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¿Luz al final del túnel o el faro de la arrolladora crisis?

¿Luz al final del túnel o el faro de la arrolladora crisis?

¿Será porque en el mundo de nuestro tiempo el trabajo vale menos que la basura, y menos todavía valen los derechos de los trabajadores?

Eduardo Galeano

La postura de los calderonistas ante una realidad que se les ha vuelto terriblemente veleidosa e ininteligible se ha tornado llanamente esquizofrénica.

El “síndrome Bush”, con sus mortales alucinaciones, les pegó fuerte a los panistas y sus mercenarios chicago boys. Quizá alguien recuerde que en la primavera pasada, en pleno derrumbe económico, el baby Bush creía avizorar, desde su cómodo palacio de la Casa Blanca, una luz al final del túnel y anunciaba alegremente el término de la crisis. Sin embargo, nunca se dio cuenta o no quiso ver, por razones electorales, que ese resplandor que veía a la distancia no era más que el faro de la poderosa y arrolladora deflación que hundiría a Estados Unidos en su peor desastre desde la gran depresión de 1929- 1933 y que haría crujir la estructura del sistema capitalista mundial y provocaría la derrota de los republicanos.

Si la economía escarneció brutalmente a Bush, las quimeras todavía continúan mofándose de los últimos optimistas del otro palacete, el de Los Pinos, y las mansiones aledañas, las de la hacienda pública y el banco central. Ofuscado por sus delirios, primero como bravío guerrero, y ahora como iluminado salvador de la indefensa humanidad, amenazada por atroces epidemias, Calderón permanece cegado y paralizado, en una especie de letargo mórbido; justo en pleno cataclismo nacional. Pero el problema actual ya no sólo es la magnitud del desastre, el tamaño de los escombros acumulados hasta el momento. La cuestión es cómo enfrentar la siguiente fase del colapso, la cual hace poco rebasó el umbral desde donde asechaba y cuyas primeras manifestaciones se presentarán en los meses subsecuentes, si no se hace oficialmente nada, como por desgracia las evidencias recientes y sus retóricas indican que sucederá.

Ahora se padecen los efectos de la violenta recesión con alto desempleo y serias presiones inflacionarias posdevaluatorias y especulativas –que nada tienen que ver con la demanda interna y externa, ya que ésta se ha reducido brutalmente, merced al galopante desempleo, la pérdida del poder adquisitivo de los salarios reales y el temor de la población a ser despedida sin tener un magro ahorro, sino con el espíritu especulativo de los empresarios, que con la manipulación de los precios tratan de resarcir sus pérdidas o compensar sus menores ventas–, fenómenos que continuarán agudizándose.

Lo que verá dentro de poco es el agravamiento de las dificultades del sector financiero –¿la quiebra de algunos intermediarios y la necesidad de rescatarlos, debido a los problemas de pagos de los deudores, el alza de las carteras vencidas, la falta de liquidez e insolvencia? Esto ya no es inimaginable– y de empresas, la imposibilidad gubernamental por ajustar las cuentas fiscales del Estado y de balanza de pagos –debido a los menores flujos de capital, remesas enviadas por los trabajadores expulsados por el neoliberalismo y exportaciones de mercancías o ingresos por servicios como el turístico–, que reforzarán nuestros apabullantes ciclos descendentes hacia un abismo peor del que los calderonistas suponen y que los analistas del sector privado temen augurar, dada su manía analítica de no observar los fenómenos económicos más allá de sus narices, hecho explicable por razones de negocios: el “catastrofismo” no es una mercancía rentable; su propósito es vender “optimismo” a los depredadores de la jungla capitalista.

La crisis de salud asociada a la influenza sólo constituye una pincelada más de tonos oscuros, que, con su ramplonería melodramática, Felipe Calderón trata de explotar sin mayor fortuna.

Las sociedades pagan caro los costos de sus mesías. Los bávaros del siglo XIX, por ejemplo, lo hicieron con Luis II, su católico rey loco, que, se decía, anhelaba vivir en un mundo de fantasía, refugiándose en su castillo de cuento de hadas, el Neuschwanstein (nueva piedra del cisne, en alemán), ubicado cerca de Füssen, Alemania, el cual exigió se construyera por trabajadores bávaros, con materiales bávaros. Por sus excentricidades, fue declarado incapacitado para gobernar (su médico siquiatra Gudden le diagnosticó esquizofrenia paranoide), aunque la maledicencia sostiene que esa fue la coartada empleada para justificar el golpe de Estado que lo destronó, antes de morir misteriosamente ahogado en el lago Starnberg. Los estadunidenses padecen las secuelas de su príncipe idiota neoliberal, aunque para su consoladora fortuna, como parte de la nación hegemónica capitalista, aún en su decadencia y con su Estado desmantelado por los neoconservadores, cuentan con importantes instrumentos económicos y sociales que les permiten atenuar los efectos.

Pero las extravagancias de los iluminados tropicales que desgobiernan las naciones subdesarrolladas como la nuestra, resultan inmensurablemente onerosas. ¿Quién lo declarará inhabilitado para mantenerse en la presidencia? El estallido social de los ecuatorianos de 1997 les permitió librarse de Jaime Abdalá Bucaram, considerado mentalmente incapacitado para gobernar. Le decían el loco, pero él prefería que le llamaran el loco que ama. Sin embargo, nuestro Bucaram, Vicente Fox, terminó su mandato y ahora medra espléndidamente de su oscura fortuna. Calderón probablemente también culminará su vapuleado sexenio. Es obvio que el par de cavernícolas conservadores no fue elegido por sus luces, sino para velar por la continuidad del modelo neoliberal, proteger los intereses de sus beneficiarios y simular la presuntuosa y súbita “democratización” de México.

El sistema político está estructurado para sostener a Calderón en el trono, obstaculizar y reprimir cualquier intento de cambio real y mantener su esencia despótica. Con su debilidad, las elites, que los han arropado, pueden mantener su rapaz usufructo. A la cogobernante nueva derecha priista le resulta útil el estado menesteroso de su hermano siamés, porque amamanta sus expectativas de restaurar su antiguo régimen que nunca se fue. La alternancia sólo se llevó a cabo en el patio trasero del sistema edificado por las elites y los priistas; en las cavernas oscurantistas del Estado confesional de su antaño vergonzante y autista parentela.

También esa cosa que se llama “izquierda” institucional se beneficia con la permanencia del statu quo, al legitimarlo y cuidarlo, se ha convertido en una encarnizada enemiga del cambio radical. De esa forma se cerrará el círculo de hierro. Con el retorno de los priistas al gobierno las elites tratarán de venderles a quienes quieran tragarse el sapo completo: que somos una verdadera “democracia”, la cual resiste institucionalmente una “civilizada” alternancia bipartidista. Así todos ganan e incluso son capaces de regalarnos el obsceno espectáculo de una piara regodeándose en su propio miasma.

Todos ganan, menos 70 millones, que tienen asignado el papel de víctimas propiciatorias. Recién el poeta Juan Gelman recordaba las palabras dichas hace poco por el dueño de una plantación en Carolina, Estados Unidos: “El Norte ganó la guerra (civil) en el papel, pero en realidad ganamos nosotros, los confederados, porque seguimos teniendo esclavos.

Primero tuvimos peones, después arrendatarios y ahora tenemos mexicanos” (Página 12, Buenos Aires, 17 de mayo de 2009). Como dice Eduardo Galeano: “El trabajo vale menos que la basura, y menos todavía valen los derechos de los trabajadores”. Calderón, los empresarios y los partidos también los consideran de esa manera.

Setenta millones de mexicanos, y una parte de los recién empobrecidos sectores medios, a los que se les está hundiendo el frágil piso de las clases sociales, no sólo están pagando las consecuencias del desastroso diagnóstico de los calderonistas de la crisis y, por añadidura, sus inexistentes políticas anticrisis. Todavía el pasado 14 mayo se atrevió a decir otra vez que ya “vienen tiempos mejores” para la economía en México y en el mundo, porque en Estados Unidos comienzan a registrarse algunos “signos alentadores” que permiten avistar que pronto se dejará atrás el peor momento.

Es decir, la superación del colapso mexicano no depende de los programas calderonistas, sino de los “brotes verdes” que Ben S. Bernanke, de la Reserva Federal, cree ver en la supuesta mejoría del mercado inmobiliario y la confianza de los consumidores estadunidenses. Con esa declaración, Calderón dejó brillar en todo su esplendor su condición de paria del imperio, de eunuco colonizado. El 18 se atrevió a reconocer la crítica situación nacional, ante las cuales “otras naciones ya hubieran fracasado”, pero que, gracias a sus medidas, pronto se superará tan difícil trance.

Lo dice unos días después de que Agustín Carstens y Guillermo Ortiz se ven obligados a aceptar que enfrentamos la peor crisis de la posguerra.

Calderón lo dice justo cuando las desprestigiadas y manipuladoras empresas (des)calificadoras como Moody’s o Standard and Poor’s critican a los calderonistas por su fracasado proyecto fiscal y monetario para enfrentar la crisis y degradan al país en su evaluación al riesgo. Cuando los analistas de los especuladores grupos financieros del Citigroup- Banamex, Santander, BBVA-Bancomer, Ixe o Invex reafirman el derrumbe económico de 7-8 por ciento para el primer trimestre del año y un gris-negro desempeño para lo que resta de 2009; cuando los empresarios de los más variados sectores demandan apoyos ante su situación que se le complica.

La magnitud e intensidad de la recesión es un fiel testimonio de que la “mano invisible” del “mercado libre”, que mágicamente resuelve todo, no es más que un invento genial de Adam Smith que se creyeron muchos ingenuos que convirtieron las pretensiones científicas de la economía en una teología. Desde luego, es claro que ese “concepto” ha sido utilizado para tratar de ocultar la selva capitalista donde los poderosos devoran impunemente al resto, con el amparo del Estado. De Smith sólo queda incólume “el egoísmo como motor fundamental” del liberalismo económico y que los hombres de presa aplican con singular alegría.

Alguien se preguntaba: “¿Dónde está esa ‘mano invisible’? Nadie sabe. La única ‘mano visible’ fue la usada por Maradona ante los ingleses”.

Ante el fracaso de la “mano invisible”, ¿dónde está la visible” de los calderonistas? Porque la monetaria “mano visible” del banco central ha sido tardía, inútil y fuera de sincronía para tratar de contener el colapso. Los resultados son más que evidentes, hecho que, de paso, dejan en claro quién controla los mercados financieros: los intermediarios, en especial la banca comercial trasnacionalizada. El banco central ha colocado en un valor real negativo, si se descuenta la inflación anualizada, los réditos que controla y que ha reducido tímidamente desde finales de 2008.

En respuesta, desde agosto, e incluso antes, la banca ha elevado los intereses: las cobradas a las tarjetas de crédito pasaron de 34.2 por ciento a 41.9 por ciento, en promedio; el CAT, de 14.2 por ciento a 14.9 por ciento; y los hipotecarios, de 12.3 por ciento a 12.8 por ciento, más las comisiones adicionales.

Los usureros han dejado de manifiesto quién maneja los mercados y, de paso, han engordado sus beneficios. La sociedad y los neoliberales pagan los costos de la extranjerización y la liberalización financiera. Y aún se niegan a ponerles el dogal de las regulaciones.

Sin embargo, el apoyo que los calderonistas se vieron obligados a dar a seis sociedades financieras (sofoles y sofomes), el pasado 12 de mayo, puede ser de los primeros síntomas de la crisis financiera que se avecina.

La “mano fiscal” también brilla por su ausencia, o por la artritis que padece. El gasto aprobado para la inversión física para 2009 muestra un subejercicio por 17.5 mil millones de pesos. El destinado a la construcción y mantenimiento de carreteras, por ejemplo, apenas ha ejercido el 16 por ciento; el de superación de la pobreza, el 17 por ciento. La crisis de la influenza también dejó ver el criminal rezago en los egresos en salud. En cambio, el gasto corriente, que incluye los insultantes recursos de los depredadores panistas, se ejercita dinámicamente.

¿Ésa es la manera en que se ha adelantado el ejercicio del gasto público y que, según Calderón, serviría para contrarrestar su naufragio económico? Para colmo del desastre y las mayorías, la inevitable crisis fiscal del Estado obligará a los panistas a recortar gastos y tratar de imponernos nuevos impuestos.

La próxima extensión de la crisis hacia el sector financiero y las hojas de balance del Estado sólo tendrán un efecto: profundizar aún más la catástrofe.