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Viktor Orbán, nuevo rostro del “enemigo”, según Washington

Viktor Orbán, nuevo rostro del “enemigo”, según Washington

La negativa del primer ministro húngaro Viktor Orbán y de su partido, Fidesz, a unirse a la nueva Guerra Fría que Estados Unidos y Europa han iniciado contra Rusia –negativa que concretó primeramente al aceptar que el gasoducto paneuropeo South Stream pase por Hungría y que reafirmó con su enérgica política hacia los bancos y las compañías extranjeras del sector energético– ha puesto a sonar todas las alarmas en las capitales occidentales. La cuestión que ahora se impone es la siguiente: ¿Será Hungría el próximo blanco de un intento de cambio de régimen financiado por Estados Unidos y la Unión Europea?

F William Engdahl/Red Voltaire

Fráncfort, Alemania. Hace algún tiempo que Hungría y su primer ministro nacionalista y populista Viktor Orbán están en el colimador de las elites políticas de Washington. Pero, ¿cuál es el pecado del señor Orbán? Simplemente no haber bajado la cabeza ante los dictados, a menudo destructivos, de la Comisión Europea y tratar de definir una identidad nacional húngara. Pero el más grave de sus pecados es, sin duda, su creciente acercamiento a Rusia y su desconfianza hacia Washington, que se han materializado en un acuerdo concluido con Gazprom para que pase por Hungría el gasoducto South Stream, que debe conectar a Rusia con los países de la Unión Europea.

El propio Orbán ha recorrido un largo camino político desde 1998, año en que se convirtió en primer ministro de Hungría, uno de los dos más jóvenes que han resultado electos para ese cargo en ese país. En aquel entonces, y a pesar de la oposición de Rusia, Viktor Orbán supervisó la entrada de Hungría en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) –al mismo tiempo que las de Polonia y la República Checa– y en la Unión Europea.

Durante aquel mandato de primer ministro, en una época en que la Unión Europea era mucho más próspera que ahora, Orbán redujo los impuestos, abolió el pago de inscripción en la universidad para los alumnos aventajados, aumentó las ayudas financieras a las madres y atrajo a los industriales alemanes con una fuerza de trabajo barata. Entre sus “consejeros” estadunidenses figuraba James Denton, vinculado a Freedom House, una organización no gubernamental (ONG) de Washington implicada en las revoluciones de colores. Orbán era entonces el niño mimado de los neoconservadores de Washington. En 2001 recibió el Premio de la Libertad del neoconservador American Enterprise Institute.

En 2012, después de haber pasado 6 años en la oposición, Orbán logró regresar. Y lo hizo con una importante mayoría obtenida con el Partido Húngaro de Unión Cívica (conocido como Fidesz).

De hecho, el Fidesz tenía el 68 por ciento de los escaños del Parlamento, lo cual le garantizaba la mayoría necesaria para modificar la Constitución Política y adoptar nuevas leyes, y no dudó en hacerlo. Irónicamente, viendo la paja en el ojo ajeno e ignorando la viga en su propio ojo, la administración de Barack Obama y el Parlamento Europeo criticaron a Orbán al afirmar que había dotado al Fidesz de un poder excesivo. Daniel Cohn-Bendit y los Verdes europeos acusaron a Orbán de tener como modelo la Venezuela del otrora presidente Hugo Chávez.

El verdadero problema era que Orbán no seguía el manual de la Unión Europea para políticos obedientes. Y Bruselas comenzó a demonizar al Fidesz y a Orbán, presentando al primero como la versión húngara del Partido Rusia Unida y al propio Orbán como el Putin magiar. Eso era en 2012.

Ahora la situación se hace realmente preocupante para los atlantistas y la Unión Europea, ya que Orbán está haciendo caso omiso ante las exigencias europeas para que interrumpa la construcción del gran gasoducto ruso South Stream.

El gasoducto ruso South Stream y el gasoducto germano-ruso North Stream garantizarían a los países de la Unión Europea el abastecimiento de gas sin tener que pasar por el conflictivo territorio de Ucrania, algo a lo cual Washington se opone con todas sus fuerzas… Por razones evidentes.

En enero de 2014, el gobierno del señor Orbán anunció un acuerdo financiero por valor de 10 mil millones de euros con la Sociedad Nacional de Energía Nuclear de Rusia para renovar la única central nuclear de Hungría, en la región de Paks, instalación de tecnología rusa construida en tiempos de la Unión Soviética.

Ese anuncio llamó la atención en Washington. Lo mismo sucedió durante el verano de 2014, cuando Orbán criticó a Estados Unidos, al observar que ese país había fracasado en resolver la crisis financiera mundial… provocada precisamente por los propios bancos estadunidenses.

En esa ocasión Orbán elogió además a China, Turquía y Rusia, al considerarlos como modelos más positivos. Orbán declaró que las democracias occidentales “corren el peligro, en los próximos años, de resultar incapaces de conservar su competitividad, y parecen condenadas a la decadencia si no logran transformarse profundamente”.

No contento con lo anterior, Orbán logró además liberar a Hungría de varias décadas de catastrófica tutela del Fondo Monetario Internacional (FMI). En agosto de 2013, el ministro húngaro de Economía declaró que, mediante una “política monetaria disciplinada”, había logrado pagar los 2 mil 200 millones de dólares que Hungría le debía al FMI. ¡Fin de las privatizaciones impuestas y de las condiciones exorbitantes que exige el FMI! El presidente del Banco Central húngaro exigió entonces al FMI el cierre de todas sus oficinas en Budapest. Además, al igual que en Islandia, el fiscal general de Hungría emprendió acciones legales contra los tres primeros ministros de los gobiernos anteriores por haber hundido la nación en un nivel de endeudamiento de proporciones criminales, precedente que no podía dejar de provocar sudores fríos en varias capitales, así como en Washington y en Wall Street.

Pero la más fuerte de todas las alarmas fue la que comenzó a sonar cuando Orbán y el Fidesz dieron, al mismo tiempo que sus vecinos austriacos, luz verde a la construcción del gasoducto ruso South Stream sin tener en cuenta las protestas de la Unión Europea, que afirmaba que ese proyecto iba en contra de sus leyes. “Es lebe die österreichisch-ungarische Energiemonarchie!” (“¡Viva la soberanía energética austro-húngara!”), proclamó Orbán en un encuentro con Horst Seehofer, ministro-presidente de Baviera, el 6 de noviembre en Múnich.

Eso fue suficiente para que las elites estadunidenses dieran de inmediato la alerta. The New York Times, celoso sostén del establishment, publicó en primera plana un editorial titulado “El peligroso deslizamiento de Hungría”, donde podía leerse:

 “El gobierno del primer ministro húngaro, Viktor Orbán, se desliza hacia el autoritarismo y desafía los valores fundamentales de la Unión Europea, y todo el mundo se lo permite.”

En los siguientes términos revelaba The New York Times la verdadera razón del pánico reinante en Washington y Wall Street:

 “Una vez más Hungría ha dado prueba de su desprecio por la Unión Europea al adoptar, el pasado lunes, una ley que autoriza el paso del gasoducto ruso South Stream a través del territorio húngaro. Esta nueva ley es una violación flagrante de la orden impartida en septiembre pasado por la Unión Europea a todos sus miembros de rechazar la construcción de South Stream y de las sanciones económicas impuestas por la Unión Europea y Estados Unidos en contra de Rusia como consecuencia de sus acciones en Ucrania. En vez de protestar tímidamente contra esas medidas antidemocráticas, la Unión Europea haría mejor ordenando también sanciones contra Hungría. Y Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, debería utilizar su poder para obligar al señor Navracsics a dimitir.

 “[El húngaro] Tibor Navracsics acaba de ser nombrado comisario europeo a cargo de Educación, Cultura, Juventud y Deportes y todavía estamos buscando qué vínculo puede tener esa función con la construcción de gasoductos.”

Y ahora no habrá que asombrarse cuando veamos a la National Endowment for Democracy y las serviciales ONG financiadas por Estados Unidos hallar una buena excusa para organizar manifestaciones contra el partido Fidesz y el primer ministro húngaro Viktor Orbán para castigarlos por el imperdonable crimen que han cometido: tratar de liberar a Hungría de la situación demente que Estados Unidos ha creado en Ucrania.

F William Engdahl/Red Voltaire

 

 

 Contralínea 416 / del 14 al 20 de Diciembre 2014