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El tercer asalto oligárquico del poder

El tercer asalto oligárquico del poder

Los que vencen, cualquiera que sean los medios empleados, nunca se avergüenzan
 
Maquiavelo
 
Yo sé los nombres de los responsables de lo que llaman golpe (y que en realidad es una serie de golpes instituidos como sistema de protección del poder)
Yo sé los nombres de las personas serias e importantes que están detrás de personajes cómicos.
Yo sé todos estos nombres y conozco todos los hechos
 
Pier Paolo Pasolini, Yo sé, 1974
 
“Ahora es el turno del ofendido por años silencioso, a pesar de los gritos”, dijo el poeta Roque Dalton. Ahora le toca a los indignados y agraviados mexicanos, con “puños, uñas, saliva, corazón, entrañas, tripas, cosas de varón [y de mujer, agrego por mi parte] y dientes”, como escribió Miguel Henríquez, defender sus anhelos republicanos, de justicia y bienestar, sus esperanzas y utopías de un mundo mejor, políticamente democrático, participativo y económicamente posneoliberal, socialmente incluyente, con dignidad y autonomía frente al exterior, que fueron sepultados por la avalancha de detritus vertidos por el bloque hegemónico durante las elecciones, con tal de tratar de encaramar en la Presidencia a Enrique Peña Nieto, por cualquier medio, y que terminó por ensuciar, deslegitimizar y envilecer todo el proceso. Tanto el delfín como sus titiriteros y el sistema político quedaron embarrados hasta la sonrisa por el miasma de las infracciones electorales que cometieron descaradamente, al igual que los cancerberos electorales que siempre exaltaron supuesta pulcritud de las elecciones; ante ellas guardaron una envilecida pasividad cómplice. El bastardo matrimonio de conveniencia entre el capital y la política corrompió la “fiesta de la democracia”, la convirtió en una orgía de la piara priísta que arrojó a la cloaca la credibilidad y legitimidad de Enrique Peña, de las instituciones, sus representantes, y del sistema político en su conjunto.
 
En periodos aciagos como el actual, donde se decide electoralmente el futuro de la nación, no cabe la perplejidad paralizante, el derrotismo, la desmovilización. Tampoco es tiempo para los movimientos sociales espontáneos, defensivos, desorganizados, contestatarios, aislados de otros sectores de la población, limitados a la denuncia y la exigencia de la restauración de la legalidad electoral violentada, porque están condenados al fracaso. La experiencia histórica demuestra que ese tipo de movilizaciones son controlados con relativa facilidad por el sistema, dividiéndolos, cooptando a parte de ellos, desprestigiándolos, dejando que se desgasten y se pudran, mientras no pongan en riesgo la estabilidad política del sistema y la acumulación del capital, intimidándolos, aplicándoles arbitrariamente la ley, reprimiéndolos selectiva o colectivamente.
 
Pese a la legitimidad de sus demandas y su carácter masivo, las movilizaciones de los indignados metropolitanos, desdeñados oficialmente y a menudo bárbaramente reprimidos como en Grecia, poco o nada han logrado en sus propósitos. Es cierto que con sus votos de castigo han contribuido a la concientización de la población y al derrumbe epidémico de gobiernos de la derecha y social-neoliberales. Pero el salvaje orden neoliberal permanece intacto. Se suceden las administraciones, las regencias y los mandatos de facto, sometidos al capital financiero-industrial y los organismos internacionales, que imponen despóticamente las políticas de choque y las contrarreformas neoliberales de manera cada vez más bestiales, despreciando sus altos costos para las mayorías y la descomposición social, que reducen los espacios democráticos y ahondan el abismo entre la llamada “sociedad civil” y la “política”. Los estallidos en el Norte de África, más radicales, a veces estimulados y financiados por las naciones imperiales, han provocado la caída de los gobiernos despóticos. Pero el “control de daños” impuesto por las elites locales y foráneas (estadunidenses e inglesas, entre otras) obstaculiza la democratización de esos regímenes, las “primaveras” se marchitan y los cambios se reducen al gatopardismo.
 
El zapatismo pudo ser contenido, confinado y obligado a replegarse tácticamente, al igual que las protestas derivadas de los fraudes electorales de 1988 y 2006. Javier Sicilia y su movimiento, que apostaron a los cauces legales y la buena fe de las instituciones para tratar de obtener justicia ante los impunes atropellos de que han sido víctimas por los aparatos represivos del Estado, a raíz del veto de Felipe Calderón a la ley de víctimas de la violencia y de abuso del poder, se vio obligado a decir: “Le vuelvo al presidente: no traicione su palabra. Ha traicionado demasiado este país para que siga traicionándolo. Le exigimos, yo ya no le pido, le exijo, que cumpla su palabra y que se promulgue esa ley…”. Los estudiantes denuncian la manipulación de la información por las televisoras y el fraude electoral, y exigen la restauración de la legalidad.
 
¿Cómo requerir a Felipe Calderón lo que carece, si su gobierno es producto del asalto del Estado y descansa en la impunidad, la injusticia, la corrupción, si pisotea la Constitución cuantas veces se le pega la gana con la complicidad de los poderes Legislativo y Judicial (que actúan de la misma manera), si usa el poder en beneficio de la elite político-oligárquica, si es el principal responsable del ilegal terrorismo de Estado?
 
¿Cómo exigirle imparcialidad a los medios de comunicación, en especial a las televisoras y la mayor parte de la prensa escrita, si su negocio no es la información imparcial, la libertad de expresión o la promoción y la defensa de los valores democráticos ni tampoco es el “cuarto poder” como se dice? Emilio Azcárraga y Ricardo Salinas, los dueños de Milenio y otros medios forman parte de la estructura de poder y su oficio es la manipulación de la información, el uso de la misma para sus propios beneficios. El golpeteo a sus adversarios –políticos y a sus competidores– y a los movimientos sociales opositores, el chantaje que ejerce sobre la elite política, su manera de convivir con ella, a la que busca someter y ofrece sus servicios a cambio de favores, son algunas de las formas con las cuales han fincado su poder económico-monopólico y político. Por su lugar que ocupan en la economía y la política, los han convertido en los peores enemigos de la democratización de las telecomunicaciones y del país. Con los gobiernos priístas y panistas han obtenido beneficios inimaginables en un sistema democrático y con la vigencia del estado de derecho.
 
En 1974 escribió Pasolini en cuanto “medio técnico” e instrumento del poder y poder en sí mismo: “es mediante el espíritu de la televisión que se manifiesta en concreto el espíritu del nuevo poder. La televisión es autoritaria y represiva como ningún medio de información en el mundo lo ha sido nunca. El diario fascista y los slogan mussolinianos hacen reír. El fascismo no ha sido capaz de arañar el alma del pueblo italiano: el nuevo fascismo, mediante los nuevos medios de comunicación y de información (ejemplo, precisamente, la televisión) no sólo lo araña, sino que lo ha lacerado, violado, embrutecido para siempre” (Escritos corsarios, Monte Ávila Editores, Caracas, 1978).
 
¿Cómo reclamar al Instituto Federal Electoral, al Tribunal Federal Electoral, al gobierno, que limpien las elecciones, si todos están involucrados en el fraude electoral? Al grito de Fuenteovejuna, el bloque dominante de la derecha (Emilio Azcárraga, Ricardo Salinas y otros oligarcas, el Partido Revolucionario Institucional, el gobierno panista) operaron el nuevo golpe de Estado “técnico”. Lo planearon cuidadosamente desde hace tiempo, con el objeto de impedir el triunfo de Andrés Manuel López Obrador y asegurar el triunfo de Enrique Peña Nieto.
 
La derecha tiene una razón más importante que la democracia, aunque sea limitada al ámbito electoral: el imperativo de mantener y profundizar el orden establecido, donde la lucha de clases está inclinada a su favor. Neoliberal en lo económico, donde la acumulación de capital descansa en la sobreexplotación del trabajo asalariado y que recuerda la época más cruda del siglo XIX: el retroceso brutal de los salarios reales, la expoliación de las prestaciones sociales, la inseguridad y los abusos laborales, la negación de contratos legales y permanentes, el control sindical, las autoridades del ramo al servicio de las empresas, la insuficiencia de empleos formales; la tolerancia a los monopolios y sus prácticas, la especulación financiera y de precios, los abusos a los consumidores desprotegidos, la destrucción ambiental; el desmantelamiento de los servicios públicos sociales y su privatización. El Estado, la riqueza nacional y las políticas públicas están a su servicio (en lo fiscal: los subsidios, los bajos impuestos que evaden y eluden, el saqueo, el pillaje, el contratismo, las reprivatizaciones, las concesiones envueltas en la corrupción, el tráfico de influencias, el favoritismo).
 
Ésos y otros factores han permitido que el 0.1 por ciento de las familias, 1 mil 900, de 28 millones, posean una riqueza individual, casi líquida, de al menos 30 millones de dólares (440 millones de pesos), es decir, 15 de ellas (Slim, Emilio Azcárraga y Ricardo Salinas, Larrea, Bailleres, Servitje, Hank y el Chapo Guzmán, entre otras) acumulan 134 mil millones, 1.8 billones de pesos, equivalente al 13 por ciento del producto interno bruto. En cambio, oficialmente se reconoce que 58 millones de mexicanos, la mitad de la población, sobrevive en la pobreza y la miseria, aunque otros analistas serios estiman que llegan hasta 80 millones. Entre 2004 y 2010 aumentaron en 9 millones de personas. En 1994 eran 46 millones (Wealth-X, Worldultrawealth report 2011, Forbes y Coneval).
 
Autoritario en lo político: el neoliberalismo funciona mejor con el autoritarismo, donde la sociedad carece de mecanismos legales para defender sus intereses laborales y como consumidores ante el abuso del capital y la elite política, y para participar e incidir en las decisiones de la nación. Donde el gobierno y la ley están a favor de ellos mismos y el capital, la sociedad es controlada corporativamente, reprimida y despojada de sus derechos y libertades. La democracia, incluso limitada a la electoral, es un peligro para las tropelías del capitalismo primitivo, de la elite oligárquico-política, ya que abre la posibilidad del ascenso de gobiernos que impongan el estado de derecho.
 
La elite política-oligárquica mexicana es despótica tropical por naturaleza. En la defensa de sus intereses están dispuestas a conspirar, desestabilizar, asesinar, financiar golpes de Estado, financiar o destruir carreras políticas, comprar voluntades, de derecha a izquierda, y presidencias. Recuerda Abraham Nuncio que Franklin D Roosevelt dijo: “estar gobernados por el dinero organizado es tan peligroso como estarlo por el crimen organizado”.
 
La burguesía nunca concede mejorías democráticas económicas y sociopolíticas. Éstas las han ganado las sociedades organizadas, con objetivos claros de cambio, con sus luchas, sus levantamientos y revoluciones. Cuando están desordenadas, degradadas, son fácilmente controladas y manipuladas, y sus conquistas pueden ser destruidas fácilmente. La indignación por sí misma es insuficiente o inútil en la guerra de clases. Con su voto, que normalmente se les respeta, algunos descontentos de la “civilizada” Unión Europea y la Eurozona han cobrado revancha de los gobiernos antisociales. Pero no han logrado impedir que los siguientes les apliquen mayores dosis del salvajismo neoliberal.
 
Sin duda, tendrá que recorrerse el resbaladizo sendero jurídico para solicitar la invalidez y anulación de las votaciones. Pero es cándido pensar que se restaurará el orden constitucional y electoral. Lo más probable es que se legalizará el tercer golpe de Estado “técnico” de la Presidencia. Para el sistema, limpiar el proceso equivaldrá a blanquear el dinero turbio. Estamos ante hechos consumados. El Tribunal Federal Electoral reafirmará el triunfo del pequeñuelo autócrata oriental y el retorno del Partido Revolucionario Institucional.
 
En un escenario donde no funciona la democracia electoral, en un sistema donde reina el autoritarismo y la impunidad sistémica, se violan las libertades civiles y no existe el estado de derecho, cabe preguntarse: ¿qué sentido tiene participar en el régimen de partidos? ¿No es tiempo de actuar bajo otro horizonte? ¿De construir una izquierda radical, cuyo objetivo sea el cambio del sistema capitalista, la construcción de una república democrática participativa, más equitativa, socialmente incluyente y económicamente soberana? Tenemos que recuperar las utopías arrumbadas.
 
En el Sur de América Latina, en especial en Venezuela, Bolivia, Ecuador o Argentina, los avances logrados han sido posibles gracias a movimientos que crecieron fuera de esa esfera y que tuvieron la capacidad organizativa y directiva para aprovechar las crisis del sistema y desplazar a las elites políticas tradicionales.
 
*Economista
 
 
 
 
Fuente:  Contralínea 294