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Ya ni quejarse es bueno

Ya ni quejarse es bueno

La relación entre México y Estados Unidos nunca ha sido sencilla. El hecho de compartir fronteras con la nación más poderosa del mundo, ha colocado a nuestro país en una posición que sólo la encuentran envidiable los porristas de la globalización, los tecnócratas, los que tienen el dinero para viajar de vacaciones navideñas a Nueva York y Las Vegas.

La realidad es que la relación entre los dos países siempre se ha basado en la búsqueda de nuestros mandatarios por obtener los niveles más tolerables de humillación ante las decisiones que toman los vecinos del norte.

No importa que los gobiernos federales sean emanados del PRI o del PAN, a lo largo de la historia nos hemos dado cuenta que al final se resignan a la sumisión, con algunos intentos demagogos por levantar la voz y defender nuestros intereses.
La verdad sea dicha, en México se puede gritar y patalear para exigir respeto a nuestros intereses, economía, recursos naturales y derechos humanos, pero nunca pasa nada.
Aceptémoslo, la relación entre México y Estados Unidos es igual a cuando un pequeño hace una rabieta en el pasillo de un supermercado y su madre, cansada de estarlo escuchando durante algunos minutos, lanza una de esas miradas que son suficientes para apaciguar el llanto.
Por eso resulta cómico escuchar eso de que somos “socios” y “amigos” que conviven armónicamente en una “relación bilateral”.
Pocas veces se ve a un presidente de la República alzar la voz por algo que está evidentemente mal en la forma que opera la vida entre los dos países.
Personalmente lo único que le reconozco a la pasada administración panista, encabezada por Felipe Calderón, es que por un breve periodo de tiempo se atrevió a criticar el comercio de armas de la unión americana a nuestro país y su hipocresía con respecto a la política contra las drogas.
Me dio gusto ver a un presidente mexicano inaugurar un enorme cartel de acero donde se le exigía a los norteamericanos que suspendieran el tráfico de metralletas, municipios y pistolas a nuestro país.
Lo reconozco, me sentí bien cuando Calderón (que no es santo de mi devoción), tomó la tribuna de las Naciones Unidas para exigirle a los Estados Unidos a que se pongan de acuerdo con sus mensajes en pro y en contra de las drogas.
Lamentablemente todo esto resultó ser un simple berrinche, y Calderón guardó silencio una vez que supo que su regreso a la vida civil lo iba a pasar en Harvard, alejado de toda la violencia que dejó en México.
Si las cosas no cambiaron con el PAN, dudo mucho que vaya a suceder con el PRI, que ahora está en el poder.
Por eso no puedo sentirme optimista cuando veo que las ciudades fronterizas tamaulipecas seguirán siendo el destino de los miles de deportados de todas las nacionalidades que genera el gobierno de Estados Unidos.
Puedo entender a que los mexicanos los regresen a Matamoros, Reynosa o alguna otra comunidad fronteriza, pero hay miles de centroamericanos que un día se encuentran en nuestro país, sin un peso en la bolsa y la nula posibilidad de regresar a su terruño.
Desgraciadamente estas personas se convierten en una carga para los gobiernos locales, que no tienen los recursos suficientes para ofrecerles un plato de comida, un espacio digno dónde puedan pasar la noche y, lo que es más importante, la posibilidad de regresar a sus lugares de origen.
Las pocas casas de atención a migrantes que existen en Tamaulipas están rebasadas, lo que provoca que las condiciones de vida sean menos que aceptables.
Lo malo es que eso es lo único que hay, y el problema va a seguir creciendo, pues las autoridades norteamericanas continuarán con su política de deportaciones masivas por Tamaulipas.
Mientras tanto, las autoridades de los tres niveles de gobierno van a elevar una que otra protesta en los medios de comunicación, sólo para que la sociedad no diga que no están haciendo nada.
Pero al final, como siempre sucede, estos reclamos no van a pasar de simples berrinches, pues nadie se atreve a hacer algo en contra de las decisiones del poderoso gobierno de Estados Unidos.
Todo parece indicar que los residentes de las comunidades fronterizas de Tamaulipas estamos condenados a seguir recibiendo mexicanos, guatemaltecos, salvadoreños, hondureños, nicaragüenses y personas de cualquier otra nacionalidad que ya no son aceptadas en Estados Unidos.
Lo dicho, seguiremos siendo el patio trasero de la unión americana, a donde tiran lo que ya no quieren o ya no les sirve.
Ya ni quejarse es bueno.