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La masacre de Sorman

La masacre de Sorman

Khaled K Al-Hamedi, activista humanitario, regresa a su casa en el momento en que uno de los “quirúrgicos” bombardeos de la OTAN acaba con su hogar. Los misiles no sólo despedazan los muros y habitaciones, sino los cuerpos de sus niños y de su esposa. La “liberación” de Libia cada vez es más una historia de sangre y de horror que una lucha gloriosa por la democracia

Thierry Meyssan/Red Voltaire

Es una fiesta familiar como tantas otras que se realizan en Libia. Toda la familia se ha reunido para celebrar el tercer cumpleaños del pequeño Al-Khweldy. Sus abuelos, sus hermanos y hermanas, sus primos y primas se agolpan en la propiedad familiar, situada en Sorman, 70 kilómetros al oeste de Trípoli, la capital libia, un amplio terreno donde los miembros de la familia han ido construyendo sus casas, pequeñas, sobrias, de un sólo piso.

Sin lujos superfluos, en un entorno caracterizado por la sencillez de la gente del desierto, rodeado de un ambiente de calma y unión, el abuelo, el mariscal Al-Khweldy Al-Hamedi, cría sus pájaros. Es un héroe de la Revolución. Participó en el derrocamiento de la monarquía y la liberación del país de la explotación colonial. Todos están orgullosos de él. Su hijo, Khaled Al-Hamedi, presidente de la Organización Internacional para la Paz, Cuidado y Asistencia (IOPCR, por su sigla en inglés), una de las organizaciones humanitarias más importantes del mundo árabe, cría ciervas en aquel mismo lugar. Unos 30 niños corretean y jegan en medio de los animales.

Los presentes están inmersos también en los preparativos de la boda de Mohamed, hermano de Khaled, quien se encuentra en el frente luchando contra los mercenarios extranjeros dirigidos por la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). La ceremonia se celebraría en aquel mismo lugar, unos días más tarde. La novia luce radiante.

Nadie se percata de que, entre los invitados, se ha infiltrado un espía. Parece estar enviando mensajes a sus amigos a través de Twitter. En realidad, ha situado varios dispositivos de referencia dentro de la propiedad y está utilizando la red social para vincularlos al cuartel general de la OTAN.

El bombardeo

Ha llegado un nuevo día. Es la noche del 19 al 20 de junio de 2011, hacia las 2:30 de la mañana. Khaled regresa a su casa después de haber visitado y prestado auxilio a grupos de compatriotas que huían de los bombardeos de la OTAN. Se halla lo suficientemente cerca de su casa como para oír el silbido de los misiles y las explosiones.

La OTAN utiliza en total 8 misiles, de 900 kilogramos cada uno. El espía había situado en cada una de las casas dispositivos que debían servir de guía a los misiles, precisamente en las habitaciones de los niños. Los misiles caen en intervalos de unos pocos segundos. Los abuelos tienen tiempo de salir de su casa, pero ya es tarde para salvar a los hijos y los nietos. Cuando el último misil alcanza su propia casa, el mariscal tiene el reflejo de proteger a su esposa con su cuerpo. Acaban de pasar la puerta hacia el exterior y la onda expansiva los lanza a los dos a unos 15 metros del lugar de la explosión. Los dos sobrevivien.

A su llegada, Khaled no encuentra más que desolación. La mujer a la que tanto ama y que portaba un nuevo hijo en su vientre ha desaparecido. Sus hijos, por los que hubiese estado dispuesto a hacer cualquier sacrificio, están muertos, despedazados por las explosiones o aplastados por el derrumbe de los techos.

Cada una de las casas es ahora un montón de ruinas. Doce cuerpos destrozados yacen bajo los escombros. Varias ciervas alcanzadas por la metralla agonizan en su corral.

Los vecinos corren al lugar, en silencio, para buscar algún signo de vida entre los escombros. Pero no hay esperanza. Los niños no tenían la más mínima posibilidad de escapar al impacto de los misiles. Logran recuperar el cadáver decapitado de un bebé. El abuelo recita el Corán. Su voz es firme. No llora. El dolor es demasiado profundo.

En Bruselas, los voceros de la OTAN dicen haber bombardeado la sede de una milicia favorable a Kadhafi para proteger a la población civil de la represión del tirano.

Nadie sabe cómo se planificó aquello en el seno del Comité de Objetivos. Tampoco se sabe cómo siguió el Estado Mayor el desarrollo de la operación. La OTAN, sus pulcros generales y sus diplomáticos adeptos del pensamiento correcto decidieron asesinar a los niños de las familias de los líderes libios como recurso sicológico para quebrantar su resistencia.

Desde el siglo XIII, los teólogos y juristas europeos prohíben el asesinato de familias. Es este un principio de base de la civilización cristiana. Sólo la mafia ha sido capaz de ignorar ese tabú… La mafia y, ahora, la OTAN.

El primero de julio, en momentos en que 1.7 millones de personas participaban en Trípoli en una manifestación a favor de la defensa de su país contra la agresión extranjera, Khaled se fue al frente para socorrer a los heridos y refugiados. Varios francotiradores lo estaban esperando y trataron de matarlo. Fue gravemente herido pero, según los médicos, ya está fuera de peligro.

La OTAN no ha terminado su trabajo sucio.

Fuente: Fuente: Contralínea 242 / 17 de julio de 2011