistas gobiernan realmente en pro de éste; favoreciendo la igualdad, el empleo, la distribución de la riqueza y si son realmente honrados. Entonces, verdaderamente son populistas democráticos.

Álvaro Cepeda Neri

[BLOQUE: OPINIÓN][SECCIÓN: CONTRAPODER]

 

 

Contralínea 552 / del 14 al 20 de Agosto de 2017

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