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La política del miedo

La política del miedo

Edgar González Ruiz*

Desplazando las líneas mediáticas del gobierno de Calderón, especialmente la referente a la llamada “lucha contra el narco”, la epidemia de la variante de influenza A/H1N1 es el tema que acapara la atención y el temor de la opinión pública

El gobierno federal, que hace tres años llegó al poder (como diría su titular “haiga sido como haiga sido”: mediante muy sucios procedimientos), ha aprovechado la situación para aplicar sus estrategias habituales: gobernar por medio del miedo, usando las circunstancias para implantar medidas autoritarias.

Así, el sábado 25 de abril, Calderón promulgó un decreto con 13 medidas de emergencia –muy a tono con su gobierno, tienen un carácter policiaco– que incluyen el aislamiento de personas que puedan padecer la enfermedad y de los portadores de gérmenes de la misma, y la limitación de sus actividades, la inspección de pasajeros, el allanamiento de casas y locales, la regulación del tránsito terrestre, la utilización “libre y prioritaria” de medios de comunicación, así como “fijar las directrices informativas” sobre la epidemia, como si no existiera ya una autocensura de muchos medios, que simplemente se dedican a apoyar al gobierno federal.

Aunque el decreto pone en manos de la Secretaría de Salud lo concerniente a la “aplicación de sueros, vacunas y otros recursos preventivos y terapéuticos”, esa dependencia ha estado insistiendo en que la vacuna existente no es eficaz, por lo que no se aplica a la población.

Paradójicamente, ese mismo día el secretario de la Comisión de Salud de la Cámara de Diputados, José Antonio Muñoz, anunció que empezarían a vacunar contra la influenza a los 500 diputados y al personal que labora en ese órgano legislativo, pues ellos viajan y corren el riesgo de que se contagien del mal.

Como implican esas palabras, la vacuna sí tiene alguna eficacia, pues los privilegiados políticos sí se la aplican, pero a ella no tienen acceso el común de los mortales, a quienes sólo se ha dejado como prevención las declaraciones de Córdova Villalobos y de Calderón, que aprovechan el problema para hacer crecer su usual propaganda de lucimiento, así como algunas recomendaciones que se difunden ampliamente y que son muy sabias, pero que, como único recurso, parecen remontarnos a la época en que no había medicamentos ni buenos servicios de salud para la población en general, sino sólo para los privilegiados: lavarse las manos, usar tapabocas, etcétera.

Las autoridades alegan tener suficiente dotación de antivirales para combatir la influenza, pero los relatos de enfermos que han dado a conocer algunos medios, y la experiencia de muchas otras personas, indican que no es fácil obtener esas medicinas, incluso en hospitales privados, a pesar de que el gobierno subraya la gravedad del mal. Para una persona que contraiga la enfermedad, la situación conllevará, además, el aislamiento y la posible violación de algunos de sus derechos, como se establece en el mencionado decreto.

Bajo esas condiciones, el pánico ha crecido más rápidamente que la epidemia, en una nación regida por un gobierno contrario a los intereses del pueblo y subordinado al empresariado, a quien el titular de la Secretaría del Trabajo ha pedido, en tono suplicante, que no tome medidas contra los trabajadores enfermos, que no los castigue si faltan o llegan tarde, como si ellos no tuvieran derechos.

Las políticas neoliberales que defiende Calderón y que van en detrimento de las instituciones de seguridad social, de la economía y por lo tanto de la salud de los más pobres, propician que las enfermedades y epidemias afecten a una población más desprotegida, como si volviéramos a épocas anteriores a la Revolución Mexicana.

Problemas como ésos, a diferencia del terremoto de 1985, hacen presa en una sociedad mucho más materialista y desprotegida que hace dos décadas, a la que la derecha y muchos medios han acostumbrado a vivir con miedo, y a preocuparse de problemas que en realidad afectan sólo a los más ricos o a los muy involucrados, como el narcotráfico y los secuestros.

Quienes vivimos ese episodio podemos apreciar que la sicosis desatada actualmente por la epidemia es mayor que la del sismo, a pesar de la magnitud de daños materiales y humanos que esa catástrofe produjo, pero era una sociedad más humana y más valiente, donde la gente todavía tenía ánimo para enfrentar el peligro, y había personas que con valentía y solidaridad admirables, iban a colaborar en las tareas de rescate, sin cobrar nada, y sin miedo a morir o a adquirir alguna enfermedad. Esos valores parecen estar en extinción en un mundo que fomenta la ambición y el egoísmo.

Es fácil confundir y manipular a la gente temerosa de perder su vida, su salud o sus bienes, por eso ante cualquier problema, sea real (como la epidemia) o de origen mediático (como la importancia desmesurada que se atribuye al problema del narcotráfico), la derecha encabezada por Calderón sigue la política del miedo y de la publicidad, no de las soluciones que implicarían un gasto en beneficio de los más débiles._ *Maestro en filosofía especializado en estudios sobre la derecha política en México.