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Quien tuviera los ojos rasgados…

Quien tuviera los ojos rasgados…

Es imposible predecir los desastres naturales, golpean cuando menos se espera y sus efectos son devastadores. En los meses recientes, el mundo ha sido testigo de cómo un terremoto y un tsunami pueden poner de rodillas a una de las sociedades más organizadas de la humanidad: la japonesa.

Sin embargo, y al mismo tiempo, los nipones mostraron su impresionante capacidad para levantarse de una desgracia, gracias a su cultura donde el individuo se debe a la comunidad.

Existen dos ejemplos que nos dejan muy claro cómo reaccionan los japoneses ante la devastación: la autopista?“Gran Kanto” y “los 50 de Fukushima”.

La citada carretera, que se encuentra en la provincia más afectada durante el pasado terremoto y tsunami, fue arrasada en su totalidad por las placas de tierra que se separaron del asfalto debido a la fuerza del movimiento telúrico.

Sin embargo, cuando no habían pasado ni 48 horas del fenómeno, cuadrillas de trabajadores nipones comenzaron a trabajar en la reparación de la vía.

Seis días después el mundo quedó maravillado al ver las fotografías de la carretera lista para recibir el tráfico de vehículos y mercancías a menos de una semana de haber quedado destruida,

Por el otro lado, “los 50 de Fukushima” son un grupo de empleados de esta planta nuclear, quienes decidieron quedarse en sus puestos para combatir los incendios y el sobrecalentamiento del reactor principal, que podrían provocar un desastre de proporciones bíblicas.

Todos y cada uno de estos trabajadores, quienes ya son considerados como héroes por sus compatriotas, sabían que su decisión era una condena de muerte o, en el peor de los casos, una vida llena de enfermedades provocadas por su alta exposición a la radiación.

Si no hubiera sido por ellos, la planta se hubiera salido de control y millones de personas hubieran sufrido los efectos de la contaminación radioactiva.

Gracias a esta manera de enfrentar un desastre, Japón está en camino de recuperarse de una de las peores tragedias de su historia que de por sí está plagada por desgracias de este tipo.

En el noreste de México estamos a un par de meses de que se cumpla un año del paso del huracán “álex”, que trajo consigo tal cantidad de agua que provocó una histórica crecida de los ríos Bravo, Conchos y San Fernando, misma que dejó bajo el agua a miles de hectáreas de cultivos, además de cientos de familias damnificadas.

A diferencia de lo que sucedió en la tierra del sol naciente, en México este desastre pudo haberse prevenido pero los responsables de la Comisión Nacional del Agua (CNA) incurrieron en una indolencia criminal que les impidió abrir a tiempo las compuertas de las principales presas de la región para prepararlas para recibir la cantidad de agua que venía.

Y lo que es peor: cuando finalmente las abrieron, lo hicieron con una irresponsable prisa que provocó que los ríos se salieran de sus cauces y destruyeran todo lo que encontraron a su paso.

Durante la catástrofe, cuando las cámaras y los micrófonos de los medios de comunicación estuvieron sobre las autoridades de los tres niveles de gobierno, sobraron las buenas intenciones y promesas de ayuda para los campesinos quienes, por unos días, tuvieron la esperanza de que iban a recibir entre 6 mil 500 y 2 mil 500 pesos para ayudarse en algo.

Sin embargo el tiempo pasó, los medios y el gobierno encontraron otros temas de moda en qué enfocarse, y los campesinos se quedaron completamente solos, esperando su dinero.

Para hacer las cosas peor, un grupo de burócratas que no saben lo que es perder todo por una inundación, que nunca debió de haber sido, se inventaron una larga lista de requisitos para entonces autorizar la entrega de este dinero a los productores rurales.

Esto ha provocado que más de la mitad de aquellos que se aventuraron a pedir esta ayuda se hayan quedado con las manos vacías y la frustración a flor de piel.

De hecho, estas ridículas reglas lo único que lograron es que apenas se ha ejercido el 37 por ciento del total de los recursos destinados para auxiliar a los damnificados por el huracán “álex”.

A casi un año de uno de los peores desastres en la historia del campo de Tamaulipas, cuando los productores rurales intentan revivir sus tierras devastadas por el agua sin más ayuda que la de los suyos, el gobierno anuncia con bombo y platillo que ahora sí les van a entregar su dinero… igual que hace unos meses.

Es en momentos como este, cuando vale la pena preguntarnos porqué no tenemos un poco de la cultura japonesa.

Quizás si los encargados de tomar las decisiones en este país tuvieran los ojos rasgados y la piel amarilla, los campesinos de Tamaulipas no se sentirían tan abandonados y frustrados como seguramente hoy se encuentran.

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