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Viven como las águilas… en lo más alto del cerro

Viven como las águilas… en lo más alto del cerro

En Monterrey, miles de familias construyeron sus casas en las montañas y, aunque a muchos no les costó dinero el terreno, han sufrido para contar con las comodidades de la vida diaria

Marilú Oviedo / Monterrey, Nuevo León

Alguna vez te has preguntado ¿qué se siente vivir en lo más alto de un cerro?, ¿será fácil o difícil la vida allí? La familia Rodríguez Hernández ha pasado 18 inviernos en la cima del famoso Cerro de la Campana, ubicado al sur del municipio de Monterrey, y ha estado expuesta a diferentes peligros.

Para llegar a su vivienda realizan toda una travesía, ya que una vez que descienden del camión Burócratas en la avenida Río Nazas, tienen que caminar alrededor de media hora, pero aunque en algunos tramos existen calles pavimentadas, llega el punto en que hay que subir veintenas de escalones y luego tienen que recorrer un terreno de tierra de más de 50 metros.

Las dificultades a las que se han enfrentado a los largo de estos años son muchas, pues hace apenas tres meses que cuentan con el servicio de agua potable.

“Antes teníamos que acarrearla desde una pila que está más abajo, pero eso era muy pesado, prácticamente el vivir aquí es como vivir en un rancho”, expresó la señora Elia Hernández.

La familia Rodríguez Hernández anteriormente vivía en la colonia Burócratas Municipales, pero tenían que pagar una renta mensual de mil pesos y el dinero no les alcanzaba, motivo que los orilló a cambiar de domicilio y habitar arriba de la colonia Cerro de la Campana.

“Empezamos construyendo un tejaban, con laminas, cartones, así estuvimos varios años y luego construimos tres cuartos que son de concreto. El material lo pedíamos a los negocios pero no lo subía hasta arriba porque se desbarataban los carros, no había un camino bueno, lo acarreábamos desde el Arroyo Seco -que está abajo del cerro-, en carretillas o en burros, entonces el block, cemento, arena fue muy difícil hacer los cuartos”, comentó la señora Elia, quien tiene 50 años de edad.

Además los inviernos han sido muy fríos, y aunque cuentan con el servicio de energía eléctrica desde que llegó al terreno (que es irregular), no tienen calefacción, así que para mitigar las bajas temperaturas optan por hacer fogatas.

“Es muy frío y tenemos que hacer lumbre, quemamos leña, a veces todo el día porque sí se siente mucho frío”, comentó mientras se encontraba sentada en un bote expuesta a los rayos del sol contemplando la ciudad de Monterrey.

Esta familia aún hace tortillas en chimenea, ya que comprarlas le sale muy costoso. “Mejor compro la Maseca y torteo en la casa”.

La señora Elia tiene dos hijas, de 28 y 30 años, aún solteras, quienes laboran como empleadas domésticas y sólo están con sus padres los fines de semana.

Mientras se dedica al hogar, ya que años atrás tenía una pequeña tienda de abarrotes, pero con el paso del tiempo las ventas fueron bajando hasta que decidió cerrar, pero no pierde las esperanzas de abrir nuevamente el negocio.

Pero esta familia, al igual que otras nueve que habitan en el mismo sector de San Salvador, no sólo enfrenta las condiciones climatológicas sino la inseguridad que se vive en el lugar, ya que hay muy poca iluminación y los delincuentes en ocasiones se pelean a navajazos, poniendo en alerta ante una posible agresión; aunque es más común que este tipo de conflictos se den a mediación del Cerro de la Campana.

“Queremos que haya más vigilancia, porque a veces los muchachos se andan peleando en la noche, que suban los policías, tiene más de tres meses sin darse una vuelta y que nos pongan un teléfono público para emergencias, porque no hay nada”, comentó.

En tanto su esposo don Martín Rodríguez

-de oficio albañil-, quien cuenta con 52 años de edad, vigila cuidadosamente a sus gallos de pelea, ya que por lo pronto se dedica a alimentarlos para posteriormente venderlos.

“Hay que darles de comer, tengo más de diez y siempre me han gustado, con eso me mantengo, porque no tengo trabajo desde hace varios meses”, dijo.

El alimento, como la despensa, tienen que ser llevados desde las tiendas departamentales ubicadas sobre la avenida Lázaro Cárdenas o Garza Sada y con sacrifico suben y bajan por lo menos una vez a la semana.

Ya que al llegar a la altura de la calle San Salvador y Juan Cavazos (a mediación del cerro), se encuentra una base de ecotaxis, todos son de los denominados bochos, y suben hasta lo alto del cerro a través de un camino de tierra.

LA FIESTA DE NAVIDAD NO SE OLVIDA

La casa se encuentra muy en alto como aquella película de El Grinch, quien tenía su vivienda en la cima de una montaña, pero a diferencia de él, la familia Rodríguez Hernández sí celebra la Navidad, con regalos, el pino navideño, el nacimiento y la cena navideña.

“Festejamos el 24, hacemos tamales y colocamos el arbolito con esferas, aunque ahorita todavía no lo adornamos”, comentó la señora Elia.

Por lo cual su familia se reúne muy puntual en Navidad y pueden observar todas las luces de la ciudad y diferentes lugares entre ellos: Galerías Valle Oriente, el Tec Milenio, el centro de Monterrey, la colonia Altamira.

Al igual que los Rodríguez Hernández, la señora Martha Martínez y su familia celebran la Navidad con un cafecito y tamales, y es que aunque en la cima del cerro hayan dos grados, el frío se olvida y pasa a segundo término pues lo importante es convivir.

Aunque sólo tiene cuatro años de habitar en lo más alto, ya esta acostumbrada a la forma de vida de su colonia, pues anteriormente vivía sólo unas cuadras abajo.

Su casa está construida con material semejante al de la mayoría de las viviendas en ese sector, los techos son de láminas, por lo cual el frío es casi insoportable.

“En el día hacemos lumbre y por las noches nos cobijamos con tres, cuatro cobertores, tenemos que tener las puertas y ventanas bien cerradas con lo que se pueda, porque no se soporta el aire, está heladísimo”, comentó la señora, quien tiene 44 años de edad.

“Es muy difícil vivir arriba porque batallo mucho para subir escalones porque estoy mala de la cintura, hago aproximadamente 40 minutos en subir y otros 40 en bajar para ir a la tienda a comprar mandado”, dijo.

HAY MUCHOS FOCOS DE INFECCIÓN

Otro de los problemas a los que se enfrenta la familia de la señora Martha es a los basureros que se encuentran en el sector, los camiones recolectores tienen más de cuatro meses sin subir, por lo que los vecinos hacen sus basureros clandestinos poniendo el riesgo la salud de los demás.

“Tenemos el problema de que nos echan perros muertos u otros animales, y hace poco una vecinita estuvo enferma porque hay mucha tierra que está amontonada que otro vecinos de abajo vienen y dejan, entonces animales muertos, todo está contaminada y el aire se encarga de trasladar la tierra provocando infecciones en la piel ronchas; queman la basura cada tercer día y todo el humo nos afecta”, manifestó.

La señora Martha tiene 44 años de edad y es madre de tres hijos, dos de ellos casados y uno soltero de 25 años; ella vive en su hogar junto con su esposo, quien es de oficio albañil.

Además se dedica a atender el hogar y le gusta hacer costura y visitar a su mamá, quien vive cuadras más abajo, pero debe usar tenis y pantalones cómodos para poderse trasladar, ya que es larga la distancia y las calles no están totalmente pavimentadas.

La inseguridad es a la que siempre están expuestos, ya que hay muchas pandillas, incluso van de colonias vecinas como la Altamira, pero afortunadamente no ha sufrido agresiones.

También dijo que estar en la cima del cerro tiene sus ventajas, pues en la época de calor se sufre menos, ya que el viento equilibra un poco la temperatura, “si abajo hay 40 grados con nosotros unos 35, está fresco”.

Sin embargo, en verano se presenta un problema y es el incremento de animales como serpientes, zancudos o alacranes, por lo que tiene que estar siempre alerta.

A pesar de ser una zona de alto peligro para las miles de familias que habitan, lo niños se trasladan con tranquilidad hasta la parte inferior del cerro donde se encuentran los planteles educativos, algunos de ellos van acompañados por sus padres y otros van solos, confiados en que llegarán bien a su destino.

Tal es el caso del niño Felipe Rosales Hernández, que se traslada de lunes a viernes a la escuela primaria Profesor Lauro G. Caloca, donde cursa el quinto año junto con otros compañeros y en grupo bajan las veintenas de escalones para ir a estudiar y buscar tener un futuro diferente al de sus vecinos.

El único consuelo que queda para estas familias es que sus propios colindantes los respeten pues no hay ley ni elementos de seguridad que resguarden la parte superior de la colonia Cerro de la Campana y es que incluso en ocasiones sólo realizan rondines por la avenida Río Nazas.