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El ciclo sin fin de la economía circular

El ciclo sin fin de la economía circular

Frente a los dogmas del capitalismo más fundamentalista, la economía circular relativiza conceptos sagrados como propiedad o precio y, sobre todo, apuesta por un equilibrio entre el progreso y los límites de nuestro planeta. ¿Por qué no inspirarnos en el conocimiento acumulado durante millones de años por la naturaleza para seguir creando riqueza?

Producir, comprar, usar, tirar. Así funciona el modelo de producción y consumo bajo el que se ha desarrollado nuestra economía desde la revolución industrial y cuyo colapso se ha hecho evidente. El creciente impacto de la huella ecológica, el agotamiento de recursos naturales, la acumulación de residuos, la alarmante contaminación en grandes ciudades o los desastres naturales inducidos por el cambio climático son solo algunas de las consecuencias de un sistema sometido a la dictadura del crecimiento.

“Nuestra economía se ha desarrollado bajo un modelo lineal basado en la hipótesis de la abundancia, la disponibilidad, la facilidad de obtención y la eliminación barata de residuos”, advierte Paz Nachón, senior manager de Accenture Sustainability Strategy, mientras que Bruselas pone el foco en los argumentos que sustentan la teoría de la economía circular. “Hay que asegurarse de que, una vez que hemos utilizado nuestros productos, nuestros alimentos y nuestros inmuebles, seleccionamos los materiales de éstos y los usamos una y otra vez. Cada año, en Europa, se utilizan un promedio de 16 toneladas de materiales por persona para mover nuestra economía. Y además, alrededor de 6 toneladas por persona se convierten en residuos, de los que casi la mitad termina en vertederos”, explica el comisario europeo de Medio Ambiente, Janez Potocnik.

El político esloveno se aferra a una idea –un ciclo cerrado donde los residuos sean la principal fuente de materia prima fiable– que en realidad no es del todo nueva. En la década de los noventa, el arquitecto estadounidense Bill McDonough y el químico alemán Michael Braungart desarrollaron el concepto Cradle to Cradle, una filosofía de diseño que considera todos los materiales involucrados en los procesos industriales y comerciales como nutrientes. Bajo la premisa de la ecoeficacia, consiste en diseñar los productos de tal manera que la esencia del material se mantenga y sea fácil extraer sus componentes para su regeneración o su devolución a la tierra.

También Walter Stahel, arquitecto y analista industrial, esbozó un modelo económico de bucle cerrado y analizó su impacto en la creación de empleo en un informe de investigación realizado para la Comisión Europea. Establecía cuatro objetivos principales: la extensión de la vida del producto, los bienes de larga duración, las actividades de reacondicionamiento y la prevención de residuos. Además, insistía en la importancia de la venta de servicios en lugar de productos, lo que se ha denominado economía funcional.

Y en 1994, el emprendedor belga Gunter Pauli propuso una teoría similar, a la que bautizó como economía azul, que pretende trasladar a la empresa la lógica de los ecosistemas, esto es, servirse del conocimiento acumulado durante millones de años por la naturaleza para ofrecer más con menos, respetando el entorno y creando riqueza. Siguiendo esta lógica, Pauli advirtió de la posibilidad de recargar la batería de los teléfonos móviles gracias a la diferencia de temperatura entre el aparato y el cuerpo humano e, incluso, de aplicar la estructura de los termiteros de África a los sistemas de ventilación.

Las ideas innovadoras de Pauli no tardaron en materializarse. Eiji Nakatsu es un ingeniero de la compañía ferroviaria japonesa JR-West que se inspiró en el martín pescador, un ave que apenas genera onda expansiva en el agua cuando se sumerge en busca de alimento, para rediseñar el tren bala de Shinkansen, que hoy cumple 50 años. Gracias a su morro de acero de 15 metros, aumentó su velocidad y redujo el uso de energía en un 20 por ciento. También para minimizar el uso de energía, la empresa Regen diseña electrodomésticos cuyo funcionamiento sigue el mismo algoritmo que el de las colmenas de abejas. Son solo algunos ejemplos: de la misma manera se han inventado turbinas eólicas que se inspiran en las aletas de las ballenas ‘jorobadas’, células solares que calcan la fotosíntesis de las hojas o captadores de agua de la niebla que replican el caparazón de los escarabajos del desierto.

Este ecodiseño llevado a la máxima precisión es la razón de ser de la consultora Biomimicry Guild, que trabaja con arquitectos y urbanistas para estudiar cómo construir ciudades enteras bajo estos esquemas. “¿No deben nuestras ciudades rendir lo mismo, en términos de servicio de ecosistema, que los sistemas nativos a los que han reemplazado?”, se pregunta su fundadora y madrina de la Biomímesis, Janine Benyus.

De la misma manera que el avión se creó para emular a los pájaros, la teoría de Beynus da fe de cómo lo aparentemente simple puede convertirse en algo revolucionario. “Hemos olvidado que no somos los primeros en procesar la celulosa ni en fabricar papel ni en intentar optimizar el espacio; ni en impermeabilizar, enfriar o calentar una estructura. No somos los primeros en construir casas para nuestros hijos. Otros organismos de la naturaleza están haciendo cosas muy similares a las que nosotros necesitamos hacer, pero de una manera que les ha permitido vivir con elegancia en este planeta durante millones de años”, explica. Benyus insiste en que Darwin ha sido malinterpretado: la teoría de la evolución no se reduce a la supervivencia de los más aptos. La naturaleza teje conexiones, fomenta la cooperación y la interdependencia entre los organismos y construye así ecosistemas prodigiosos y resilientes.

¿Un cambio de era?

En efecto, el fin último de la economía circular es reproducir la dinámica de la naturaleza. Su poder de seducción logró que, hace poco más de un año, más de 100 líderes empresariales de algunas de las compañías más influyentes del mundo se dieran cita en Londres para asistir a Resource, la principal conferencia de Europa dedicada a la economía circular. Stephen Gee, director del evento, cuenta que, tras 10 años trabajando en la gestión de los residuos, se percató de que algo fallaba en nuestra “obsesión” por el reciclaje. “¿Por qué esperar hasta el final del proceso? ¿Por qué no actuar antes para que todo se reaproveche al máximo? ¿Por qué no crear una economía que sea capaz de regenerarse?”, se preguntaba.

Del mismo modo que la naturaleza establece interdependencias entre organismos, la economía circular establece un sistema de cooperación dirigido a ofrecer más servicios con menos recursos y relativiza concepciones muy arraigadas como la propiedad o el precio. ¿Por qué si no estarían tan presentes debates sobre el colaborativismo o el precio justo? “Hoy podemos decir que su significado se ha desbordado capitalizándose a toda la economía esa actuación circular, inclusiva, concertada de los emprendedores, el sector público y las grandes corporaciones en un mundo que no es el que nos gustaría tener pero que nos ofrece, como nunca antes, herramientas para cambiarlo”, señala Iñaki Ortega, director de Programas en Deusto Business School.

Ángel Pes, presidente de la Red Española del Pacto Mundial y director del área de Responsabilidad Corporativa y Marca de Caixabank, nos pone en contexto: “El siglo XX fue testigo de dos grandes cambios en los sistemas de producción: después de la primera guerra mundial, se impuso el modelo de producción en masa característico del sector del automóvil, bajo el liderazgo de Ford. A partir de los años setenta, Toyota y otras empresas japonesas fueron pioneras al introducir sistemas de fabricación ‘estilizados’ (lean) y modelos de producción just-in-time: el enfoque de producción flexible que rápidamente se convirtió en una característica definitoria de la economía global”.

Aunque desconozcamos su alcance, de lo que no hay duda es que la economía circular constituye un síntoma, y a la vez una posible cura, de las propias fisuras del sistema. “La economía circular está incentivando el desarrollo de nuevos modelos que separan el crecimiento de recursos potencialmente escasos o volátiles en precio, e impulsando a las compañías a replantearse su relación con sus clientes”, explica Paz Nachón, de Accenture. Las empresas se están dando cuenta de que reusar y compartir recursos tiene también sentido desde el punto de vista económico. Según un estudio de McKinsey, si la economía circular se aplicara solamente al sector de manufactura se ahorrarían unos 625 mil millones de euros y se crearían decenas de miles de puestos de trabajo.

“Actuar en cooperación es la filosofía de la nueva economía colaborativa que ha hecho posible que la mayor cadena de hoteles del mundo no tenga ni una habitación, o que la más amplia red de transporte público del mundo sea privada y no posea ni un vehículo en propiedad. AirBnb o Uber permiten que la gente viaje barato y seguro, y son ejemplos de un mundo que viene, que se ha definido con el acrónimo P2P, del inglés peer to peer, o lo que es lo mismo: una red entre iguales”, afirma Iñaki Ortega.

En vez de comprar para poseer, la economía circular aboga por un consumo colaborativo para compartir, redistribuir o reutilizar los productos. ¿Cómo se combina esto con la teoría de crecimiento que conocemos, basada en el consumismo? “Este es otro de los aspectos donde una economía circular coherente contradice el fundamentalismo capitalista, basado aquí en la propiedad privada”, señala Jordi Sevilla. “La economía circular –prosigue- no excluye esta propiedad privada pero incentiva más el uso de las cosas que la propiedad de la misma, ya que esto último conduce, con demasiada frecuencia, al despilfarro. Conocemos muchos negocios que son rentables a partir de la puesta en común de cosas que no se utilizan plenamente porque la propiedad privada es un freno. Por ejemplo, ¿cuántos días al año está vacío el apartamento en la playa? ¿Cuántas horas al día está el coche privado parado en el garaje? ¿Cuánto estorban los libros que ya hemos leído o la ropa que ya no usamos? Son ejemplos de cómo compartir es más eficaz desde un punto de vista social que poseer individualmente las cosas”.

“Hasta ahora, el ciudadano tenía un rol pasivo, basado en su papel como consumidor, pero en esta nueva realidad económica, donde las personas están hiperconectadas, el ciudadano tiene la capacidad de ser productor o prescriptor. El ciudadano tiene así nuevas herramientas para que otros aprovechen, su talento o sus activos, y hacer un uso más eficiente de sus recursos disponibles”, puntualiza el director general de Airbnb España y Portugal, Arnaldo Muñoz. Es, en gran parte, gracias a la tecnología que “los recursos finitos se convierten en infinitos, con un coste marginal casi cero”.

Ángel Pes, del Pacto Mundial de Naciones Unidas, llama a las empresas a la acción: “Una cualidad fundamental de las empresas de éxito es su capacidad para adaptarse a los cambios, o incluso de promoverlos… Esto tiene profundas implicaciones para la sociedad, ya que la forma en que hacemos las cosas dicta no sólo cómo trabajamos, sino también lo que compramos, cómo pensamos, y la forma como vivimos”, concluye.

Un mundo de recursos limitados demanda modelos de empresa creativos, modernos y sofisticados. Más aún si el número de consumidores no para de crecer: se estima que la población mundial pasará de los actuales 7 mil millones de personas a los 9 mil millones en 2030. “El momento de subirse a la rueda es ahora, porque todo funcionará así en 15 o 20 años. Lo que hoy llamamos residuo mañana será necesariamente recurso”, concluye Stephen Gee.

Laura Zamarriego/Centro de Colaboraciones Solidarias

 

 

Contralínea 545 / del 26 de Junio al 02 de Julio de 2017